CAPÍTULO 24

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Existen los que dejan huella y los que marcan el camino.

Existen los que dejan huella y los que marcan el camino

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Kenneth Al Capone.

Retirada.

Mis pies tocan el suelo mientras suelto el cable con la confianza de que las personas en la azotea lo recogerían. Ajusto bien mi mochila y me pongo los lentes de sol aunque ya no hubiese mucho.

Tenía las manos frías y sentía un ácido pasar por mis venas. El cuerpo me dolía sin sentido alguno, como si me hubiesen arroyado.

Fallon se me atraviesa cuando tomo el atajo para llegar al estacionamiento. —¿Y Kenna?

Apresuro el paso ignorándola.

—Te estoy haciendo una pregunta.

Hago caso omiso y abro el Tesla con la llave automática.

—¡Kenneth!

Tiro el maletín dentro del vehículo: —¡No vendrá!, algo ha cambiado y necesito averiguarlo, pero primero son mis hijos.

Le cierro la puerta y piso el acelerador.

Regresarme manejando a Florencia sería lo mejor. Mi cabeza debe mantenerse en algo más que no sea el mierdero que acaba de suceder.

Era realmente jodido cuando dependes de algo que tiene fin propio, de algo que sabes que un momento puede existir y al otro no.

Nunca en mi vida necesité algo con tantas fuerzas para creer que después de perderlo me perdería yo también. Kenna nos prendió fuego a ambos y yo fui el que dio la luz verde para todo.

Sea lo que sea que tengamos ella y yo, no se compara a lo ordinario, a lo común y a lo aburrido; porque somos superiores. Personas que con su manera de amar destruyen y transforman.

Me niego a dejar ir todo lo que pasamos, porque herida, molesta, vengativa y hasta enferma; yo quería a Kenna en mi vida retándome y amenazándome en cada rincón.

Y no es capricho, es el maldito amor que le tengo a esa niña de ojos azules.

Dicen que ese sentimiento mueve montañas, pero que el odio hunde. Para mala suerte de ambos, yo la amaba por ser quien me ha demostrado ser sin alguien al lado, sin embargo, la odiaba por lo que me ha convertido.

"Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer". Esa frase es más cierta de lo que se imaginan.

Florencia, 24 años atrás.

Cierro la puerta de las mazmorras.

—Pensé que no llegarías.

La voz de Kenna me sobresalta. Las luces se encienden y ella aparece con un vestido rojo.

—Tú la mataste —la acuso y ella sonríe.

—Sí.

Meto mis manos heladas en los bolsillos del pantalón de pijama. Para mi sorpresa su declaración solo me hace querer festejar con helados de extraños sabores que sabía que le gustan.

EL TRONO © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora