15. Memento Mori

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Entreabro los ojos apenas unos milímetros, lo suficiente para medio vislumbrar a lo lejos a Juan, que sigue en la cama. Los vuelvo a cerrar pero tan solo un segundo porque le escucho moverse y toser de un modo profundo, ronco, extraño. Me pongo en pie tan rápido como puedo. Todo está a oscuras. Ni siquiera entra luz por la ventana, debe ser de madrugada. Enciendo una pequeña luz que queda justo al lado de la cama y me acerco a él, cogiéndole de la mano. De nuevo, la sangre lo vuelve a teñir todo de rojo.

-Juan, voy a avisar al médico. No me gusta esa tos-. Le suelto la mano y me voy separando de la cama.

-Espera. Ven-. Me lo susurra de un modo lejano, como un fino hilo de voz.

-¿Qué pasa?

-Te quiero, te quiero mucho, Blanca.

Aprieto mis labios mientras le observo. ¿Qué voy a hacer sin él? Le necesito tanto. Vuelvo a la cama y dejo un beso rápido sobre su frente mientras acaricio su pelo solo un momento. Salgo de la habitación tan rápido como puedo y corro por el pasillo en busca de una enfermera o de un médico. No hay nadie, todo está a oscuras y en silencio. Llego hasta el vestíbulo del hospital. Una mujer de mediana edad lee una revista con las gafas justo en la punta de la nariz mientras reclina su silla y apoya sus pies.

-Llame a un médico, por favor.

-¿Qué ocurre?

-Es mi marido, está peor.

La mujer vuelve a una posición más normal y alcanza el teléfono. Espera unos segundos a que le respondan. Yo me cruzo de brazos. Mi pie empieza a moverse de arriba abajo de un modo rápido, me estoy empezando a poner nerviosa. Un médico emerge de entre las sombras por uno de los pasillos y llega hasta nosotras. No dice nada, simplemente me abre paso para que le guíe hasta la habitación. Recorremos los pasillos en silencio. Intento apretar el paso, un segundo puede ser decisivo en la vida de Juan. Abro la puerta de la habitación sin pensarlo dos veces. Juan está acostado, tal como le había dejado, pero con los ojos cerrados. El médico me aparta y corre hasta él. Le toma el pulso e intenta adivinar si sigue respirando. Aprieto mis labios. No, por favor, no. Cierro los ojos unos segundos y al hacerlo, varias lágrimas empiezan a derramarse por mis mejillas. No necesito que él me diga nada, lo sé, lo siento. Sé que se ha ido y que yo no estaba con él. Siento como me tiemblan las manos, como todo mi cuerpo empieza a temblar. Sé que me estoy empezando a poner pálida. Abro los ojos. El médico me mira con ojos tristes y el rostro algo compungido. Se acerca a mí y coge mis brazos.

-Lo siento...pero...

Las débiles lágrimas se vuelven más intensas. Creo que me voy a desmayar pero al mismo tiempo quiero gritar. No estaba preparada como creía, definitivamente no lo estaba. Mis piernas pasan a temblar más de la cuenta. Me siento débil. Siento un dolor fuerte en el pecho. Grito. Más que un grito es casi un berrido. Mis piernas deciden no colaborar pero no caigo, el médico me sujeta. Apenas le veo, mis ojos vidriosos no me dejan ver más allá. Empiezo a ahogarme resultado del llanto incesante. No puedo respirar. No puedo parar de llorar. El médico me envuelve entre sus brazos y me ayuda a llegar hasta la silla.

-Espere aquí...le traigo un poco de agua...

Se gira pero no le dejo continuar. Le cojo de la mano y la aprieto. Intento fijar mi vista en él tras todas las lágrimas que cubren mi rostro enrojecido.

-Avise a su madre...por favor...

-Claro, ahora mismo-. Se suelta de mí y asiente.

Espero a que haya salido de la habitación para ponerme en pie y llegar hasta la cama. Cojo la mano de Juan y la aprieto, acercándola a mi pecho. Muerdo mi labio inferior. No quiero llorar más pero no puedo parar. Intento calmar mi respiración.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora