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De regreso a Flint City, a medio camino, Ralph cayó por fin en la cuenta
de cuál era el motivo de su inquietud en relación con el tirante del
sujetador.
Se detuvo en el enorme aparcamiento del almacén de bebidas
alcohólicas Byron y pulsó uno de los números de su lista de contactos.
Saltó el buzón de voz de Yune. Ralph cortó la comunicación sin dejar
mensaje. Yune ya había hecho todo lo que podía y más; que disfrutara de
su fin de semana. Y ahora que tenía un momento para pensar en ello
decidió que esa era una confluencia que prefería no compartir con nadie
excepto, quizá, con su mujer.
El tirante del sujetador no fue lo único de color amarillo vivo que vio
en esos momentos de hiperalerta antes de que dispararan a Terry; el tirante
era solo el sustituto que su cerebro asignó a otro elemento presente en la
amplia galería de personajes grotescos, y que había quedado eclipsado por
Ollie Peterson, que había extraído el viejo revólver de la bolsa de
repartidor de periódicos solo unos segundos después. No era de extrañar
que no lo hubiera retenido.

El hombre de las espantosas quemaduras en la cara y los tatuajes en las
manos llevaba un pañuelo amarillo en la cabeza, posiblemente para ocultar
otras cicatrices. Pero ¿era un pañuelo? ¿No podía ser otra cosa? ¿La
camisa desaparecida, por ejemplo? ¿La que Terry llevaba en la estación de
tren?
Estoy dando palos de ciego, pensó, y quizá fuera así, pero su
subconsciente (esos pensamientos ocultos tras los pensamientos) venía
gritándole al respecto desde el principio.
Cerró los ojos e intentó ver exactamente lo que había visto en aquellos
últimos segundos de la vida de Terry. La desagradable mueca de la
periodista rubia al mirarse la sangre en los dedos. La pancarta de la aguja
hipodérmica en la que se leía MAITLAND, TOMA TU MEDICINA. El
chico del labio deforme. La mujer inclinada delante de Marcy para hacerle
una peineta. Y el hombre de las quemaduras, de rostro tan desdibujado
como si Dios, con un borrador gigante, le hubiese borrado casi todas las
facciones y dejado solo protuberancias, piel rosada y orificios donde había
una nariz antes de que el fuego imprimiese en su cara tatuajes mucho más
virulentos que los que tenía en las manos. Y lo que Ralph vio en ese
momento de rememoración no fue un pañuelo en la cabeza de aquel
hombre sino algo mucho mayor, algo que le caía hasta los hombros como
un tocado.
Sí, ese algo podría haber sido una camisa…, pero aun si lo era,
¿significaba eso que era la camisa? ¿La que Terry llevaba en las imágenes
de las cámaras de seguridad? ¿Existía una manera de averiguarlo?
Pensó que la había, pero necesitaba la colaboración de Jeannie, que se
manejaba mejor con el ordenador que él. Además, tal vez hubiera llegado
el momento de dejar de considerar a Howard Gold y Alec Pelley
enemigos. «Puede que en esto estemos todos en el mismo bando», había
dicho Pelley la noche anterior ante la puerta de la casa de los Maitland, y
quizá fuera verdad. O pudiera llegar a serlo.
Ralph arrancó, puso rumbo a su casa y rebasó el límite de velocidad en
todo el trayecto.

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⏰ Última actualización: Sep 29, 2021 ⏰

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