EXTRA HORNY

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La sangre llama a el fuego de la pasión que nos destruye y nos condena en nuestro infierno.

Kenna Bianchi.

Verifico que nadie me siga. Las cámaras se encontraban en otra dirección, por lo que aprovecho y paso la tarjeta. Entro a la habitación casi al mismo tiempo que me arrinconan contra esta.

—¿Por qué tardaste tanto? —sonrío sobre sus labios.

—Sabes que no me gustan las preguntas.

—Responde —gruñe.

—Ya lo hice.

—De igual manera te sacaré la información mientras me adentro en ti y estés escurriendo a chorros—toma la parte trasera de mi cuello inmovilizándome—. Meteré mi polla en tu apretado coño tan despacio que vas a suplicar por cada centímetro que entierre en ti.

—¿Crees que prohibirme de tu verga me hará hablar? —asiente mordisqueando mi cuello y tomando mi pecho izquierdo por sobre el vestido.

—Eso es lo que te encanta de mí ¿no?

—No.

Aprieta mi cuello con fuerza. Lo miro a los ojos y llevo mis manos por debajo de su camiseta tocando sus cuadritos. El olor que producía todo su cuerpo me marea y necesito sostenerme de algo firme.

—¿Entonces?

—Que cada vez que estamos juntos me hagas sentir un infierno distinto —aprieto su trasero—. Que me arrastres hasta la muerte, para luego revivirme y que luego quieras romperme porque sabes que estoy por encima de ti.

Sonríe frío. Alzo mi pierna y la utilizo para rodear su cadera minimizando cualquier espacio. La erección estaba más que presente y casi gimo por la satisfacción.

—Te odio.

Sé que no miente, porque yo también siento lo mismo. Es imposible no hacerlo cuando tenemos tanta historia hecha y por contar, tanta mierda por derramar y juegos por ganar.

Somos los reyes. Nunca los peones.

Me besa fuertemente. No me resisto y dejo que me meta la mano por donde se le plazca, que me use, que me torture y que golpee. Justo como yo siempre lo hacía con él.

Envuelve nuestras lenguas y después las suelta simultáneamente invadiendo mi cavidad con dos de sus dedos. Gimo restregándole mi cuerpo por las sensaciones indescriptibles. Respiro fuerte mirándolo directamente a los ojos, mi labial rojo estaba por toda su boca haciéndolo lucir gracioso.

—¿Qué?

Niego.

—Nada.

Sus embistes se vuelven lentos y me quejo moviendo mis caderas. Muerde mi cuello.

—¿Me dirás?

Vuelvo a negar.

—No hay nada que decir.

—Ya.

Tira la peluca a un lado, desata el nudo del vestido dejando mis pechos al aire. Sus ojos brillan como si hubiese encontrado oro puro.

—Bebe un poco.

No llevaba bragas ni sujetador, por lo que, en cuanto deja mi trasero sobre la mesa de vidrio, el frío abrasa mi calor. Se acomoda entre mis piernas sin abandonar el bombeo de sus dedos acariciando mis labios. Entrando y saliendo. Golpeando y pellizcando.

Se prende de mis senos como buen niño. Quién diría que a semejante hombre le gustase aún la leche materna. La lactancia todavía no se retiraba del todo de mi organismo, es por eso que lo escucho tragar y babear.

EL TRONO © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora