—Doña Blanca, disculpe que la moleste, necesito hablar con usted.
—¿No puede ser en otro momento? Iba a salir, don Rafael me ha pedido que vaya con uno de los chicos a buscar unas telas.
—Es mejor que no salga...
—¿Cómo dice?
—Ponga la radio, por favor.
Le miro algo intrigada pero le hago caso. Don Emilio me observa, le veo preocupado y por ende me preocupo yo también. Entro al taller y él me sigue unos pasos por detrás. Enciendo la radio y la centro hasta que se escucha algo decente.
«Españoles todos, se ha producido en el día de hoy, 18 de julio del año de 1936 un alzamiento en algunas guarniciones militares de España. El ejército parece haberse levantado en el norte de África y en la ciudad de Sevilla. Otras guarniciones han sido tomadas. Sigan atentos, les seguiremos informando...»
Apago la radio. Contengo la respiración. No sé que está sucediendo. No quiero saberlo. Me doy la vuelta. Las chicas en el taller han dejado de trabajar y han palidecido tanto como yo. Don Emilio me mira, mucho más serio que antes.
—Doña Blanca...
—Tranquilas, chicas...—intento sacar fuerzas de donde no tengo—. Seguro que no triunfa, ya veréis. Será como el del 32, una alarma y ya está. Venga, volved al trabajo.
Salgo del taller, seguida de nuevo de don Emilio y le miro, asustada.
—Usted sabe que quizás no sea como el del 32, verdad...
—Lo sé. No crea que no lo sé. Y además soy la que más se preocupa por ello, recuerde que tengo una hermana...comunista.
—Me hago cargo de ello...quizás debería ir a ver como está su hija...
—Don Emilio, doña Blanca, qué bien que están aquí. Bajaba a hablar con ustedes. ¿Supongo que están al tanto de la situación? Esto es una contrariedad ahora mismo, han puesto el país patas arriba, pero no diré que no se venía venir. Lo de Casas Viejas fue una cagada, hombre. La cosa es que sigan trabajando, hasta que no se sepa nada de Madrid aquí paz y después gloria, cada uno a lo suyo.
—Pero don Rafael, no sabemos si aquí...
—Si aquí pasara algo, lo sabríamos ya. Alguno de nuestros clientes o trabajadores lo habría comentado y no ha sido el caso. Así que sigan, cada uno a su puesto.
—Don Rafael, espere...—le alcanzo, tocando ligeramente su antebrazo.
No es que le haya perdonado lo que me hizo hacer pero las cosas se han suavizado entre nosotros. Hace ya casi un año de aquello, y cada día pienso en él, en sus pequeñas y regordetas manos, en sus mofletes color manzana y en ese pelo cobrizo brillante. Adela me mandó una foto suya en una carta donde me explicaba que estaba bien, que iba a visitarle de vez en cuando, que era un niño sano y hermoso. Me sentí mejor al leerlo, creer que después de todo le di una oportunidad en la vida.
—¿Qué pasa, Blanca?
—¿Podría salir un momento? Solo para ver si mi hija y mi hermana están bien. No tardaré.
—Ahora mismo no. Tienes que volver al taller y reprender el trabajo. Ve cuando haya terminado tu turno.
No digo nada. Trago saliva y asiento. Me doy la vuelva y cuando lo hago aprieto mis labios y cierro los ojos, cerrando también mis puños. En este último año he aprendido a controlarme como nunca, a reprimirme y a protegerme a mi misma. Me convencí de que nadie cuidaría de mí y que debía hacerlo sola. Quizás mi viaje a Barcelona había sido más trascendental de lo que pensaba. Vuelvo al taller. Las chicas me miran, intrigadas, y entiendo que debo darles una explicación.
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Una vida entre telares
FanfictionFic sobre la historia más desconocida de Blanca, todo lo anterior a las Galerías y los primeros años en ellas.