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—Cuéntame lo de ese corte —dijo Ralph.
Marcy se puso en jarras.
—¿Por qué? ¿Para darle una importancia que no tiene? Porque no la
tiene.
—Lo pregunta porque es lo único que tiene —intervino Alec—. Pero a
mí también me interesa.
—Si estás muy cansada… —empezó a decir Howie.
—No, no te preocupes. No fue nada importante, en realidad solo un
rasguño. ¿Cuándo fue? ¿La segunda vez que visitó a su padre? —Marcy
agachó la cabeza con el entrecejo fruncido—. No, fue la última, porque a
la mañana siguiente cogimos el avión de vuelta a casa. Cuando Terry salió
de la habitación de su padre, tropezó con un celador. Según dijo, ninguno
de los dos miraba por dónde iba. Todo habría quedado en un encontronazo y una disculpa, pero acababan de fregar el suelo, que aún estaba mojado.
El celador resbaló y se agarró al brazo de Terry, pero aun así se cayó. Terry
lo ayudó a levantarse, le preguntó si se encontraba bien, y el otro contestó
que sí. Cuando Ter se alejaba por el pasillo, vio que le sangraba la muñeca.
El celador debió de clavarle una uña al agarrarse para no perder el
equilibrio. Una enfermera le desinfectó la herida y le puso una tirita, como
Sarah ha dicho. Y ahí se acaba la historia. ¿Resuelve eso el caso?
—No —respondió Ralph. Pero eso no era como el tirante amarillo del
sujetador. Eso era una conexión (una confluencia, por usar la palabra de
Jeannie) que, pensó, podía investigar, pero necesitaría la ayuda de Yune
Sablo. Se puso en pie—. Gracias por tu tiempo, Marcy.
Ella le obsequió con una sonrisa fría.
—Para ti, señora Maitland.
—Entendido. Y, Howard, gracias por organizar esto. —Tendió la mano
al abogado. Por un momento esta quedó suspendida en el aire, pero al final
Howie se la estrechó.
—Lo acompañaré a la puerta —se ofreció Alec.
—Creo que encontraré el camino.
—No lo dudo, pero ya lo he acompañado antes hasta aquí, y así se
equilibran las cosas.
Cruzaron el salón y recorrieron el corto pasillo. Alec abrió la puerta.
Ralph salió y le sorprendió ver que Alec lo seguía.
—¿A qué viene tanto interés por ese corte?
Ralph lo observó.
—No sé a qué se refiere.
—Yo creo que sí lo sabe. Le ha cambiado la expresión.
—Un poco de acidez de estómago. Soy propenso, y esta ha sido una
entrevista difícil. Pero no tanto como la mirada de la niña. Me he sentido
como un insecto en un portaobjetos.
Alec cerró la puerta a sus espaldas. Ralph se hallaba dos peldaños más
abajo, pero era alto y los ojos de ambos hombres quedaban casi a la par.
—Voy a decirle una cosa —anunció Alec.
—Adelante. —Ralph se preparó.

—La detención fue una cagada. Una cagada monumental. Seguro que
ahora usted ya lo sabe.
—Me parece que esta noche no necesito ya más reprimendas. —Ralph
hizo ademán de irse.
—No he terminado.
Ralph se volvió hacia él, la cabeza gacha, los pies un poco separados.
Era una postura de luchador.
—No tengo hijos. Marie no podía. Pero si tuviera un hijo de la edad del
suyo, y si albergara una prueba sólida de que un desviado sexual y
homicida había sido importante para él, alguien a quien miraba con
respeto, quizá yo habría hecho lo mismo, o algo peor. Lo que estoy
diciendo es que entiendo por qué perdió usted la perspectiva.
—De acuerdo —contestó Ralph—. Eso no mejora las cosas, pero
gracias.
—Si cambia de idea y decide explicarme a qué ha venido su interés por
ese corte, llámeme. Puede que en esto estemos todos en el mismo bando.
—Buenas noches, Alec.
—Buenas noches, inspector. Cuídese.

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