56. La Sierra

15 3 1
                                    

—Doña Blanca, un hombre la está buscando...

Me doy la vuelta hacia la joven dependienta que, desde la puerta, me mira, tímida, con las manos en la espalda y la cabeza ligeramente baja como muestra de respeto, o de miedo, según me dice Don Emilio. Dejo los papeles sobre mi mesa y asiento, saliendo casi al segundo hacia el pasillo. Debe ser Jorge, me prometió que vendría en cuanto lo tuviese todo más o menos controlado. Sé que nada está controlado ahora mismo, la ciudad es un caos, la gente no sabe donde esconderse, como actuar, qué debe hacer con las cosas que le implican en un bando o en otro, los muertos empiezan a amontonarse en la sierra y en otras ciudades, la gente huye de ellas, familias enteras, niños, ancianos. Todo es un caos. Y aquí seguimos escuchando los aviones que nos sobrevuelan, cruzando los dedos para que no nos toque, para que no caiga sobre nosotros. Muchas veces me lo he planteado pero ahora lo sé, ya no me importaría morir, solo si alguien me asegurase que Carmen iba a estar bien. Pero esta guerra horrible no te asegura nada. Llego hasta la garita y veo a mi suegro, con las manos en los bolsillos y fumando un puro. Lo tira al verme.

—Manuel, ¿qué hace aquí?

—Tengo que decirte un par de cosas y no era seguro que Concepción saliera, se ha quedado con la niña, y tampoco podía llamarte por teléfono, por si acaso. He hablado con Jorge, por suerte vas a poder enterrar a tu hermana. Nadie fue a la sierra así que, sabiendo donde estaban pues...

—Menos mal...

—He hablado con Concepción y ambos estamos de acuerdo, puedes enterrarla con Juan. Ya sabes lo revuelto que está todo, y bueno, teniendo en cuenta como...me refiero a que aunque nos ha costado, hemos encontrado a alguien que nos va a ayudar con esto.

—Muchas gracias, de verdad. Se lo agradezco de corazón pero creo que Elena debería estar con mi padre. Sé como está todo ahora mismo y sé como ha muerto mi hermana. Pero también sé que no me perdonaría jamás el no ponerles juntos. Iré yo misma a cavar si hace falta.

—No digas sandeces, mujer. Tienes razón, la pondremos al lado de tu padre.

—¿Y la segunda cosa?

—Blanca...tú sabes que la ciudad no es segura en este momento, que cada bomba cae más cerca, que están cayendo ya sobre los civiles...Mi mujer y yo hemos decidido que lo mejor será irnos al campo. Tenemos una casa bastante aislada en la sierra, ¿recuerdas? No vamos nunca pero...estaremos mejor que aquí. Y en cuanto a alimentos y todo eso...

—¿Y Carmen? Porque yo tengo que seguir trabajando. Aquí no para nadie.

—Lo sabemos. Por eso he venido, a decirte que nos la llevamos con nosotros.

—¿Qué? ¡No puede hacerme esto! ¡No después de perder a mi hermana!

—Blanca, piénsalo. Es mucho mejor para ella...en el campo podrá jugar más tranquila, no sentirá el miedo que siente ahora.

Me apoyo en la pared y agarro mi vientre. No puedo seguir escuchándole. No quiero que se lleven a mi hija durante Dios sabe cuanto tiempo. No quiero separarme de ella, no ahora. La necesito. Ese instinto maternal que había desaparecido desde la vuelta de Barcelona, aflora en mí de nuevo con toda su fuerza. Pero reflexiono, sé que es lo mejor para ella. Ahora mismo la ciudad no es segura. Aunque en realidad nada lo es. Solo sería seguro salir del país, pero las fronteras están saturadas, las comunicaciones cortadas y la ciudad es una maldita ratonera.

—Está bien. Pero me tiene que prometer que llamará todos los días. Que podré hablar con ella y me mantendrán informada de todo, absolutamente todo lo que pase.

—Pues claro que sí. Eso está claro. Blanca, va a estar bien, te lo prometo.

Suspiro y bajo la vista. Todo lo que quiero se desvanece como los edificios cuando les cae una bomba, pierden todo su esplendor y pasan a ser un montón de escombros. Me siento así por dentro, hecha trizas, sola, sin importarle a nadie. Como si a todos los que les importara, ahora ya no les sirviese. Creo que Manuel se da cuenta de mi pesar, de mis dudas. Realmente no he podido llorar a mi hermana, por miedo a las consecuencias. Se acerca a mí y me abraza con fuerza. Creo que tras todos estos años, es la primera vez que Manuel me abraza de un modo sincero. Pero me separo de él tras unos segundos, debo volver al trabajo.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora