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Un perezoso sol resplandeció una mañana de agosto, luciéndose sin pena en el verano que había sido tan esperado después de una primavera un tanto fría. El calor acarició el rostro de unos niños correteando de un lado a otro en los juegos de un parque en la ciudad de Busan, bajo la cálida mirada de una mujer que apoyaba una mano sobre su vientre con casi nueve meses de espera.

—De chocolate y menta, como te gusta —dijo con una sonrisa su esposo tomando asiento a su lado, dejándole ver su cálida sonrisa—. ¡Uf! Sí que hace calor, ¿verdad? ¿estás cómoda aquí? Podemos ir al césped si quieres.

—Quiero ver a los niños, desde allá no podré hacerlo —Rechazó la oferta y procedió a probar su nuevo sabor favorito.

—Lo que su majestad ordene —concedió, obteniendo risas de su esposa como respuesta.

Jeon Gyunsoo acomodó la sombrilla sobre sus cabezas y Jihyun sonrió encantada por la atención de su cónyuge. Devolvió su mirada hacia los niños, quienes gritaban eufóricos y que parecían tener batería infinita. Entre tantas risas, uno de los más pequeños cae de rodillas y el rostro de Jihyun se deforma en preocupación. Gyunsoo ríe y ella le pega sin fuerza en el pecho.

—No te rías, malvado.

—Mira, mira. Se ha levantado. —Le señala con la barbilla y ella vuelve a mirar al grupo de pequeños.

Es verdad. El resto de chicos lo ha ayudado a pararse, le ha dado ánimos y el menor ha vuelto a corretear como si nada hubiese pasado, carcajeándose por el accidente. Una sonrisa resplandeció en los labios de Ji.

—Así será mi Jungkookie —prometió—. Será muy valiente.

—¿Tú crees?

—¿Dudas de mi palabra? —le molestó picándole con un dedo en la costilla—. Será bravo como su madre, no llorón como su padre.

—¡Oye! —protestó el contrario y se ganó risas de nuevo—. Yo soy valiente.

—¿De verdad? ¿ya se te olvidó quien te defendía en la escuela? Incluso ahora podría patearle el trasero a cualquiera, ahora mismo con mi Kookie aquí —señaló su gran vientre.

Gyunsoo rio al recordar las palabras de su querida Jihyun, siempre tan graciosa y notable donde sea que estaba y de la forma que fuera. Le amarró las zapatillas a su pequeño hijo y luego llevó sus manos a su rostro para despejarle las lágrimas.

El día anterior, un pequeño Jungkook de apenas seis años de edad, no tenía bien amarradas las zapatillas y las tiras de éstas le hicieron tropezar mientras corría durante el partido de fútbol en las olimpiadas de la escuela. Se había quedado estático, sin saber qué hacer y muy avergonzado por aquel desliz de principiante. Los chicos del equipo contrario le observaron con burla y no supo qué hacer, hasta que escuchó la voz de su padre animándole desde los asientos a lo lejos.

—¡Vamos, Jungkook! ¡Tú puedes! ¡De pie, de pie, hijo! ¡Tú puedes hacerlo!

Llevaba unos pompones rojos, como el color de su equipo, y tenía el rostro pintado con unas líneas del mismo tono. Tardó unos segundos, pero se amarró las tiras, logró pararse con ayuda de sus compañeros y continuó el partido. Se prometió que metería un gol por su papá y que lo celebraría frente a los glotones del equipo azul.

All of my LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora