55. Ay, Elena...

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Españoles todos. Acabamos de ser informados de la llegada de las tropas rebeldes a las afueras de esta nuestra ciudad de Madrid en el día 18 de octubre de 1936. El gobierno republicano está poniendo todo su especial empeño en detenerles. Miembros de los partidos y sindicatos junto a los milicianos que luchan por salvaguardar nuestra querida República ya ocupan sus posiciones en la sierra dispuestos a detenerles. Dolores Ibarruri, la Pasionaria, ya ha establecido el lema que defiende la lucha contra el fascismo con un fuerte y contundente ¡No pasarán!

No puedo seguir escuchando. Dejo el pasillo a toda velocidad. Las costureras, los dependientes y Don Emilio siguen pegados a la radio, atentos a cada segundo de esta dichosa guerra que acaba de comenzar. Don Emilio me sigue y me coge del brazo, deteniéndome.

—¿Adónde va? No sabe que no debe salir. Hay aviso de bombardeos. Los nacionales están a las puertas.

—Tengo que ir a ver a mi hija, ahora mismo. ¡Mi hermana está ahí! ¡En el frente! ¡Con los anarquistas y los comunistas! ¡No puedo quedarme aquí!

—¿La CNT-Fai?

—Sí. Ha ido como miliciana. Dios...en su vida ha cogido un arma...tengo que ir...si Don Rafael pregunta...

—No se preocupe. Yo la cubro, vaya.

Asiento y salgo a toda prisa de las galerías. La gente corre por las calles, tienen miedo a salir. Si los nacionales están cerca no tardaran los aviones. Camiones cargados de milicianos van a toda prisa hacia la sierra. Me siento perdida, asustada. Nunca en mi vida he sentido tanto miedo. Llego hasta casa de Concepción.

—Hija, entra, por Dios.

Carmen corre hasta mí y se agarra a mis piernas con fuerza. Acaricio su pelo. Manuel me mira, preocupado. Lanza el periódico sobre la mesa y enciende un puro.

—Mami...no me gusta esto...

—¿El qué, cariño?—me agacho frente a ella y coloco un mechón de su pelo azabache tras su oreja.

—Esto...quiero que todo sea como antes...

—Lo será otra vez, dentro de poco, te lo aseguro.

Aguanto la respiración unos segundos. Odio mentirle. No sé cuanto va a durar este infierno, no sé cuanto va a aguantar cada bando, no sé nada y no sé como explicárselo a una niña de seis años.

—Blanca, ¿tu hermana?

—Está en el frente...no pude detenerla...se empeñó en vestirse de miliciana y lanzarse a hacer la guerra como si supiera de que va todo eso...

—No hará mucho, seguro que los hombres envían pronto a todas las mujeres a casa.

—Pues eso espero, aunque conociéndola será de las que se ponen en primera línea...

—Dios no lo quiera eso, querida...te quedas a cenar, ¿verdad?

***

Dos golpes contenidos pero a la vez contundentes en la puerta hacen que abra los ojos. Me duele el cuello y pronto entiendo por qué. Me he quedado dormida en el sofá, con Carmen en mis brazos, acurrucada sobre mi pecho. Concepción también se ha dormido en la otra esquina del sofá y Manuel en su sillón. Me incorporo con cuidado, algo desubicada, intentando no despertar a Carmen.

—¿Qué hora es? ¿Quien será?

—Deje, ya voy yo.

Acomodo a Carmen en el sofá y me dirijo a la puerta. En el corto trayecto por el estrecho pasillo siento que algo no va bien. Me duele el pecho, algo me lo presiona y unos pinchazos me recorren por dentro, es como inquietud desconocida. Aunque quizás son solo imaginaciones mías, me acabo de despertar y sigo algo perdida. Abro con cuidado y veo a Jorge al otro lado, que entra rápido y cierra. Está alterado. Va sucio de barro de la cabeza a los pies y distingo una mancha en su camisa, creo que es sangre. Me fijo en sus ojos, ha llorado.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora