28. César

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Aguanto mi copa de champán entre los dedos mientras observo a la gente con atención. Doblo mis piernas y suspiro. Esteban lleva desaparecido de la fiesta casi una hora. Sé que los temas con su hermana son importantes pero yo también lo soy. Lucía me mira desde lejos y acude a mí, creo que intenta sacarme de la situación. Se sienta a mi lado y apoya su mano sobre mi muslo.

—Esteban siempre hace eso...desaparece y...

—Está hablando con su hermana. Serán cuestiones del trabajo.

—Si todo eso está muy bien, pero ha venido contigo, no con ella. Y a una fiesta, no a una reunión. Claro que en cuanto aparezca se lo diré bien claro, ¿cómo se le ocurre dejar a la mujer más bonita de toda la fiesta sola?

Dirijo mi vista hacia ella de un modo disimulado. Su mano sigue sobre mi pierna. Tomo un sorbo de champán y vuelvo a suspirar. Lo dejo sobre una de las mesas y me pongo en pie. No tengo por qué aguantar esto.

—Si viene le dices que me he marchado. Que me he cansado de esperarle.

Lucía me mira, sonríe y hace un saludo militar con su mano derecha. Cruzo como puedo a la gente que baila y llego al vestíbulo. Se escuchan voces, gritos más bien. Me asomo a la otra ala de la casa. No quiero cotillear pero quizás sea algo grave. Veo a Pilar en la estancia contigua y me escondo, pegándome a la pared.

—¿¡Pero tú te has vuelto loca!? ¿¡Cómo vas a hacernos esto!?

—¡Ya lo has oído! ¡Ya está firmado! Ahora solo te queda elegir. Aunque claro, teniendo en cuenta que en las Galerías está la tonta esa con la que te acuestas...pobrecita, cuando sepa que solo la utilizas...me da lástima en el fondo, fíjate...

—¡Ni se te ocurra hablar de ella! ¡Y menos así!

—Ahora me vas a decir que te has enamorado de ella, ¿verdad? ¡Es una don nadie!

Esteban no dice nada. Se hace el silencio más absoluto entre ellos. Escucho el tintineo de una copa de cristal, seguramente sea la de Esteban. Al leve tintineo le siguen unos pasos. No son tacones, intuyo que de nuevo es él. Aguanto la respiración y salgo a la calle. Echo a correr tanto como puedo, sin mirar atrás, sin esperar a nadie. Me cruzo con gente que me observa extraña, casi pensando que he perdido la cabeza, pero no me importa, sigo corriendo mientras noto como algunas lágrimas empiezan a caer por mis mejillas y me empiezan a nublar la vista. Las aparto casi a manotazos de mí. Noto como me empieza a faltar el aire y me detengo, mi respiración es pesada, ahogada. Tomo aire y cierro los ojos. Ni siquiera sé donde estoy. Miro a mi alrededor, algo confundida pero sigo adelante. Seguro que llego a algún punto que me resulte familiar. Recorro un par de calles de más y entonces le veo, el hombre de aspecto rudo que se encarga de proteger la puerta donde se reúnen los amigos de Helena. Fuma, como la otra vez, apoyado en la pared, con una pierna doblada. Llego hasta él.

—Buenas noches, preciosa. ¿Te has perdido?

—¿Está mi hermana dentro?

—Creo que Helena no ha venido hoy...—deja de fumar y se fija en mí mientras intento esconder mis lágrimas—. Pero pasa si quieres...pídeles un vaso de agua o algo...

Asiento. Él se aparta y me abre la puerta. Mi vista se topa de nuevo con ese pasillo oscuro y deprimente en el que parpadean un par de bombillas colgadas a desmano. Lo recorro intentando calmarme y llego al final. Llamo a la puerta y un chico algo más joven que yo, con el pelo revuelto, la camisa algo desabrochada y las gafas en la punta de la nariz, no tarda en abrirme.

—Hola...

—Buenas noches...yo...soy hermana de...

—¡Oh, eres Blanca! Pasa, mujer.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora