Capítulo 4

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Normalmente, a la gente le gusta su casa.

Es un lugar lleno de recuerdos, de sentimientos, un sitio donde las personas se sienten seguras y a salvo entre el resto de personas.

A Lisa, en cambio, no le gustaba nada la casa donde se había criado.

Era demasiado grande, demasiado fría (y no precisamente de temperatura, pues otra cosa no, pero su padre podía permitirse pagar la calefacción sin problemas), demasiado… demasiado poco hogar.

No sabía si se había sentido siempre así por aquel lugar, pero desde que su madre había muerto era como si no hubiera calidez en aquella casa.

Sacó una solitaria llave de su mochila y abrió la puerta de la verja.

Estaba bien engrasada, así que las bisagras no chirriaron al dejarle paso.

En el jardín no se movía nada ni se oía a nadie, así que cerró con más fuerza de la necesaria y esperó.

Uno, dos, tres… empezaba a dudar de que hubiera conseguido lo que quería cuando oyó, a lo lejos, un golpeteo rítmico que la hizo sonreír.

Avanzó unos pasos mirando hacia ambos extremos de la casa, pues no estaba segura de por dónde iban a aparecer sus amigos. De pronto los vio: Leo, un hermoso gatito. Y el segundo iba a la cabeza. Era un pequeño perro ágil y joven, así que llegó antes que el gato hasta Lisa y, contentísima como estaba por volver a ver a sus mascotas, le fue a abrazar.

―Hola, hola, pequeño. ―Hundió las manos en su dorado pelaje―. Eres un bonito perrito, Loco.

Leo tenía más tiempo en su familia, pero seguía solo haciendo caso a Lisa.

Fué directo a recibir a su dueña.

―No, no―protestó Lisa cuando Loco empezó a hablarle los pasadores de sus zapatos.

Se sentó y comenzó a acariciar a Leo.
―Sí, sí, yo también te he echado de menos.

Cuando logró ponerse en pie, lo que le llevó varios minutos, ya que Leo y Loco se calmaron un poco, se dirigió hacia la segunda piedra blanca que decoraba el camino de entrada.

La levantó con cuidado y sacó de debajo la llave de la puerta principal.

Su padre la mataría si un día se enteraba de que la guardaba ahí, pero lo cierto era que llevaba haciéndolo desde que tenía dieciséis años y nunca había pasado nada.

Recolocó la piedra con cuidado y, acariciando la cabeza de Leo, fue hasta la puerta principal.

La llave entró y giró sin problema. Tras abrir la puerta, Lisa se volvió hacia sus mascotas y dijo.
―No entre que papá se molestará. esperen aquí, dejo mi maleta y salgo.

Un maullido y un ladrido fueron suficiente respuesta.

Entró en la casa justo a tiempo de introducir el código de seguridad en la alarma y que esta no saltara.

Sin embargo, tras meter los números, en la pantalla pudo leerse «código incorrecto». Volvió a introducir la contraseña y de nuevo le salió que ella se había equivocado.

―Rayos ―murmuró a la vez que buscaba su teléfono.

Tenía que haber sabido que tras ocho meses fuera, habrían cambiado la alarma.

Llamó al teléfono de su hermano, pero este no estaba disponible.

Colgó rápidamente y probó suerte con el número de su padre, aunque tampoco tuvo suerte.

Se disponía a llamar a su hermana cuando saltó la alarma.

―¡No! ¡No! No he vuelto a meter el código ―protestó Lisa, y tras decir aquello, cayó en la cuenta de que aunque aquella era la casa de un banquero, el sistema de seguridad no era como el de una tarjeta de crédito que cuando intentas sacar dinero y pones el PIN mal tres veces, el cajero se la traga.

No sabiendo si empeoraría las cosas, pulsó el botón de SOS que había en un lateral del panel. La alarma siguió sonando.

―¿Hola? ―probó suerte a hablarle al aparato―. ¿Me oye alguien? Hola.
―Buscó en el techo la cámara de seguridad que miraba hacia la puerta y saludó con la mano―. Señores de seguridad, ¿Me ven? O mejor dicho, ¿Me oyen? ¿No? ¿No hay nadie ahí? Eco, eco. No soy una delincuente, solo la hija pródiga que hace mucho que no pasa por casa.

Se quedó callada, sintiéndose una estúpida por estar hablando con la cara pegada a un aparato de plástico, y entonces sonó el teléfono.

Salió corriendo hacia la cocina, que era donde estaba el teléfono más cercano, pero al llegar, se encontró con que allí no había ningún aparato telefónico.

―No puede ser.

Una vez más, salió disparada, en esta ocasión hacia el salón.

Rezaba porque el teléfono que había allí hace ocho meses siguiera en su sitio.

El sonido, al menos, prometía que así sería.

En su camino, casi derribó un jarrón tan obscenamente feo como obscenamente caro, y al descolgar el teléfono, jadeaba.
―¿Hola?

―Buenas tardes, le llamamos de su empresa de seguridad ―dijo la voz de un hombre al otro lado de la línea.

―Sí, sí, hola. Gracias por llamar. ¿Podrían desactivar la alarma? Es que se me ha olvidado la contraseña, pero es una falsa alarma.

―Deme su código de seguridad, por favor.

―Si me acordara, no estaríamos teniendo esta conversación.

―A parte de la contraseña, hay un código de seguridad para casos como este. ¿Se acuerda de ese código de seguridad o no?

―Este… no. Pero mira, me llamo Lalisa Manoban. Soy la hija menor del señor Manoban. Me tendrá ahí, en el expediente.

―Sí, señorita, aquí la tengo en el expediente. Y junto a su nombre me sale el código de seguridad que le estoy pidiendo.

―¿Me das alguna pista de qué puede ser? Mi memoria es tan frágil, que suelo olvidar las contraseñas y códigos.

―Claro, o si quieres que tal te mando el código por SMS.

―Eso estaría genial...… ¿Espera te estás riendo de mí?

―Ya hemos dado el aviso a la policía señorita. Estará allí en cualquier momento.

―¡Espera! Ya me acuerdo de cuál era mi código de seguridad. El nombre de mi ex novia de en aquel entonces. ¿Cómo era…?

―Si no te acuerda de su nombre, es que no era importante para ti.

―Menudo problema llevas tú hoy, ¿No? ¿Este es el trato que te enseñan a darles a los clientes y clientas?

―No, señorita, pero esta mierda de empresa me ha avisado hoy de que me voy a la puta calle, así que como comprenderá, me importa un comino todo lo que suceda hoy.

Lisa se quedó con la boca abierta, pero el joven no había acabado:
―¿Sabes? La alarma por la que paga tu familia tiene que conectarse con la centralita para dar el aviso de robo, y la señal puede desinhibirse con un aparato que vale 40 dólares.

¿Qué te parece? Una mierda. ¿Y sabes lo que me pagan? Una mierda también.

Pero voy a llevarme todas las contraseñas y códigos de seguridad que pueda y los voy a vender.

Así al menos me saco el finiquito que estos hijos de puta no me van a pagar porque me han tenido dos años con contrato temporal, echándome al paro cuando se terminaba y contratándome al día siguiente.

Dos años trabajando para esta gentuza explotadora de mierda que….

Lisa colgó el teléfono.
Prefería esperar a la policía en la puerta con el pasaporte en la mano que seguir oyendo los lamentos de aquel pobre hombre.

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Gracias por leer ✨

Derritiendo el Frío Corazón de Hielo (Adaptación Jenlisa G!P)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora