1. Inicios

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«Hoy empiezo mi nueva vida» es lo último que le dije a mi padre antes de salir de la que había sido mi casa durante años. Era lo mejor que podía hacer, casarme y marcharme. Mi madre estaría orgullosa de ello, supongo. Mi padre no lo estaba tanto pero no tenía más remedio que aceptarlo. Tenía a mi hermana todavía para cuidarle y yo, yo debía seguir con mi vida. Hubiese sido peor si le hubiese contado la verdad, que estoy embarazada. Eso habría terminado de sentenciarme ante él. Probablemente me habría echado él mismo a patadas de casa. Era preferible lo primero, no decir nada y acatar las consecuencias. Juan era un buen chico, lo es de hecho. En cuanto se lo conté no se asustó, simplemente asintió y asumió lo que habíamos hecho. Todavía lo recuerdo, aquella tarde…se nos fue de las manos. No es que yo no quisiera hacerlo, de hecho moría por ello pero fuimos inconscientes. No importa, le quiero y casarme con él y tener un hijo suyo no suena tan mal. Solo hay algo que me detiene, yo no sé quedarme dentro de casa como todos esperan que haga. Es algo que aprendí de mi madre. No me gustan las clases de costura pero me sirven para salir de casa y conocer a gente nueva. Tal vez podría ganarme la vida con ello.

—Blanca, ¿sigues aquí?

—Sí, perdona, Juan. Solo estaba pensando.

—¿En qué? ¿En la boda?—Juan se acerca mucho más a mí y entrelaza su mano con la mía sobre la mesa—. ¿O en nuestro hijo?—susurra tratando que solo yo le escuche.

A nadie en aquella cafetería le importa que yo esté embarazada, dudo que alguien esté escuchando nuestra conversación pero entiendo a Juan, le da miedo que alguien lo descubra y se lo cuente a mi padre. La culpa no sería para él, quizás solo una reprimenda, quien se llevaría la culpa y sobre todo la vergüenza sería yo.

—¿Cómo crees que será?

—Será tan guapo como tú, eso seguro.

—¿Y por qué tiene que ser un niño? Quizás sea una niña…

—No creo que sea una niña…de todas formas, en cuanto nos casemos y se sepa, le preguntaremos a mi abuela, ya sabes que ella siempre acierta. Todos en la familia le han preguntado siempre y ella no falla. Solo espero que no nos descubra antes de tiempo porque eso sería un desastre…

Le miro a los ojos. Sé que le hace ilusión tener un hijo. Y sé que lo va a querer sea niño o niña. Sé, aunque nunca se lo digo, que se siente orgulloso de casarse conmigo. No me gusta decirlo pero de entre los varios muchachos que me rondaban de un modo u otro, él era el más tímido, el más reservado, el que más me amaba en silencio y no se deshacía en halagos y banalidades como solían hacer los otros. Por eso le elegí, supongo.

—Nos casamos mañana, no creo que se descubra, Juan.

—Lo sé pero…¿no será sospechoso que te quedes justo después de casarnos? Eso siempre enciende las alarmas de las viejas.

—Pues que las encienda, pero tú y yo ya estaremos casados y no importará.

—Sí, pero siempre quedará ahí que nos hemos casado…ya sabes…

—Lo sé…el famoso penalti. Desde luego, siempre con las referencias al fútbol ese, que previsibles sois.

Juan me sonríe. Creo que en el fondo le hace gracia eso del penalti. A mí, sinceramente, me la trae al pairo. Que cada uno piense lo que quiera. Un camarero se acerca a nosotros y deja un par de vasos sobre la mesa, él un whisky, yo un agua con gas. Tomo un sorbo rápido, pasa por mi garganta de un modo algo áspero pero me sienta bien. La verdad es que llevo unos días algo angustiada, mareada y con nauseas, cuadro típico de una embarazada.

—¿Y qué ha dicho tu padre? ¿Se ha tomado bien que hayas llevado tus cosas ya a la casa nueva?

—No demasiado…me ha repetido lo de las prisas, lo de que tenemos toda la semana que viene para hacer la mudanza…esas cosas.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora