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Declaración de la señora Sauce Agua de Lluvia [13 de julio, 11.40 h,
interrogatorio a cargo del inspector Ralph Anderson]

Agua de Lluvia: Vamos, inspector, admítalo: soy el Sauce
menos esbelto que ha visto en la vida.
Inspector Anderson: Su talla ahora no importa, señora
Agua de Lluvia. Estamos aquí para hablar…
Agua de Lluvia: Sí, sí importa, solo que usted no lo sabe.
Mi talla es la razón por la que yo estaba allí. A eso de las
once de la noche, en ese palacio del alterne suele haber diez
o quizá doce taxistas esperando, y yo soy la única mujer.
¿Por qué? Porque a ningún cliente, por borracho que esté, se
le pasa por la cabeza intentar enrollarse conmigo. En el
instituto podría haber jugado de zaguera lateral izquierda si
hubiesen aceptado a mujeres en el equipo de fútbol. Ah, y la
mitad de esos tíos ni siquiera se dan cuenta de que soy una
chica cuando suben a mi taxi, y muchos siguen sin saberlo
cuando bajan. Algo que a mí me parece estupendo. Solo he
pensado que a lo mejor le interesaba saber qué hacía yo allí.
Inspector Anderson: Bien, gracias.
Agua de Lluvia: Pero esa vez no eran las once; serían las
ocho y media.
Inspector Anderson: La noche del martes 10 de julio.
Agua de Lluvia: Exacto. Entre semana, en la ciudad no
hay mucha actividad desde que los pozos de petróleo más o
menos se secaron. Muchos taxistas se quedan en la cochera,
de palique, jugando al póquer y contando chistes verdes, pero
eso a mí no me va, así que me acerco al hotel Flint, o al
Holiday Inn o al Doubletree. O voy al Gentlemen, Please.
Allí hay una parada de taxis, no sé si lo sabe, para los que
aún no están tan borrachos como para creerse capaces de
volver a casa conduciendo, y si llego temprano acostumbro a
ser la primera de la cola. La segunda o la tercera en el peor
de los casos. Me quedo allí y leo en mi Kindle mientras
espero una carrera. Cuesta leer un libro en papel cuando
anochece, pero el Kindle va bien. Un invento del carajo, y perdone que recurra a la lengua materna de nosotros los
indios.
Inspector Anderson: Si pudiera contarme…
Agua de Lluvia: Se lo estoy contando, solo que tengo mi
manera de hacerlo, la tenía ya cuando aún iba en pelele, así
que calle. Sé lo que quiere, y voy a dárselo. Aquí y también
en el juzgado. Después, cuando manden al infierno a ese hijo
de puta asesino de niños, me pondré mi chaqueta de gamuza
con flecos y mis plumas y bailaré como una loca hasta
caerme. ¿Queda claro?
Inspector Anderson: Clarísimo.
Agua de Lluvia: Esa noche, como era temprano, no había
más taxi que el mío. No vi entrar a ese hombre en el local.
En cuanto a eso, tengo una teoría, y le apuesto cinco dólares
a que no me equivoco. No creo que entrara a ver a las
strippers. Creo que llegó allí antes que yo, quizá justo antes,
y solo entró para pedir un taxi por teléfono.
Inspector Anderson: Habría ganado usted esa apuesta,
señora Agua de Lluvia. El encargado de asignación de su…
Agua de Lluvia: El martes por la noche estaba en
asignación Clint Ellenquist.
Inspector Anderson: Exacto. El señor Ellenquist dijo al
cliente que mirase en la parada de taxis del aparcamiento y
que no tardaría en haber allí uno, si no lo había ya. Esa
llamada quedó registrada a las ocho cuarenta.
Agua de Lluvia: Coincide, diría yo. El caso es que ese
hombre sale, viene derecho a mi taxi…
Inspector Anderson: ¿Puede decirme cómo vestía?
Agua de Lluvia: Vaqueros y una camisa bonita. Los
vaqueros estaban gastados pero limpios. Con las farolas de
luz de sodio que hay en el aparcamiento no estoy segura,
pero creo que la camisa era amarilla. Ah, y el cinturón tenía
una hebilla muy llamativa: una cabeza de caballo. La típica
chorrada de los rodeos. Hasta que se agachó, pensé que debía de ser un trabajador del petróleo que había conseguido
conservar el puesto mientras los precios del crudo se iban al
garete, o un obrero de la construcción. Entonces vi que era
Terry Maitland.
Inspector Anderson: Está usted segura de eso.
Agua de Lluvia: Lo juro por Dios. Con las farolas
encendidas, en ese aparcamiento parece de día. Lo mantienen
así para prevenir los asaltos, las peleas y la venta de droga.
Porque la clientela es de lo más selecta, como imaginará.
Además, entreno al equipo de baloncesto de la Prairie
League en el YMCA. Son equipos mixtos, pero sobre todo
juegan chicos. Maitland solía venir… no todos los sábados
pero sí muchos, y se sentaba en las gradas con los padres y
veía jugar a los niños. Me dijo que andaba buscando chicos
prometedores para el equipo de béisbol de la liga
interurbana, que viéndolos jugar al baloncesto podía
adivinarse si un niño tenía aptitudes defensivas naturales, y
yo, como una tonta, me lo creí. Seguro que mientras estaba
allí sentado pensaba a cuál encular. Examinándolos como los
hombres examinan a las mujeres en un bar. Puto degenerado.
¡Chicos prometedores! ¡A otra con ese cuento, que esta india
no se lo traga!
Inspector Anderson: Cuando se acercó a su taxi, ¿le dijo
usted que lo conocía?
Agua de Lluvia: Sí, claro. Habrá quien destaque por su
discreción, pero no es mi caso. Voy y le digo: «Eh, Terry,
¿sabe tu mujer dónde estás esta noche?». Y él me contesta:
«Tenía un asunto pendiente». Y le pregunto: «¿Ese asunto
pendiente incluía un baile sensual privado?». Y él dice:
«Convendría llamar a la compañía de taxis para decir que el
servicio ya está cubierto». Así que le digo: «Eso haré.
¿Vamos a casa, Entrenador T?». Y él contesta: «Nada de eso,
señora. Lléveme a Dubrow. La estación de tren». Yo le
anuncio: «La carrera serán cuarenta dólares». Y él dice: «Déjeme allí a tiempo de coger el tren a Dallas y le daré
veinte de propina». Así que le digo: «Sube y agárrate,
Entrenador, que allá vamos».
Inspector Anderson: ¿Lo llevó a la estación de Amtrak en
Dubrow, pues?
Agua de Lluvia: Eso hice, sí. Lo dejé allí con tiempo de
sobra para coger el tren nocturno a Dallas-Fort Worth.
Inspector Anderson: ¿Conversó con él en el trayecto? Lo
pregunto porque parece usted muy dada a la charla.
Agua de Lluvia: ¡Vaya si lo soy! Mi lengua es como la
cinta transportadora de un supermercado en día de paga.
Pregúntele a cualquiera. Empecé preguntándole por la liga
interurbana, si iban a derrotar a los Bears, y él dijo: «Preveo
un buen resultado». Como sacar una respuesta de la Bola 8
Mágica, ¿me explico? Imagino que estaba pensando en lo
que había hecho esa tarde y en una huida rápida. Después de
una cosa así no deben de quedarte ganas de palique. Pero yo,
inspector, pregunto: ¿por qué carajo volvió a Flint City? ¿Por
qué no cruzó Texas a toda prisa y llegó al viejo Méee-xiii-
co?
Inspector Anderson: ¿Qué más dijo él?
Agua de Lluvia: Poca cosa. Dijo que iba a intentar echar
una cabezadita. Cerró los ojos, pero creo que fingía. A lo
mejor me estaba observando, como si se planteara intentar
algo. Ojalá lo hubiera intentado. Y ojalá yo hubiera sabido
entonces lo que sé ahora, lo que hizo. Lo habría sacado a
rastras de mi taxi y le habría arrancado el paquete. No
miento.
Inspector Anderson: Y cuando llegó a la estación de
Amtrak…
Agua de Lluvia: Paré en la zona reservada a los taxis, y él
echó tres billetes de veinte al asiento delantero. Cuando iba a
decirle que saludara a su mujer de mi parte, él ya se había marchado. ¿También entró en el baño de caballeros para
cambiarse de ropa? Porque llevaba manchas de sangre.
Inspector Anderson: Voy a poner seis fotos de seis
hombres distintos delante de usted, señora Agua de Lluvia.
Todos se parecen, así que tómeselo con ca…
Agua de Lluvia: No se moleste. Es ese de ahí. Ese es
Maitland. Vaya a por él, y ojalá se resista a la detención.
Ahorrará una pasta a los contribuyentes.

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