37. Maletas

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Suspiro y me siento en la cama. Sigo sufriendo algunos mareos pero más leves que al principio. Apoyo las manos sobre mis rodillas  y cierro los ojos unos segundos, intentando no pensar en lo que estoy a punto de hacer. La puerta de mi habitación se abre y unos pequeños pasos corren hacia mí.

—¡Mami!

Abro los ojos y sonrío al ver a Carmen frente a mí, esperando a que la coja en brazos. Dirijo mi mirada hacia la puerta. Helena espera con los brazos cruzados, apoyada en el dintel de la puerta.

—Esto es de locos...

—Ssshh. Calla.

Niega con la cabeza y cierra la puerta. Coge la silla del escritorio y se sienta frente a mí. Yo cojo a Carmen y la siento sobre mis piernas. Le hago cosquillas, haciéndola reír y patalear. Voy a echar de menos esa risa clara y sincera, tan inocente.

—¿Qué? ¿Estás alargando lo de la maleta porque no quieres irte?

—No es eso...es que no puedo...me está costando un mundo...

—Se está deshaciendo de ti pero de un modo descarado. Si es que te lo dije...¿Tú te acuerdas de lo que decía tía Julia? Que te arrimes al que quieras, pero lo justo para no salir escaldada, y tú vas, y te metes de lleno en las llamas.

—¿Tú has venido a ayudar o a darle al palique?

—Mami...¿dónde vas? ¿Puedo ir yo contigo?

—Cariño, mami se va a Barcelona a trabajar...no puedes venir...

—¿¡Por qué no!? ¡No me gusta tu trabajo! ¡Es injusto!

Salta de mis brazos y corre a los de mi hermana. Aprieta los labios y los tuerce. En eso ha salido a mí. Pero ese apretar de cejas es de Juan.

—A ver, enana...ya habíamos hablado de esto...¿qué habíamos dicho?

—Que no podemos ir a ver a mami pero...—sonríe pícara y lleva sus pequeñas manos hasta sus labios, cubriéndolos, impidiéndose a sí misma decir algo.

—¿Pero qué?

—Ah...es un secreto entre tía y sobrina, ¿verdad, enana?

Me pongo en pie y cojo uno de mis vestidos para meterlo en la maleta. Helena deja a Carmen sobre la cama y coge el resto de ropa que queda en el armario.

—Te voy a echar de menos...

—Y yo a vosotras...no te imaginas cuanto...

—Pero, ¿sabes qué? Que prefiero que te vayas un año a Barcelona que que te vayas para siempre, ya me entiendes.

Dos golpes suaves en la puerta hacen que nos detengamos. La puerta se abre ligeramente y alguien se asoma. Es Rafael. Abre del todo pero espera fuera.

—Veo que han venido a ayudarla...

—Así es. Mi hermana, Helena. Y mi hija, Carmen.

—Yo solo venía a decirle que...el taxi ya está al tanto...en cuanto llegue la aviso...

Asiento. Él sonríe y cierra con cuidado. Helena se sienta en la cama, junto a la maleta y se cruza de brazos.

—Anda que...vaya estirado...¿sabes qué te digo? Que el tuyo te habrá salido rana pero mejor que este...

Ruedo los ojos y sonrío. Helena siempre con sus cosas. Carmen empieza a saltar sobre la cama, haciendo que la maleta se mueva de arriba abajo y apenas pueda cerrarla. Creo que es su manera de impedir que me vaya. La miro y vuelvo a sonreír. Voy a echar tanto de menos esos ojos llenos de vida, esa sonrisa pícara, ese pelo rebelde, prácticamente negro azabache. La voy a echar tanto de menos.

—Anda, ven con mami. Dame un abrazo.

Se acerca a mí saltando mientras Helena cierra mi maleta y la deja en el suelo. La cojo en brazos y la aprieto contra mí tanto como puedo. Helena carga con la maleta y sale de la habitación.

—¿Lo tienes todo?

—Creo que sí...menos mi dignidad...todo

—No te martirices. Esto pasa todos los días, no eres tú la única, bonita.

—Quiero creer que eso va con ironía...

—Va. Es mi modo de afrontar el miedo y los nervios, ya lo sabes.

Me sonríe y asiente. Me acerco a ella y con la mano que me queda libre la cojo de la cintura. Y así salimos a la calle, las tres juntas, agarradas, formando una hilera inquebrantable. Suspiro al ver el taxi aparcado al final del callejón. Rafael espera junto a él, con los brazos cruzados. Aprieto mis labios. Me he prometido a mí misma que no voy a llorar. No cuando ellas estén delante. Helena deja la maleta junto a Rafael y sin decir nada me abraza. Escucho su débil sollozo sobre mi hombro. Aguanto como puedo. Cierro los ojos e intento pensar en otra cosa.

—Blanca...

—Todo va a salir bien, te lo prometo. Te llamaré en cuanto llegue. Te llamaré todos los días.

La miro y acaricio sus mejillas. Mi pequeña, mi casi otra hija. No sé que habría sido de mí sin ella. La quiero tanto.

—Venga, que no quiero llorar...

—Blanquita...que nunca hemos estado tanto tiempo separadas...

—Lo sé. Helena, necesito que seas la madre de Carmen, que la cuides, que la mimes, que la ayudes, como yo te cuidé a ti.

—Sabes que lo voy a hacer. De eso no tengas dudas.

—Blanca, tenemos que irnos...

Asiento y abrazo a mi hermana de nuevo. Dejo a Carmen en el suelo y me agacho frente a ella. Acaricio su rostro y su pelo. Cojo sus pequeñas y regordetas manos y las beso, quiero inpregnarme de su olor, no olvidarlo nunca.

—Cariño...necesito que seas buena, que hagas caso a la tía Helena y a la abuela. ¿Me lo prometes? Cuando vuelva te traeré un regalo precioso, enorme. Y hablaremos todos los días por teléfono, ¿vale?

—Sí...mami...

Su tristeza me rompe por dentro, me hace pedazos. Pero me mantengo firme, sé que puedo hacerlo. La abrazo, la pego a mí con fuerza. No soy capaz de separarme de ella. Tomo aire y me pongo en pie. Tengo que cortar con esto.

—¿Lista?

Helena coge a Carmen en brazos y empiezan a despedirme. Me meto en el taxi sin mirar atrás pero antes les lanzo un beso que espero que dure para siempre. Rafael cierra mi puerta y corre a la otra. Empezamos a avanzar de un modo lento, me giro, me da tiempo de verlas ahí, en el callejón, de pie, despidiéndome. Veo las lágrimas de mi hermana que casi son tan estridentes como las mías en cuanto desaparecen de mi vista. Rompo a llorar tanto como puedo. Empiezo a ahogarme por la intensidad de mi propio llanto. Noto como mis mejillas se van volviendo de un tono rosado. Froto mis ojos. Aprieto mis labios intentando esconder los gritos que ahora mismo me gustaría lanzar, llenos de rabia y quizás de algún improperio contra Esteban y esa maldita noche en su coche que en ese momento fue tan placentera.

—Es mejor así...

—¿¡Así!? ¿¡Apartándome de mi hija!?

—Blanca, sabes que llevo razón...ya te dije que no iba a perderte por culpa de Esteban.

—No vuelva a mencionar ese nombre en mi presencia. Para mí está muerto.

—En eso estamos de acuerdo...No será un año entero, lo sabes. Y te he conseguido un sitio muy bueno donde quedarte y donde trabajar.

—¿Se supone que debo darle las gracias? ¿Eh?

—Entiendo que estés enfadada ahora mismo...

—No quiero hablar.

Zanjo la conversación. Me apoyo en la palma de la mano y me dedico a mirar por la ventanilla, intentando no pensar en nada, en todo lo que me espera. Pero no puedo evitar llevar mi mano hasta mi vientre y pensar en esa pequeña vida que está creciendo dentro de mí y que ha alterado todos mis esquemas.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora