ANTERIOR TÍTULO: DARK QUEEN
Ya no me basta solo con recordarla. Ya no me basta solo con poseer su cuerpo solo por momentos.
Quiero algo más.
Aunque intenta resistirse, jamás renunciaré a ella. Jamás la dejaré ir.
Nada nos separará. Ni ella. Ni nuest...
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Kenneth Al Capone:
Era ella.
Ella es Clyte, la mujer del tatuaje.
¿Porqué dijo que la amaba?
Mi pecho no se estaba quieto y sentía la maldita garganta seca, han pasado al rededor de cinco minutos desde que ella se fue resonando sus bonitos tacones negros, y en la cocina nadie se ha movido.
Kenna es... increíble.
Un carraspeo me trae a la realidad: -Y esa fue la señora de la casa, mi prima - se señala - Tu esposa - me observa -y ahora tu jodido Karma - repara en Ross.
-Pe..pero si yo no...no le hice nada - tartamudea impregnando sus uñas en mi brazo. Ella era buena persona, bonita aunque sus actitudes me estaban colmando.
-Créeme, le has hecho mucho - ríe antes de tomar la botella de licor que había destapado previamente a que entrara Kenna.
Es mi turno de carraspear.
-Necesito hablar con ella - musito soltándome de la mujer.
-Pero Bobby... - me detiene.
-Mi nombre es Kenneth - le gruño - y con todo respeto Rosslyn, esto es un asunto entre mi esposa y yo.
Sopeso las palabras causando que los ojos de la comandante se cristalicen. Me sentía mal por ello, pero me sentía aún peor no poder ir tras la mujer de bonitos zafiros.
-Si bueno, detesto interrumpirlos pero Kenneth - el tipo llamado Enzo empuja sutilmente a la mujer ocupando ahora mi atención - La jefa acaba de pedir cuatro camionetas más de seguridad, van a salir.
-Abran las puertas, la doña va a salir.
-Copiado.
-O bueno, ya está saliendo - señala el dispositivo.
Aprieto los labios y me abro paso para salir de ese lugar, me frustraba no poder recordar a nadie. No poder recordar al amor de mi miserable vida -sonrío por sus palabras.
Kenna Bianchi:
Mis manos temblaban, mi pecho ardía y mis ojos picaban.
Conocía esa sensación, sabía lo que me estaba sucediendo y me negaba a creerlo. No por él, no por alguien que no vale la pena. Nadie más que mis hijos merecen mis lágrimas, mi miedo y mi pánico.
No soy yo, es el que nunca ha estado a mi altura - me repito.
-Kenna te estás haciendo daño, déjalo - la rubia intenta abrir las palmas de mis manos ya ensangrentadas por la presión.
-Duele... - la miro.
-Lo sé - me acaricia la mejilla y por primera vez no tengo ganas de arrancársela por la osadía.