—¡Blanca! ¡Blanca! ¿Estás aquí?
Escucho la voz de mi hermana, algo alterada, correr por casa, cada vez más cerca de mí. Entra agitada en la cocina, agarrándose del marco de la puerta para no pasarse de estancia. Limpio mis manos con el delantal y me cruzo de brazos, apoyada en la encimera. Carmen, sentada en su trona, se entretiene con unos papeles, los rompe en mil pedazos, lanzando alguno por el aire. Está algo rebelde, últimamente. Supongo que será por estar cerca de cumplir un año.
—¿Esto son formas de entrar en una casa?
—Perdona...—suspira mientras entra y deja un beso rápido sobre mi mejilla, para pasar a sentarse al lado de Carmen y achucharla, cogiéndola en brazos—. ¡No sabes lo que ha pasado!
—Pues no, no lo sé.
Juan llega hasta la cocina y se apoya en el marco de la puerta, observando la escena. No sé si le parece entrañable o algo demasiado sentimental. Le miro, veo que lleva un cigarrillo humeante entre sus dedos que intenta esconder.
—¿Qué es eso?—le increpo, avanzando hacia él.
—Déjame. De todas formas, me voy a morir...
Aguanto la respiración. Odio cuando hace eso. Hay días en que sus ganas de continuar simplemente desaparecen mientras otros se aferra a la vida como el que más. Tuerzo mis labios pero no digo nada más. Vuelvo a mi posición y miro a Helena, que hace como que muerde las manos de Carmen, haciéndola reír.
—Bueno, ¿qué es eso tan importante que ha pasado?
—Ah, sí. Han iniciado un levantamiento militar en Jaca para intentar la República. Es cuestión de horas que se extienda a toda España. Ya estamos preparados para salir a la calle a celebrarlo.
—Un levantamiento militar...no creo que salga bien...
Me fijo en Helena. Le cambia la cara ante las palabras de Juan. No sé si seguirá pensando lo que me dijo aquel día, no sé si seguirá sintiendo algo por él pero algo me dice que no, que ya no. De hecho hasta yo me planteo si siento lo mismo por él. No le sienta bien estar casi encerrado en casa, se ha vuelto arisco, rudo, a veces insoportable.
—¿Y por qué no? ¿Eh? Mira el de Primo de Rivera...¡le salió de la hostia!—Helena aumenta el tono de su voz hasta ponerse de pie, con Carmen todavía entre sus brazos.
—Bueno, ya está bien. No quiero más política en esta casa. Anda, trae a Carmen, que no quiero que te siga en la revolución.
Me acerco a ellas y abro las palmas de mis manos hacia Carmen, que ríe y alarga sus pequeños brazos hacia mí. La alcanzo y la elevo antes de recogerla en mi regazo. Ríe, cogiéndose a mi vestido.
—Te va a salir rebelde, ya lo verás. Va a salir a su tía. ¿Verdad que sí, enana?
Juan desaparece sin decir nada, solo dejando el rastro del humo y el olor del cigarrillo. Suspiro, lo que hace que Helena me mire, algo intrigada.
—¿Y a este que le pasa?
—Que pasa demasiado tiempo con su madre...
—¿Y a ti? ¿Qué te pasa a ti? Hace tiempo que no pasas por casa a ver a padre, como antes. Y cada vez más pareces un alma en pena.
Tomo algo de aire, dejándolo ir despacio. Carmen ha decidido jugar con mis pendientes y el lóbulo de la oreja mientras yo me pierdo entre mis pensamientos ante la pregunta de mi hermana. ¿Qué me pasa? Realmente no lo sé.
—Que no paro, Helena. Estoy todo el día en las galerías y cuando vuelvo me tengo que topar con la cara de pocos amigos de Concepción y con el humor cambiante de Juan. Eso es lo que me pasa. Creo que lo único que agradezco de esta casa es Carmen.
—¿Y ese Esteban? ¿Qué? ¿Sabe Juan que a veces te trae a casa?
Lanzo mi mirada directa a ella y la cojo de la muñeca, apretándola. Creo que capta al instante la situación y con el pulgar y el índice finge cerrarse la boca. No sé muy bien por qué le conté a Helena lo de Esteban. Aunque realmente no es nada. No ha pasado nada entre nosotros, solo tenemos una relación cordial. Con él me siento como con Jorge. Pero tampoco me he atrevido a contarle nada a Juan. Que mi jefe me acompañe a casa con su coche no suena muy de fiar. De hecho yo misma intento esconderlo porque sé que está mal. Siempre me deja dos calles más allá de la mía para que nadie lo vea. Sería mi ruina si alguien lo hiciera, especialmente si se tratara de una de mis vecinas. No tardarían en ir a Concepción con la historia de lo que creyeron ver. Dejo a Carmen en su sillita y me siento. Helena me sigue, tomando asiento frente a mí.
—Con Esteban no ha pasado nada. Ni va a pasar tampoco. Él solo es simpático conmigo, entiende mi situación, nuestra situación.
—Pues a mí algo me dice que a ese señorito lo que le gustaría es que en lugar de hacer vestidos los deshicieras...ya me entiendes...
Tuerzo mis labios. Casi al segundo me doy cuenta de que aparece alguien por la cocina. Juan ha vuelto a ocupar su posición anterior y nos mira, atento.
—Blanca, ¿cenamos? ¿O va a seguir el mitin político mucho rato?
—No sabía que mi presencia te causara tanto hastío—. Proclama Helena mientras se cruza de brazos y echa atrás la silla-. Te estás volviendo un cascarrabias, Juan, joder...ni que tuvieras ochenta años...
—¿Quieres pasar tú esta mierda de enfermedad? ¿Eh? ¡Te paso los putos dolores! ¡Todos para ti! ¡A ver así como eres!
—¡Vale ya! ¡Los dos!
Ante los gritos Carmen empieza a llorar como si le hubiésemos arrebatado su juguete favorito. La vuelvo a sacar y la empiezo a mecer entre mis brazos, intentando calmarla. Helena se pone en pie y sale de la cocina, despidiéndose de mí con un beso en la mejilla y con uno a Carmen. Escuchamos el portazo de un modo lejano.
—Juan...
—¿Se puede saber qué le pasa a tu hermana conmigo? Que últimamente solo sabe atacarme.
—Igual es que tú también estás un poco a la defensiva...
Dejo a Carmen y me doy la vuelta, dispuesta a continuar con la cena pero Juan me lo impide. Se pega a mí por detrás y acaricia mis caderas y mis muslos sobre el vestido. Aparta mi pelo y pasa a besar mi cuello, mordiéndolo despacio.
—Juan, para. No estoy de humor.
Se detiene y se aparta de mí casi al segundo. Suspiro. Escucho como coge una de las sillas y se sienta. Cojo un cuchillo con la mano derecha pero no corto nada. Cierro los ojos unos segundos. La situación me sobrepasa, toda mi vida lo hace. Nunca imaginé que fuese a ser tan duro. Ilusa de mí, pensé que podría compaginarlo.
—Lo siento. No debería haberle hablado así a tu hermana. Igual un poco de razón sí tiene...
Tuerzo mis labios y fijo mi vista al frente. No quiero girarme aunque debería.
—Pues sí...igual sí...
Se hacen unos segundos de silencio hasta que le escucho ponerse en pie y coger a Carmen en brazos. Le siento a mi lado, apoyado en la encimera.
—Te esperamos en el salón, mamá...-finge una voz infantil, como si fuese la de Carmen—Pero no tardes...o nos dará tiempo a hacer la revolución...
Sonrío para mí misma. ¿No puede ser así siempre?
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Una vida entre telares
FanficFic sobre la historia más desconocida de Blanca, todo lo anterior a las Galerías y los primeros años en ellas.