6. ¿Velvet?

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Aprieto mis ojos y recorro mis párpados con la yema de los dedos. Me duelen. Llevo un buen rato sentada en una silla incómoda, hecha para ocuparla solo poco tiempo. Miro a mi alrededor. Todo es elegante, distinguido. Nunca antes he estado en un sitio así. Miro a la mujer que ocupa la mesa del centro del pasillo. Escribe a máquina a toda prisa, pasa papeles y llamadas al despacho que lleva casi media hora cerrado, no sale nadie de ahí. Cruzo mis piernas. No sé que postura adoptar. Los siete meses de embarazo me empiezan a pesar más de la cuenta. Me apoyo en el respaldo de la silla y suspiro. En ese momento las puertas del ascensor se abren y aparece un hombre joven, alto, bien vestido, pelo engominado hacia atrás y cierto aire de superioridad. Le observo atenta. Tiene algo que me crea curiosidad pero no sé muy bien qué es. Sale decidido y sin decir nada entra en el despacho. Ni siquiera repara en mí o en la otra chica que está sentada a mi lado. Ni siquiera un saludo, nada. Que falta de educación por su parte. Cambio mis piernas. La secretaria me mira y con la mano me indica que me acerque. En cuanto me pongo en pie siento como me duelen las piernas. Llego hasta su mesa y la miro.

—¿Blanca Soto? Pasa.

Asiento. Me acerco a la puerta de cristal translúcido y llamo con los nudillos. Abro con cierta cautela y me asomo. Un hombre joven, moreno y con bigote, me indica que pase desde su mesa. Entro y asiento.

—Buenos días...

—Buenos días. Blanca Soto, ¿cierto?

—Sí.

—Encantado, yo soy Rafael Márquez. Dime, ¿por qué quieres trabajar con nosotros?

—Teniendo en cuenta su estado...—interviene una voz desde el fondo de la estancia.

Me vuelvo ligeramente. Es él. Sostiene un vaso entre sus dedos, con algún tipo de licor. Avanza hasta nosotros y se sienta a mi lado. Siento su mirada sobre mí, como recorre todo mi cuerpo.

—No le hagas caso a mi hermano.

—Necesito el trabajo porque...mi marido está enfermo...no puede trabajar...

—Claro, y con el niño que viene, ¿verdad? ¿Niño o niña?

Le miro. Hace las preguntas con un tono irónico, condescendiente. Como si él fuese el más sabio del mundo y yo una niña que empieza a andar. Creo que dibujo en mi rostro un gesto de asco. Aparto la mirada de él y la centro en Rafael, que parece estar acostumbrado a ese tono de su hermano.

—Es una niña.

—¿Sabes coser?

—Sí, desde pequeña me han enseñado. Mi madre era modista.

Rafael asiente y anota algunas cosas en una especie de ficha. Trago saliva. Por el rabillo del ojo veo como Esteban apura su copa, adoptando una actitud pasota sentado en la silla.

—Muy bien, Blanca. ¿Cuándo sales de cuentas? Es importante saberlo para ver cuando te incorporarías. 

—Por eso no se preocupe. Puedo trabajar cuando sea. Mi marido se puede hacer cargo de la niña.

—Un padre entregado...de esos ya no quedan, ¿eh?

¿Qué pretende Esteban? Aprieto mis manos mientras las escondo. Le gritaría algún tipo de reproche pero me lo callo. No quiero empezar con mal pie. Rafael se pone en pie y me tiende la mano. La cojo y me levanto. Sé que Esteban me mira con atención, a pesar de no haber reparado en mi presencia minutos antes.

—Ahora Esteban, acompaña a Blanca al taller. Que haga la prueba con Mercedes para comprobar como se le da eso de coser. Si Mercedes da el aprobado, mañana mismo puedes empezar con nosotros. Mercedes es nuestra jefa de taller, ahora la conocerás.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora