21. Mudanza

58 6 6
                                    

Miro a todo cuanto me rodea y me cruzo de brazos. ¿De verdad cabe toda mi vida en cuatro cajas? Suspiro. Ahora la casa está vacía, las paredes más desnudas que nunca y los muebles podrían ya ser de cualquiera, no hay ni un solo recuerdo sobre ellos. Me viene a la mente el día que Juan y yo entramos a esta casa por primera vez, estaba casi igual que ahora. Recopilo los pequeños fragmentos de mi vida que han tenido lugar entre las mismas cuatro paredes, el salón dónde Juan solía sentarse a leer el periódico, la cocina donde tantas veces me había abordado para terminar en la habitación, en esa habitación en la que Carmen vino al mundo. Ya no queda nada de eso. Siento un nudo en la garganta al pensarlo. El sonido de unos tacones sobre el suelo me sacan de mi breve ensoñación.

—Pues yo creo que ya está todo—. Sentencia mi hermana mientras lleva a Carmen entre sus brazos.

—¡Mamá!

Carmen ya ha aprendido a decirlo entero, aunque casi prefería su inocente y torpe "má". Alarga sus pequeños brazos hacia mí. Pienso en lo que ha crecido ya. ¿De verdad hace cerca de dos años que empezó todo esto? La cojo y la anclo a mi cintura, como hago siempre, pero esta vez la aprieto contra mi cuerpo. No quiero separarme de ella. Sé que si lo hago una parte de mí se quebrará por dentro, ella me aporta una dulzura que yo no tengo pero que siempre aparece cuando está presente. Tiene un poder especial para ello, casi el mismo que tiene mi hermana.

—Es raro, ¿no crees?

—¿El qué?

—Que todo quepa ahí. Puesto en su sitio parecía ocupar el doble.

—Blanca, lo importante no es lo que ocupe o deje de ocupar, porque eso solo son objetos. Lo importante es lo que te llevas de ellos, los recuerdos.

—¿Y a ti qué mosca te ha picado ahora? ¿Además de política, filósofa?

—Mira, vete a la mierda. Yo solo quería crear un momento bonito.

Me sonríe mientras se agacha hacia una de las cajas y saca algo de ella. No sé muy bien que es porque lo esconde en su espalda. Se pone frente a mí y me lo muestra, sacudiéndolo. Es mi camisón corto.

—Vaya...vaya...con Blanquita...

—Oye, deja eso.

—Me lo podrías dejar, total ya no lo vas a usar. Ah, no, espera. Que igual te hace falta para alguien que yo me sé...

Intento cogérselo pero empieza a correr por el salón mientras lo zarandea. Corro tras ella, con Carmen en brazos, que ríe al vernos jugar de ese modo.

—¡Ven aquí! ¡Devuelve eso a su sitio!

—Cógeme primero.

Corre hasta la cocina y luego hasta la habitación. Parece una niña pequeña cuando hace eso. Se detiene frente a la cama. Me inclino hacia ella para que sea Carmen quien lo coja, pero al hacerlo, tira de mí, haciendo que las tres caigamos sobre la cama. Empezamos a reír. La verdad es que voy a echar de menos momentos como este. Unos pasos detienen nuestra diversión. Nuestro padre nos mira desde la distancia, apoyado en el dintel de la puerta y con los brazos cruzados.

—¿Se puede saber qué hacéis? ¿Qué sois ahora, unas niñas? Venga, Concepción está a punto de llegar para llevarse a Carmen.

—Papá, por favor, no me repitas eso.

—Cuanto antes te hagas a la idea mejor. Al fin y al cabo eres tú la que ha escogido.

Me levanto de la cama tan rápido como puedo y me planto frente a él, frunciendo el ceño. No soporto cuando se pone así conmigo.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora