31. Telas

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—Mira, Pilar, tú dirás lo que quieras pero no fue una buena idea...no, no se lo he dicho...deberías venir tú a decírselo. ¡Da la cara por una vez, cojones! ¡Estoy harto de ser el intermediario! ¡No trabajo para ti!

Aguanto unos segundos en la puerta antes de llamar de un modo suave con los nudillos contra el cristal. Llevo mi mano hasta la manivela y la giro con una paciencia desmedida. No quiero interrumpirle pero necesito hablar con él. Abro unos milímetros y me asomo lo suficiente como para verle, con los pies sobre la mesa, recostado sobre su sillón, con un puro humeante entre los labios y el teléfono en su oído. En momentos como ese me doy cuenta de lo distintos que somos, de lo distantes que son nuestros mundos entre sí. Me ve y me hace un gesto con la mano, indicándome que entre. Obedezco y cierro a mi espalda. Él me pausa con la mano, diciéndome que espere.

—Pero Pilar, que tú quieras hacer negocio con ingleses o americanos o de donde sean no es asunto mío. ¡Yo sigo trabajando para Rafael! ¡Acuérdate! ¡Sería traicionarle si me fuera contigo! Bueno mira, tengo que dejarte, tengo mucho trabajo.

Cuelga el auricular y me sonríe. Quita los pies de la mesa y se incorpora. Sé que no me va a contar nada de lo que sucede pero tampoco es de mi incumbencia, tampoco quiero meterme en sus problemas, suficiente tengo con los míos. Me acerco a él.

—Esteban...

—Ven aquí—. Me coge de la mano y tira de mí hasta que me siento en su regazo.

Empieza a jugar con mi pelo y siento su mano por mi trasero. Aprieta mis glúteos y, rápido, pasa a besar mi cuello.

—Esteban...tenemos un retraso en unas telas...necesito que lo averigües...por favor...

—Luego lo miro...

Me coge de la cintura, haciéndome cambiar de posición. Abro mis piernas y subo mi falda para poder sentarme a horcajadas sobre sus muslos. Me apoyo en el respaldo algo inestable de esa silla con ruedas. Él desabrocha un par de botones de mi camisa y besa y aprieta mis pechos, haciéndome gemir.

—Tengo que volver...al taller...

—Será rápido, lo prometo.

—Esteban...esta noche...nos vemos donde siempre...

Dejo que se recree unos segundos más en besar mi cuello y acariciar mi cuerpo sobre el uniforme pero al momento me pongo en pie, haciendo que pare. Abrocho los botones de la camisa y arreglo mi falda, volviendo a mi posición de jefa de taller.

—Miralo ahora, por favor. Necesitamos esas telas.

—Está bien...que sepas que me encanta cuando te pones seria conmigo...

Tuerzo mis labios, dibujando una leve sonrisa que se rompe al escuchar la puerta abrirse. Dirijo mi mirada hacia quien ahora entra al despacho, hecha una furia.

—¿Pilar? ¿Qué haces aquí?

—Tú—. Me señala con el dedo pero sin ni siquiera mirarme—. Fuera de aquí.

Bajo la vista y no digo nada. No quiero enfrentarme a ella. Salgo del despacho y cierro con cuidado. Quizás en otro momento hubiese parado atención a su conversación pero ahora poco me importa lo que haga Pilar con su vida. Bajo hasta el taller, todo sigue igual a como lo he dejado momentos antes. Las chicas levantan su vista al verme llegar pero no dicen nada.

—Señoritas, de momento no sabemos nada de las telas. Quizás en unos días estén aquí. Por ahora trabajaremos con lo que tenemos.

—Doña Blanca, disculpe.

Don Emilio entra en el taller con unos papeles en la mano y me los tiende en cuanto está lo suficientemente cerca de mí. Los miro por encima, son las referencias de las telas.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora