19. Esteban

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Esteban detiene el coche frente a mi casa. La observo, pronto dejará de ser mi casa, el lugar donde viví con Juan, donde compartimos algunos momentos alegres y otros muchos tristes. Creo que tendré que venderla si finalmente me decido por las Galerías. Abro la puerta del coche y salgo. Esteban sale casi al mismo tiempo que yo y se me adelanta a coger las cosas de Carmen. Se planta al lado de la puerta y espera. Yo rebusco las llaves en mi bolso. Con el leve movimiento del coche, Carmen se ha quedado totalmente dormida. Creo que ya no tiene fiebre, lo que me hace suspirar algo más aliviada. Abro y entro a oscuras, él entra detrás de mí. Supongo que nadie le ha visto entrar, es ya tarde y apenas queda gente por la calle.

—Gracias, Esteban...puedes dejar las cosas ahí mismo...

Enciendo la luz, todo está sumido en un intenso silencio que todavía me resulta extraño, no termino de acostumbrarme a llegar a casa y que no haya nadie. A veces sigo esperando a que Juan aparezca de alguna esquina y me sorprenda, aunque casi al segundo me doy cuenta de que eso es imposible. Esteban deja la bolsa de Carmen en el suelo y entra algo más en el salón, colocando las manos en los bolsillos del pantalón. Entiendo con ello que no piensa marcharse, que va a esperar ahí hasta que yo le diga algo. Le miro y le sonrío.

—Ve. Acuéstala. Yo te espero aquí.

Asiento. Mezo a Carmen mientras avanzo por el pasillo para que termine de dormirse. Entro en su habitación sin encender la luz, con el máximo silencio posible, pero escucho una música que parece proceder del salón. Acuesto a Carmen y dejo un beso en su frente. Al salir cierro la puerta, para evitar que se despierte. Vuelvo al salón. Esteban ha encendido la radio, suena un tango, o al menos eso creo. Él mira las fotos que hay sobre el mueble de entrada y fuma. Me apoyo en la pared y le observo.

—¿Sabes bailar tango?

Se gira, me mira de arriba abajo y sonríe, echando una calada profunda, que hace que su rostro se oculte y se vuelva borroso tras el humo grisáceo. Se acerca a mí, quedando a escasos centímetros de mi rostro. Le aguanto la mirada. No quiero empezar a ponerme nerviosa pero sin darme cuenta empiezo a morderme el labio inferior. Siento su mano junto a la mía. No me toca, simplemente me roza. Tomo aire. Por un lado quiero pedirle que se vaya, pero por otro...

—No, no sé...

—Yo pensaba que los ricos sabíais de esas cosas...

Sonríe. Noto como se pega más a mí. Su cuerpo ya está junto al mío. Cierro los ojos. Siento una leve taquicardia. ¿Por qué me hace sentir así? Nunca me he sentido así, con nadie. Su rostro baja ligeramente y besa mi cuello. Elevo mi barbilla y suspiro de un modo profundo. Sus manos empiezan a recorrer mis piernas sobre el vestido. Sus besos sobre mi cuello y su tacto delicado hacen que gima. Le necesito.

—Yo sé de otras cosas...

—Seguro que te has acostado con todas las costureras...y...te faltaba yo...

—Eso no es cierto...tú eres la única...

Llevo mis manos hasta su nuca y me agarro a él. Le beso. Me separa de la pared y me guía hasta la habitación. Creo que al final no voy a poder evitarlo. Quiero que ocurra y no me importa nada más.

                                                        ***

Despierto. Entrabro los ojos despacio y me acoplo a la almohada. Supongo que Carmen sigue dormida, no la escucho llorar ni llamarme. Afino mi vista, Esteban sigue durmiendo a mi lado. No se ha ido, lo que en cierto modo me tranquiliza. Le observo. Duerme de un modo casi más profundo que Carmen. Me pongo en pie, intentando hacer el menor movimiento posible y cojo su camisa, que descansa desde anoche en el suelo de la habitación. Cubro mi cuerpo y salgo de la habitación. Me dirijo a la de Carmen, abro con cuidado y entro. Me acerco a su cama y la observo unos segundos hasta que despierta.

—Cariño...buenos días...

Eleva sus pequeñas manos hacia mí y la saco de la cama, envolviéndola entre mis brazos. Dejo un beso en su mejilla y salgo hasta la cocina. Miro el reloj de pared, todavía tengo algo de tiempo antes de que Helena venga a por ella. La dejo en su silla y abro uno de los estantes pero me detengo, alguien llama a la puerta. Corro a abrir.

—Buenos días.  ¿Y esa camisa?

—Anda, entra.

Prácticamente arrastro a Helena hasta dentro de casa y la llevo hasta la cocina. Se dirige a Carmen, la coge en brazos y empieza a ponerle caras para que se ría. Lo consigue, siempre lo hace. A veces pienso que Helena será mejor madre que yo, tiene más gracia para tratar con niños.

—¿Cómo está esta pequeñaja? ¿Sigue con fiebre?

—Por suerte no. Helena...he hecho algo...Dios...no debería haberlo hecho...me siento tan mal ahora...

—¿Te has acostado con tu jefe? Joder...lo has hecho...¿Es esa su camisa? ¿Sigue aquí?

Asiento. Necesitaba contárselo a alguien y en Helena es en la única en la que puedo confiar. Sé que no lo contará a nadie, que ya ha perdido todos los prejuicios que tenía sobre un tema como este. Sé que sabrá aconsejarme aunque sea menor que yo. Me apoyo en la encimera, esperando a que diga algo, pero simplemente me mira.

—Vale. Blanca, la has fastidiado pero bien. ¿Cómo se te ocurre acostarte aquí con él? ¿No sabes qué alguien pudo verle entrar?

—Nadie le vio. Era muy tarde. De eso estoy segura. Solo necesito que me digas que no está tan mal como creo, como todos creerían.

—No lo está. Hermanita, el que se murió fue Juan, no tú. Que parece que si eres viuda ya te quedas para vestir santos lo que te queda de vida. Y digo yo, que darse una alegría en el cuerpo pues no está tan mal. Ahora, también te digo que vayas con cuidado, que como se entere nuestra señora Concepción eres mujer muerta.

—Eso lo sé, no soy tan tonta. La que más me preocupa no es Concepción, es Pilar, la hermana de Esteban. Tengo que contarte otra cosa...

—¿No estarás embarazada de él, verdad?

—¿Qué dices? ¡No! Es sobre el trabajo...tengo que dejar a Carmen para irme a vivir a las galerías...

—Vaya con los empresarios capitalistas...que sólo miran por el bolsillo...

Me dispongo a responder, a contarle que he decidido dejarla con Concepción, pero unos pasos por el pasillo hacen que me detenga. Vuelvo mi rostro hacia ahí casi tan rápido como mi hermana, mientras Carmen se entretiene con el collar de cuentas de Helena.

—Blanca...perdona...

Me acuerdo de que tengo su camisa. Me la quito, quedando en ropa interior, y se la doy. Helena sonríe y saluda con la cabeza, gesto que Esteban le devuelve. Se termina de vestir y sale de su escondite.

—Yo...debería irme...nos vemos ahora...

Sale con la cabeza baja, como intentando que Helena no recuerde su rostro, como evitando su mirada inquisitiva e insistente. En cuanto sale, me mira y sonríe.

—Tienes buen gusto...

—Muy graciosa. Anda, llévate a Carmen. Tengo que arreglarme o llegaré tarde.

—Oh, claro...tienes que darle un beso de buenos días.

—La que me dará un beso de buenos días en forma de reprimenda será Mercedes como no entre a tiempo.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora