CAPÍTULO 6

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Olvidar es el deporte que nunca aprendí a jugar.

Olvidar es el deporte que nunca aprendí a jugar

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Kenna Bianchi.

Llegué tarde.

Golpeo el timón unas cuantas veces hasta que siento que mis nudillos arden. Exhalo tratando de calmarme. Su caravana de camionetas estaba en el estacionamiento y Elio me había enviado un mensaje discreto, ya estaban en la sala.

Me bajo del auto y tomo el bolso que siempre traigo, el edificio cuenta con un baño en el estacionamiento así que con cautela camino hacia él y comienzo a prepararme. La imagen siempre cuenta.

Me despojo de mi ropa especial para ir de caza y me quedo en la lencería blanca, tomo el conjunto de dos piezas: un top hasta la cintura con una manga abajo y una falda, combino todo eso con las botas negras y dejo el cabello junto al maquillaje tal como estaba. Reviso que todo este conforme en mi bolso y salgo entregándole el maletín a uno de los guardias.

Cruzar el otro lado del estacionamiento me toma una eternidad, pero lo hago y pulso el botón para hacer el llamado de la caja metálica, segundos después esta se abre dándome paso a mí y a mis gorilas de buen porte.

La joyería de la mano izquierda estaba conforme. Era irónico porque nada de lo que yo pensé sería mi matrimonio con Kenneth había salido como lo planee, años idealizando ese momento y resulta que yo misma tuve que colocarme los anillos en el dedo. Jamás hubo un pastel, invitados o una ceremonia.

No es como que si yo fuese esa clase de mujer, pero constantemente soy tan distinta a ellas. Yo cargo armas, manejo cuchillos y asesino por diversión. Lo único que quise es que ese día fuese normal, si no me gustaba realmente no pasaría mucho porque tenía claro que amor jamás existiría.

Las puertas se vuelven a abrir y esta vez antes de dar un paso al frente titubeo. Enzo a mi costado me aprieta el hombro y asiento. Me yergo, alzo el mentón y comienzo dando pasos lentos pero ajustados.

El cotilleo merma y las personas vagas quedan petrificadas al ver mi rostro: —Fuera de aquí.

Asienten y salen como si hubiesen visto al maldito diablo, las escaleras fueron su única salida y me importaba una mierda si el espacio era suficiente para más de cincuenta personas.

—Realmente das miedo — mi primo me susurra soberbio.

—¿Sabes? — pregunto tomando uno de los bolígrafos de uno de los escritorios esperando a que el lugar quede completamente vacío para cerrar las puertas con seguro — Siempre me he identificado con Lucifer, él quería ser Dios y jamás acepto las reglas que se le dieron. Entonces, lo echaron del cielo y creo las suyas. Si él hubiese escrito la otra mitad de la biblia, posiblemente sería nuestro salvador.

Enzo junta sus cejas mientras deja el palillo de madera en un depósito de basura: —Kenna filosófica no es símbolo de algo bueno.

Reviso que no haya nadie antes de hacerle una indicación silenciosa a uno de los guardias para que asegure todas las puertas. Si me tengo que cargar a todo el maldito personal para que nadie diga nada, lo haría. —Mi nombre no es símbolo de algo bueno — le corrijo — pero mi apellido junto a él, significa el apocalipsis.

EL TRONO © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora