11. Helena

47 6 2
                                    

Miro mi reloj de muñeca. Pasan de las doce de la noche y sigo sin noticias de mi hermana. En cuanto dejé a mi padre en casa empecé a buscarla, sin resultado alguno. No estaba en casa, tampoco estaba en la mía, no había ido a clases de costura, ni a la panadería a media tarde, nada de lo que hace habitualmente. Me siento en el sofá. Carmen ya ha cenado y duerme plácidamente en su cuna. Juan me mira, de pie, con una copa entre las manos.

—Blanca, tranquila. Seguro que está con alguna amiga y vuelve mañana por la mañana.

—No. La conozco. No está con ninguna amiga. Sé donde puede estar—. Me pongo en pie tan rápido como puedo y doy un paso al frente—. Voy a buscarla.

—¿Ahora? ¿Pero tú sabes la hora que es? ¿Cómo vas a salir de casa ahora, sola? Ni pensarlo.

—Juan, es mi hermana. No puedo permitir que le pase nada. Sea la hora que sea. Ahora vuelvo.

Avanzo por el salón pero él me coge de la muñeca. Me aprieta con fuerza y me mira con unos ojos furiosos. Me obliga a retroceder, casi lanzándome de nuevo al centro del salón. Se coloca justo delante de la puerta.

—No voy a permitir que mi mujer salga ahora de casa. ¿Qué te crees? ¿Qué puedes hacer siempre lo que te venga en gana? Pasas el día fuera. No vas a salir ahora.

Le miro, enfadada. ¿Qué mosca le ha picado? Él nunca ha sido autoritario ni brusco conmigo. Trago saliva y me cruzo de brazos.

—¿Esto es cosa de tu madre, verdad? Seguro que te ha ido metiendo ideas raras en la cabeza. Pienso salir digas lo que digas.

Vuelvo a avanzar y me detengo a escasos centímetros de él, mi nariz casi toca la suya. Siento su fuerte respiración sobre mí. Muerde sus labios y me agarra de las muñecas. Sin decir nada me besa con una intensidad desmedida, llevando mis manos hasta mi espalda. Besa y muerde mi cuello. No puedo evitar un jadeo leve. Me hace retroceder hasta que mi trasero choca con la mesa. Solo entonces suelta mis manos para cogerme de los muslos y subirme a ella. Sigue besando mi cuello y agarra mis pechos, abriendo parcialmente mi vestido. Mi mano recorre su pelo y me agarro a él. No le reconozco. Él nunca actúa así, ni siquiera en el sexo. Pero me quiero dejar llevar. No sé muy bien por qué necesito que sea así conmigo, en parte me excita verle actuar de ese modo. Sus manos pasan a mi vestido, abriéndolo de un modo brusco y haciendo saltar los botones a la altura del pecho. Me mira furioso pero excitado, ansioso de tenerme. Le aguanto la mirada unos segundos pero pronto la bajo hasta su entrepierna. Llevo mis manos hasta ella y la acaricio, haciéndole respirar de un modo pesado. Muerdo mis labios y me deshago como puedo de mi vestido. Él vuelve a mis pechos, a morderlos sobre el sujetador. Me estremezco. Me duelen. Los sigo teniendo extremadamente sensibles. Pero al mismo tiempo siento una excitación extraña cuando lo hace.

—Te he echado de menos...

Lo susurra como si no fuese con él, como si algún tipo de narrador ajeno a la escena hubiese intervenido de repente. Ni siquiera me mira cuando lo dice. Acaricio su pelo, dejando un poco de lado la furia y fogosidad iniciales.

—Juan...tengo que hacerlo...

Bajo de la mesa y recojo mi vestido. Él no dice nada. Corro hasta la habitación y alcanzo otro, ya arreglaré los botones en otro momento. Me visto a toda prisa mientras avanzo por casa, hasta llegar a la puerta. Me mira.

—Ve con cuidado, por favor. Llama a Jorge si es necesario, para que te acompañe.

Asiento y dejo un beso rápido en sus labios. Salgo hasta el rellano y bajo las escaleras con prisa, como si me fuese la vida en ello. Llego hasta la calle. Todavía hace calor a pesar de las horas que son. No he pensado muy bien que voy a hacer pero tengo claro que no voy a llamar a Jorge. No a estas horas. Recorro un par de calles en completo silencio, sin cruzarme con nadie hasta que llego a la Gran Vía. Froto mis ojos y me detengo unos instantes, no estoy muy segura de lo que voy a hacer pero debo hacerlo. Cruzo la Gran Vía lo más rápido posible, evitando a la gente y a algún que otro coche, metiéndome de nuevo por calles estrechas. Se pierde el barullo de la Gran Vía, se pierde la gente y los coches, las luces, la música. Ahora respiro un silencio casi sepulcral, solo se escuchan mis tacones contra el suelo. Veo una sombra, a lo lejos, apoyada sobre la pared, junto a puerta que pasa desapercibida. Fuma. Veo como el humo sale con gracia y se eleva hasta perderse en el aire. Me acerco con cautela. 

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora