—¡Blanca! ¡Hija, por Dios! ¡Ábreme los ojos! ¡Señor, por favor!
Lo único que escucho es la voz lejana de Adela. No puedo ver nada. No siento mi cuerpo. Todo se desvanece a mi alrededor.
***
12 horas antesDespierto algo agitada. Estoy empapada en sudor. No entiendo que me pasa. Debe haber sido una pesadilla, es lo más lógico. Me levanto mientras bostezo y me dirijo hasta la cocina a por un vaso de agua pero no consigo llegar. Un dolor intenso se apodera de mí y hace que me retuerza, apoyándome en la pared. Lo reconozco al instante, es una contracción. No puede ser. No. Todavía no. Es demasiado pronto para esto. Cuando el dolor cesa ligeramente avanzo hasta la cocina y abro la ventana que da al patio de luces. Quiero gritarle a Adela pero no me atrevo, es demasiado tarde para ponerme a gritar por el edificio. Consigo ponerme un vaso de agua y llegar hasta las escaleras, cuando el dolor vuelve. Me agarro a la puerta y grito. Aprieto mi vientre como si eso fuese a servir de algo. Quiero bajar a avisar a Adela pero no llegaré. Llamo con insistencia a mi vecina Mercedes, una mujer de mediana edad con la que pocas veces he coincidido. Abre la puerta algo asustada, vestida con un camisón largo y el pelo cubierto con una rejilla y unos rulos. Me mira de arriba abajo y me analiza mientras jadeo y aparto mi pelo de mi rostro.
—Doña Mercedes, avise a Adela, por favor...
—¿Qué ocurre, hija?
—Ya está aquí...el niño...
Cierra de un portazo y me ayuda a volver a entrar a mi apartamento. Se asegura de que me quedo sentada en uno de los sillones del salón. La escucho bajar las escaleras a toda prisa. Acaricio mi vientre. Un dolor latente se mantiene y no me da tregua pero al menos las contracciones hace un rato que no vuelven de un modo tan intenso. Cierro los ojos. Pienso en Carmen, fue todo tan distinto. Tenía a toda mi familia a mi alrededor, tenía a Juan a mi lado. Y ahora estoy completamente sola. Si al menos Elena estuviese aquí. Reacciono cuando escucho a Adela maldiciendo por la escalera y siento su presencia a mi espalda.
—Ay, Blanca, ¿Cómo estás?
—Ahora bien...
Prácticamente me levanta del sillón y me guía hasta la habitación. Me siento en la cama pero la veo mover una silla hasta el centro de la habitación.
—¿Adela, qué haces?
—Cuando tengas contracciones ven aquí. Así es como se ha hecho siempre. Nada de recostarse, como mejor se da a luz es de cuclillas.
Me fío de ella. Creo que una vez me dijo que había asistido muchos partos, que le hubiese gustado estudiar algo para ser partera pero que no pudo. Supongo que todo lo que sabe le viene por la experiencia y los remedios caseros. Manda a Mercedes a por toallas y trapos empapados y un barreño con agua. Yo mientras no dejo de dar vueltas por la habitación.
—¿De cuánto estás? ¿Se nos adelanta, verdad?
—Sí...son solo siete meses...
Me mira torciendo sus labios. No me hace falta su gesto, yo también sé que esto no va bien. Suspiro. En cuanto lo hago vuelve el dolor a recorrerme la espalda y el vientre. Es una punzada intensa que casi hace que pierda el conocimiento. Me agarro a la silla y Adela corre detrás de mí para sujetarme. Me ayuda a sentarme y me hace abrir las piernas. No estaba preparada para este ejercicio de confianza con Adela pero supongo que no me queda otra opción. Observa con atención lo que sea que esté pasando por ahí abajo pero pronto me mira fijamente.
—Ya viene.
Se arma con todo el material que ha traído Mercedes y se dispone a decirme como ponerme pero la detengo. No lo tengo claro.
—Adela. Quiero tumbarme. Creo que va a ser mejor.
Eleva su ceja izquierda y tuerce la cabeza pero asiente. Me dejo caer sobre la cama y doblo mis piernas. Al menos sirve para sentirme algo más segura y que el temblor en las piernas desaparezca ligeramente. Adela se coloca a mis pies pero antes lanza una mirada voraz a Mercedes que no tarda en colocarse a su lado.
—Vale, Blanca, quiero que empujes. Sabes como hacerlo.
Asiento. Ahora sé como se hace. O al menos eso creo. Cuando siento el dolor recorrer todo mi cuerpo entonces empujo tanto como puedo. Y grito. Grito hasta sentirme liberada. Pero no lo estoy en absoluto, porque la vida que ha crecido en mi interior sigue ahí, resistiéndose a salir al mundo.
—¡Empuja!
Hago caso a Adela. La observo desde la distancia. Veo como las gotas de sudor recorren su rostro aunque yo estoy mucho peor. Todo mi cuerpo está empapado y mi pelo luce como si me acabara de dar un baño.
—¡Vamos, que veo la cabecita! ¡Empuja un poco más, Blanca!
Hago un esfuerzo pero cada vez me cuesta más. No sé si es por el dolor físico o por el emocional que empiezo a sentir pero me mareo, toda mi vista se vuelve borrosa por unos instantes. Noto como Mercedes deja sobre mi frente un paño empapado que sirve para que vuelva a la realidad tras esos instantes de incertidumbre. Respiro profundo y me dejo caer sobre la almohada en cuanto escucho un llanto débil y diría que triste, como el de un pequeño gatito recién nacido abandonado a su suerte. No quiero pensar en eso, quiero olvidar lo que va a pasar con él.
—Mira, Blanca...es un niño precioso...
Adela hace mención de dejarlo sobre mis brazos pero la aparto. No quiero tener contacto con el niño, no quiero verle, no quiero encariñarme con él. Suena horrible y en mis pensamientos es el acto más atroz que he cometido en mi vida. Escucho a Adela como llama a Mercedes y le ordena que traiga cantidades enormes de mantas para envolver al niño, que ahora llora con algo más de fuerza, aunque es tan pequeño que Adela puede sujetarlo prácticamente con una mano. Cierro los ojos, intento olvidar lo que acaba de pasar, quiero pensar que estará bien, que Adela cuidará de él lo mejor posible y que yo podré volver a casa tan pronto como pueda ponerme en pie. Poco a poco mis pensamientos van desapareciendo y un sueño dulce se apodera de mí, es como ese sueño reparador que penetra en una cuando una tarde de primavera se tiende al sol ligero sobre el césped. Recuerdo cuando Elena y yo hacíamos eso en la Sierra, cuando todo parecía fácil y las hierbas más altas nos hacían cosquillas en los muslos mientras dormitabamos sobre ellas y solo se escuchaba a nuestro alrededor el agua de algún riachuelo y el cantar tímido de los pájaros. Me dejo sumergir en esa fantasía, en ese recuerdo lejano. No escucho a Mercedes que le grita a Adela de un modo desgarrado, ni veo a Adela dejar al niño y correr frente a mí, arrodillándose frente a la cama y abriendo mis piernas para comprobar que me estoy desangrando. No soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor porque sigo en el césped y en la tarde de primavera.
—Blanca...Blanca...despierta...—escucho que alguien me llama, en mi mente es mi madre quien susurra mi nombre, quien quiere que deje de jugar y vaya junto a ella. La realidad es que Adela grita mi nombre desesperada mientras saca de entre mis piernas toallas empapadas en sangre.
El llanto del niño y los gritos de Adela, que además mueve mi rostro y lo abofetea ligeramente, hacen que vuelva a la realidad. Suspiro profundo, como si hubiese regresado de una muerte segura y observo a mi alrededor. Mercedes mece al niño que llora desconsolado, Adela se encarga de intentar detener la hemorragia y Marcela agarra mi mano y me sonríe al verme volver de la inconsciencia. Desconozco cuando ha llegado pero me reconforta verla ahí.
—Adela, está despierta.
—Gràcies al senyor, Jesús quin patiment, per l'amor de Déu...
Me cuesta volver a la realidad después de ese sueño extraño. Me siento mareada y débil pero consigo incorporarme ligeramente sobre la almohada. Adela se abanica con la mano y llega hasta mí. Parece que la hemorragia ha cesado.
—Hija, que susto nos has dado...menos mal que ha parado...
—Gracias...Adela...
—Blanca, el niño es muy pequeño, tenemos que cuidarlo mucho, especialmente tú...
—¿A qué te refieres?
—Tienes que quedarte, cuidarlo, darle el pecho...no puedes irte ahora, tienes que sacar al niño adelante.
—No. No puedo hacer eso. No puedo.
—Debes hacerlo, Blanca.
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Una vida entre telares
FanfictionFic sobre la historia más desconocida de Blanca, todo lo anterior a las Galerías y los primeros años en ellas.