13. Juan

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Llego a casa tarde, como siempre. Esta vez no me ha acompañado Esteban, de hecho hace días que no le veo, creo que ha vuelto a desaparecer. Lo hace a menudo, se va sin decir nada. Rebusco las llaves en mi bolso y mientras lo hago pongo atención, se escucha barullo al otro lado de la puerta. Abro con cierta cautela y entro.

—¡Ya estoy aquí!

Recorro el pasillo y llego hasta el salón. Al hacerlo, no puedo evitar que mis llaves caigan al suelo. Y mi bolso. Y casi yo misma. Intento analizar la escena que tengo frente a mí pero no puedo. No reacciono.

—¡Blanca! ¡Menos mal que ya estás aquí! ¡Vamos, coge a Carmen! Manuel ha ido a por el coche, no tardará. ¡Vamos, date prisa! Ah, y coge algo de ropa.

Intento atesorar en mi cabeza todo lo que Concepción me grita mientras sujeta el rostro de Juan entre sus manos. Un charco de sangre ya oscura se empieza a secar frente a él. Su ropa está manchada. Está pálido. Carmen llora desconsolada y su rostro, enrojecido, contrasta con el de su padre.

—¿Qué ha pasado? Juan...

No obtengo ninguna respuesta. La puerta de casa se abre. Es Manuel. Reacciono como puedo. Cojo a Carmen casi al vuelo y la anclo a mi cintura, sosteniéndola con un brazo. Corro hasta la habitación mientras Concepción y Manuel levantan a Juan y lo van guiando hasta la calle. Cojo una bolsa, la primera que encuentro, y empiezo a meter camisas y ropa interior de Juan, sin orden alguno. Por suerte Carmen ha dejado de llorar y se entretiene con los botones de mi vestido. Salgo a toda prisa y bajo hasta la calle. Concepción me arrebata la bolsa, metiéndola en el coche. Ni siquiera llego a ver a Juan.

—Deja a la niña con la mujer de Jorge. Que te traiga al hospital. Tenemos que irnos ya.

Se sube al coche y arrancan. Me quedo ahí, de pie, sola, con Carmen en brazos. No me da tiempo a decir nada. Un extraño nudo se empieza a instalar en mi garganta, que intento aguantar ante todo. No voy a llorar. No en medio de la calle. Emprendo el camino hacia abajo, hacia casa de Jorge. Una de mis vecinas se cruza conmigo pero no me dice nada, solo me mira. Creo que imagina que el día en que he perdido la cordura ha llegado. Cojo algo de aire y llamo a la puerta. Escucho unos pequeños pasos que corren hacia mí y que abren la puerta. Reconozco al hijo pequeño de Jorge.

—Daniel...hola, cariño...¿Está tu papá? ¿O tu mamá?

El niño asiente y termina de abrir. Entro con cuidado. Escucho a María desde la cocina preguntando quien es.

—María, soy Blanca.

—Blanca, ¿ha pasado algo?—es lo primero y lo único que pregunta, supongo que al ver mi cara entiende que algo no va bien.

—Es Juan...¿Puedes quedarte con Carmen, por favor? Solo por esta noche. Tengo que irme al hospital.

—Claro, claro. Trae.

Le cedo a Carmen, que empieza a apretar sus labios. Sé que va a llorar, no le gusta separarse de mí. Pero también sé que María se las apañará, tiene maña con los niños, mucha más que yo.

—¿Está Jorge?

—No, no está...tenían una reunión de trabajo hoy...

—Vale, no te preocupes. Avisale cuando llegue, por favor. Y gracias por quedarte con Carmen.

—Para eso estamos, mujer. Con lo que sea, avisad.

Asiento y vuelvo a salir a la calle. No sé muy bien que hacer. Estoy sola y no llevo nada encima. Puedo ir a pie pero tardaría demasiado. Suspiro. No me queda otra. Avanzo con decisión. Ni siquiera sé que es lo que le ha pasado a Juan, solo sé que había sangre y bastante. Intento no pensar en ello, toda opción que pueda cruzar mi cabeza es algo terrible. Seguro que ya han llegado al hospital, seguro que lo atienden y va a estar bien. Tiene que estarlo. Llego a la Gran Vía. Mi paso se reduce en ritmo, hay demasiada gente como avanzar de un modo rápido. Paso por las Galerías, no queda nadie, todo está cerrado pero al avanzar unos metros veo un coche que reconozco. Es el coche de Esteban. ¿Dónde puede estar? Le necesito más que nunca. Me asomo a uno de los bares que quedan al lado de las Galerías. Hay mucha gente, un gran barullo. Me decido a entrar. Miro por encima de la gente, intentando dar con él. Todos me miran, me analizan con la mirada, de los pies a la cabeza. No está bien visto que una mujer vaya sola a los sitios y mucho menos a un bar lleno de hombres. Le veo al fondo de la barra, está con alguien. Distingo el bigote de Rafael. Me acerco a ellos con cuidado.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora