24. Fiesta

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Esteban detiene el coche frente a una casa mucho más grande que la suya, mucho más lujosa por fuera, con plantas y césped a los lados, formando una especie de valla que delimita la zona de la casa del resto. Baja y corre hasta mi parte, abriendo la puerta con elegancia. Salgo con cuidado, cogiendo su mano. Todo es delicado, hasta yo, tengo la sensación de que con este vestido y estos zapatos, me muevo mucho más grácil, como si flotara. Avanzamos hasta la puerta de la casa, donde un mayordomo nos espera. Nos abre el paso hacia el interior, donde se escucha barullo y música. Observo lo que me rodea. Nada más entrar, un vestíbulo amplio con una escalera de grandes barandillas y una lámpara enorme. A mano derecha, un salón casi tan grande como mi casa entera, con los sofás ocre apartados a un lado, dejando espacio para que la gente se mueva con libertad y baile a su antojo. Miro a Esteban, se le ve feliz. Se nota que es este su ambiente pero no el mío. Me empiezo a sentir extraña en el momento en que nos detenemos frente al salón y todos los allí presentes me miran. Supongo que Esteban les ha hablado de mí pero no sé muy bien qué es lo que les habrá dicho. Me coge de la mano y me hace avanzar. Uno de los hombres, que sostiene un puro con sus labios y una copa entre sus dedos, avanza hacia nosotros abriendo sus brazos, dispuesto a abrazar a Esteban.

—¡Dichosos los ojos! ¡Ya pensábamos que no venías! Pero si el retraso se debe a esta preciosidad que tengo ante mí, entonces estás perdonado. Soy Pablo—. Me mira y me tiende la mano, esperando que yo se la coja para dejar un beso rápido sobre ella—. Es un placer.

—No seas pesado, Pablo, por favor...

—Soy Blanca, encantada.

Le sonrío. Intento mantenerme serena aunque en realidad los nervios me corroen por dentro. Las mujeres me miran desde lejos, pero una de ellas se atreve a separarse del grupo y acercarse a mí. Me da dos besos en la mejilla.

—¡Por fin te conocemos! Esteban nos ha hablado mucho de ti, no sabes lo enamorado que le tienes. Mira, te voy a presentar a todo el mundo porque visto lo visto...—mira a Pablo con un cierto desdén que la vuelve superior a él—. Yo soy Lucía, y ellas son Agnes, Marga y Teresa. Y ellos, Pablo, al que ya conoces, que es mi marido aunque no lo parezca, Sebastián, Julián y Fede. Y, dime—me coge del brazo y me arrastra hasta el resto de gente, tendiéndome una copa—. ¿A qué te dedicas dentro de las Galerías?

—Soy jefa de taller...

—La jefa del taller, madre mía. ¡Qué responsabilidad! Yo no podría.

—Yo te admiro mucho, que lo sepas. Una mujer ocupando un cargo importante, eso es lo que hace falta.

—Lo que hace falta, querida Agnes, es que las mujeres dejéis de intentar ocupar esos cargos y os ocupéis de la casa y los hijos, que muchas, buscando un puesto en su trabajo dejan de lado eso.

Tuerzo los labios. Creo que ese es Fede. Una frase y ya no le soporto. Quizás lo dice porque sabe que tengo una hija, quizás Esteban se lo haya dicho. Miro hacia mi derecha. Le observo. Habla con Julián, apoyado en la mesa mientras fuma y bebe. Le sonrío a medias y él me guiña un ojo, pero no tardo en volver a la conversación.

—¿Tú tienes hijos, Blanca?

—Sí...una hija...

—¡Ay una niña! ¿Y cómo se llama?

—Carmen.

—Y, dime, Blanca—Fede interviene con un tono bastante desagradable—. ¿Puedes compaginar el criar a tu hija con tu trabajo?

—Lo intento. La cuida su abuela y yo siempre la veo al acabar el turno...si me disculpan...¿el baño?

Lucía me indica el pasillo mientras termina su copa de un sorbo. Mucho me temo que yo también lo voy a necesitar si esto sigue así, si continuo siendo el centro de atención por ser la novedad de la noche. Avanzo a oscuras por el pasillo hasta dar con una puerta. La abro con cuidado y busco el interruptor. En cuanto se enciende la luz, entro y cierro. Me miro al espejo y suspiro. No sé si quiero esto. No sé si quiero estar aquí, con esa gente, con este vestido, con tanto glamour a mi alrededor. Yo estoy acostumbrada a verlo desde fuera, no a vivirlo desde dentro. Escucho un golpe suave en la puerta, que se abre al instante. Esteban entra rápido y cierra.

—¿Estás bien? ¿Te ocurre algo? Si es por ellos, les he dicho que te dejen en paz, que no te pregunten más.

—Tranquilo, estoy bien...solo es que...esto es muy raro para mí...

—Lo sé, te entiendo, pero te acabarás acostumbrando. A lo bueno se acostumbra uno rápido. Anda, vamos.

Me coge de la mano y volvemos al salón. Las miradas antes inquisitivas ahora son más amables. Algunos bailan mientras Lucía se encarga de llenar todas las copas. Me tiende una. Siento las manos de Esteban por mi cintura, me agarra por detrás y besa mi cuello. Me bebo la copa de champán de un sorbo. Lucía me mira y sonríe. Por como lo hace da la sensación de que entiende como me siento.

—Perdona si antes te hemos molestado...no pretendíamos...es solo que, bueno, eres la primera a la que Esteban trae a nuestras fiestas...

Me giro y miro a Esteban, interrogante. ¿De verdad soy tan importante para él? La sensación de ser su simple distracción desaparece de golpe.

—¿Es eso cierto?

—Claro que lo es. ¿Qué pensabas? ¿Qué yo traigo aquí a cualquiera?

Le sonrío y le beso. Sus labios saben a tabaco y a alcohol. Él me aprieta contra su cuerpo y me empieza a mover de un lado a otro, al ritmo de la música. Todos cogen a sus parejas y repiten nuestra acción pero poco me importan ya ellos, ahora en ese salón solo existimos Esteban y yo.

***

—Blanca...venga...tenemos que irnos...

Elevo mis ojos como puedo. Se me cierran, veo borroso incluso. Todo el cuerpo me pesa y lo siento extraño, como ajeno a mí. Escucho una risa torpe a mi lado, proviene de alguien que se apoya sobre mi hombro.

—Déjala...si aquí estamos...muy bien...

Río. No sé muy bien por qué. Me río de Esteban, que me observa, de pie y serio. Distingo a Lucía a mi lado, se deja caer sobre mis piernas. Creo que estamos sentadas en el sofá. Veo como alcanza una botella del suelo y la zarandea. Está vacía.

—Vamos, Blanca, por favor. Estás muy borracha...

—Y tú también...nos ha jodido...

Lucía estalla a reír y yo la sigo. Soy totalmente inconsciente en este momento pero no me quiero ir. Esteban agarra mis manos y tira de mí, intentando levantarme, pero no puede, soy un peso muerto. Afino la vista hacia el otro lado del salón, creo que es Pablo quien duerme en el suelo, apoyado sobre la pared. Esteban se agacha y coge con fuerza mis mejillas, obligándome a mirarle.

—Nos vamos.

Me coge de la cintura y no sé muy bien como, consigue ponerme en pie. Al hacerlo, siento todavía más el alcohol en mi cuerpo. Ni siquiera sé andar.

—¡Blanca! Vuelve...cuando quieras...esta...es...tu casa...

Creo que le sonrío a Lucía, que se deja caer de lleno en el sofá. Esteban pasa mi brazo por detrás de su cuello y avanza hasta salir de la casa. Yo solo le sigo por inercia, mi cuerpo apenas reacciona.

—Este...Esteban...

—¿Qué quieres?

—Fóllame...

Escucho su risa. ¿Por qué he dicho eso? No lo sé. Creo que siempre he querido decirlo pero sobria nunca me he atrevido. Quizás de un modo más sutil. Abre la puerta del coche y me mete dentro. En cuanto cierra la puerta apoyo mi cabeza en la ventanilla y entonces todo se vuelve oscuro para mí.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora