CAPÍTULO 3

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Morir no es lo único que mata al cuerpo.

Morir no es lo único que mata al cuerpo

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Kenna Bianchi:

16 años atrás...

Italia, Florencia.

Hoy era el día de mi cumpleaños y lo único que pedía era que ojos grises estuviera a mi lado como prometió hace un tiempo, sosteniendo mi mano y partiendo el pastel con las malas miradas encima.

La fiesta "sorpresa" que mami hizo fue una total pérdida de tiempo, las niñas que habían venido no jugaban conmigo y solo se burlaban sin parar y odiaba ello. Quería llevarlas al lugar secreto que Beatrice empleaba en mí.

Ponerlas de rodillas, pasarles el cuchillo por la lengua y hacerles sangrar. Justo como mi madre hacia cada que hablaba mal de ella.

Ahora mismo estaba viendo el atardecer nuevamente a diferencia que esta vez no tenía a nadie, mi prima Gianna estaba mucho más entretenida con el chico que siempre esta detrás de Kenneth, que conmigo. Algo llama mi atención repentinamente entre los arbustos del laberinto, un brillo y un pedazo de tela azul; con la esperanza de que sea una sorpresa de mi nonno salgo corriendo pese a los gritos de mi madre.

Tenía prioridades y su fiesta apestaba. Si me escuchara decir eso realmente me castigaría mucho más rudo — pensé.

Las escaleras que daban al exterior se me hicieron realmente largas, el ancho de la piscina tortuoso y el lugar en donde creí haber visto algo demasiado lejano. Hasta que llegue, con la respiración rota y con un mar de esperanzas.

Pero entonces lo vi...

No era mi nonno.

Ni mi padre.

Ni ninguna otra sorpresa de Dante o alguien más.

Era Kenneth ofreciéndole un ramo de jazmines a una rubia con un vestido azul. El sentimiento era mucho más pesado que el dolor que sentía cuando mami me encerraba por horas y metía cosas dentro de mi sitio prohibido.

Él le sonreía y le ocultaba un mechón de cabello color de excremento detrás de su oreja. Conocía esas sonrisas, conocía ese lugar y conocía esas flores.

Ambos se percataron de mi presencia y lo único que me quedo por hacer fue sonreír como me enseñaron desde pequeña.

—¿Pasa algo? — pregunto la niña, su voz era dulce para mis desesperadas ganas de arrancarle los ojos.

Asentí y respondí borde:—No me pasa nada — doce letras, cuatro palabras y una mentira.

Porque en realidad me pasaba de todo.

—¿Entonces que haces aquí? —intervino Kenneth con las manos en sus bolsillos sacándole un suspiro a la niña soñadora.

—Esta es mi casa, ¿no? —sacudo mi vestido rosa chillón — Solo pensé que eras Keo.

EL TRONO © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora