CAPÍTULO 18

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Fue distinto contigo, me prendiste fuego y no huiste de las cenizas, muy contrariamente emergiste de ellas.

Fue distinto contigo, me prendiste fuego y no huiste de las cenizas, muy contrariamente emergiste de ellas

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Kenneth Al Capone.

El reloj comenzó a sonar en la mesilla de mi costado. Estire mi brazo e intente apagarlo, sin embargo, cuando vi que eso no funcionó lo tire por la ventana ignorando la posibilidad que le cayera a alguien en la cabeza.

Esta es mi casa y quien no quería estar se podía largar.

Tenía a Bella en mis brazos, dormida y alimentada. Winter, por otro lado, solo quiso refugiarse a mitad del extenso colchón en el que antes reposaba el cuerpo de su madre.

Decidí quedarme en esta casa porque en primera instancia la mía no estaba para nada habitable y segundo; los niños ya estaban acostumbrados a esta. Tampoco es que puedan hablarme y pedirme que no lo haga, así que resumiéndolo en cuatro simples palabras: Yo no quería irme.

La residencia Bianchi seguía tan llena como de costumbre. Tome la decisión de absolver a la élite de los cargos que mantuve en mi mujer. Necesitaba una representante para los países aliados por lo que puse a cargo a la rubia obstinada.

Ahora mismo únicamente podía pensar en mí y en la miseria que poco a poco me va consumiendo. Exclusivamente pasaron algunas horas y siento que por estúpida que suene no puedo respirar ni la mitad de bien.

Los gritos de la copia loca de Beatrice, me indican que por fin se la están llevando. Sin ni siquiera notarlo mi cuerpo se puso de pie queriendo traspasar la puerta y molerla a golpes para que cerrara su hocico.

Cierro los ojos y niego.

En el hospital estaría bien, eso hasta que confirme que su madre está muerta.

Los fantasmas están regresando, las tumbas se están abriendo, verdades a medias se completan y como si fuera poco... el diablo solamente festeja desde la cima de su reino.

Las cenizas de los papeles que hace un momento había tirado al depósito de basura, me perseguían haciéndome recordar que mi lealtad no se había quebrantado. No como ella y los demás pensaban.

Todo tenía una explicación.

Después de colocar un pie en la mansión, me aseguré de revolotear toda la bóveda de documentos hasta encontrar el de mi matrimonio. Nunca puse la cláusula de la que Kenna me habló, así que como un maldito hijo de puta que soy, le obligue a Fallon a entregarme los que recientemente firmé.

El Anticristo aún seguía siendo mi esposa.

Por leves momentos se me olvidaba lo manipuladora que podía llegar a ser, una maldita venenosa de lengua bípeda con sarcasmo incluido. Sus comentarios muchas veces calaban más de lo se podría imaginar.

El arte que portaba iba mucho más allá de lo físico, traspasaba lo psicológico y lo emocional. Con o sin armas. Con o sin puesto, siempre caías de rodillas ante ella.

EL TRONO © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora