58. Experiencias

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Suspiro de un modo profundo para después aguantar la respiración unos segundos. Estoy nerviosa pero nadie puede saberlo. Si algo me ha enseñado mi madre a lo largo de estos años es a valerme por mi misma, a ser fuerte, a ser independiente y a no esperar nada de nadie. Escucho su voz en mi cabeza. «Carmen, a mí nadie me ha dado nada. Todo lo que conseguido yo sola, recuérdalo». Empujo la puerta de servicio que da al pasillo de las habitaciones de las Galerías. Lo he recorrido muchas veces, pero nunca como hoy. Hoy es la prueba definitiva. Es mi primer día de trabajo a las ordenes de mi madre. Va a ser duro, pero merecerá la pena. Nunca le he echado nada en cara aunque a veces deseaba que estuviese más conmigo. Nunca la he sentido cercana a mí salvo en contadas ocasiones. No suele expresar lo que siente, yo lo sé y he aprendido a lidiar con ello.

—Carmen, hija, estás ya aquí. Así me gusta, que seas puntual.

—Gracias, madre.

—Buenos días, doña Blanca...—. Una joven, Ana, creo que se llama, pasa a nuestro lado y me observa con atención aunque finge no hacerlo.

Creo que es la sobrina de don Emilio. Mi madre me contó hace tiempo que vivía en las Galerías. Recuerdo que le pedí vivir yo también con ella, pero se negó en rotundo. Nunca sé que le pasa por la cabeza a mi madre. Ahora me mira, me analiza y recoloca mi vestido y mi pelo.

—Madre, déjelo.

—¿No querrás ir echa un desastre a hablar con Don Rafael, verdad? Anda, vamos. Te está esperando.

Encara el pasillo con decisión y la observo, atenta, como se mueve, como anda, como mantiene su espalda recta y su cabeza erguida. Supongo que por eso infunde tanto respeto entre las chicas del taller. Yo intento copiarla. Nunca lo afirmaría, pero lo hago. A pesar de todo podría decir que mi madre es mi referente, la admiro por todo lo que ha conseguido estos años, por todo lo que ha sufrido y ha callado. Subimos en el ascensor. Ninguna dice nada. Ella mira al frente. La miro de reojo, intentando adivinar qué pasa por su mente. Creo entender que está más nerviosa que yo. Sé que quiere causarle una buena impresión a don Rafael conmigo y así va a ser. La abuela me ha enseñado a comportarme, a hablar con propiedad, y el abuelo a ser libre, a opinar, a ser crítica. Supongo que si junto todo eso me irá bien.

—Inés, ¿Está don Rafael dentro?—. Le pregunta a la secretaria antes de acercarse a la puerta y llamar con los nudillos un par de veces.

Entra y con un gesto me indica que la siga. Al entrar en el despacho lo observo con atención. Es lujoso, todo en madera. Hay una mesa grande, con papeles y una máquina de escribir. A su lado una copa con algo dentro. Supongo que será coñac o whisky. Don Rafael es un hombre alto, de espalda ancha, moreno y con un bigote perfectamente arreglado. Sonríe al vernos entrar.

—Don Rafael...

—Bueno, bueno, Blanca, veo que has traído refuerzos. ¿Carmen, verdad? Es un placer—. Me tiende la mano y yo le doy la mía.

—Es un placer conocerle, don Rafael.

—Ya me han dicho que lo de coser no es lo tuyo, pero que se te da bien hablar con la gente. Y vamos a comprobarlo. Blanca, puede retirarse. Déjeme un momento a solas con su hija.

Observo a mi madre. Me lanza una mirada de advertencia y pasa después a asentir ante don Rafael antes de salir del despacho. Me deja sola con él. Sé que estará esperando fuera, que no se marchará hasta saber como me ha ido.

—Bien, Carmen. Quiero saber cosas de ti. Solo sé que eres hija de Blanca, poco más.

—Me llamo Carmen Herrero Soto, tengo 16 años y todos estos años en los que mi madre ha estado trabajando aquí yo me he criado con mis abuelos. Siempre he querido trabajar aquí, desde que pisé las Galerías por primera vez.

—¿Por qué?

—Porque siempre he visto a mi madre como un referente. Primero odiaba su trabajo porque la apartaba de mí pero luego entendí lo importante que era para ella. Sé que ella aquí se siente como en casa, y yo quiero sentir eso. Creo que es una forma de estar cerca de ella.

—¿Así que no es por la moda ni por lo que hacemos aquí? Es por tu madre.

—Lo siento pero sí. Sé que no debería darle esa respuesta, no es apropiado, pero prefiero serle sincera.

—Y eso me gusta, y mucho, Carmen. Se ve que tienes ganas de trabajar y ganas de compartir algo con tu madre. Siento habértela arrebatado todos estos años, pero no ha habido ni habrá jefa de taller como ella. De todas formas, tu jefe será don Emilio. Es el jefe de dependientes, así que estarás con él. Él te enseñará todo lo que sabe.

—Muchas gracias, don Rafael. De verdad.

Asiento y sonrío. Creo que ya está. Ha sido fácil. Me despido de él y salgo al pasillo. Mi madre me espera sentada en uno de los sillones pero se pone en pie en cuanto salgo del despacho. Me coge del brazo y me guía hasta el ascensor de nuevo.

—¿Cómo ha ido? ¿Qué te ha dicho?

—Solo me ha preguntado por mí y que por qué quiero trabajar aquí. Nada más. Me ha dicho que don Emilio será mi jefe.

—Está bien. Vamos a buscarte una habitación. En nada llegan varias costureras nuevas y esto va a ser un caos.

La miro. Creo que se alegra por mí pero no me lo dice, no me lo muestra de ningún modo. Aguanto la respiración unos segundos. Esperaba un abrazo o una sonrisa por su parte pero no sucede nada, sigue recta, con su vista al frente. Supongo que tendré que ir acostumbrándome a lidiar con la jefa de taller, que la posee mientras está entre estas cuatro paredes. Bajamos hasta las habitaciones y me guía hasta una de ellas.

—¿A su lado, madre?

—Sí. ¿Qué ocurre? ¿Quieres otra?

—No, está bien.

—¿Le has dicho a tu abuelo que mandara la maleta con tus cosas?

—Sí.

—Bien, estarán al llegar. Tenemos que buscarte un uniforme, ahora que vas a ser dependienta.

—Madre...

—¿Qué?

La detengo en la puerta de la habitación. Me observa, algo interrogante, elevando su ceja izquierda y abriendo ligeramente sus ojos. Me veo en ellos aunque de una forma distinta. Sé que no me parezco a ella en absoluto. La abuela siempre me ha dicho que me parezco a mi padre. Apenas le recuerdo, era muy pequeña.

—¿Se alegra de que yo esté aquí? Quiero decir...que...

—Claro que me alegro, hija, por Dios. Claro que sí. Vas a ser una mujer de provecho con este trabajo, vas a aprender a ganarte la vida.

—Ya...claro...

Dibuja una media sonrisa en su rostro. O eso quiero entender. Vuelve a andar todo el pasillo esperando que la siga en busca de un uniforme que sea bueno para mí. Intento mentalizarme sobre lo duro que va a ser esto pero sé que valdrá la pena compartir mi día a día con ella, aunque sea la jefa de taller las 24 horas del día. 

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora