—¿Te dio la carta, verdad?
—¿Cómo dice?
Miro a Concepción mientras limpio mis manos con el delantal que me ha dejado prestado. Suelo venir un par de veces a la semana a hacerle la cena a Carmen y pasar más tiempo con ella. Ahora se entretiene en su trona con una muñeca a la que zarandea con gracia. Concepción se cruza de brazos y se apoya en la encimera. Me mira insistente.
—Mi marido. Te dio la carta de Juan porque no la encuentro por ningún sitio.
—Sí, me la dio. Era mía. ¿Tiene algún problema al respecto?
—Ninguno mientras no se sepa lo tuyo. ¿Quieres marcar a tu hija de por vida?
—¿Perdón? ¿Qué más dará si yo estaba embarazada antes o después de casarme? Carmen es de Juan, mi marido.
—Ya. ¿Y quién asegura eso? ¿Eh? Podría ser de cualquiera.
Tuerzo los labios. Me estoy empezando a sentir molesta e insultada por las palabras de Concepción. Juan no tendría que haberle dicho nada. Demasiado había aguantado sin soltármelo. Apago el fuego y paso la cena de Carmen a un plato pequeño. Me siento a su lado, haciendo caso omiso a las palabras de Concepción.
—Venga, cariño. Vamos a cenar, ¿vale?
Carmen deja su muñeca y me mira con los ojos muy abiertos y brillantes. Creo que le gusta que sea yo quien le dé la cena.
—¿Acaso no se da cuenta de lo que se parece a Juan? ¿Eh?
Concepción asiente a desgana y sale de la cocina, dejándome sola con mi hija. Suspiro.
—¿Y la tita? ¿Viene?
—La tita no puede venir hoy, cariño. Mañana le diré que venga, ¿vale? Y que te lleve al parque a jugar.
Me sonríe. Le gusta que Helena se la lleve al parque. Yo también lo agradezco, me aseguro de que al menos durante un tiempo Concepción no le mete cosas raras a mi hija en la cabeza. Manuel aparece por la cocina, apoyándose en el dintel de la puerta.
—Blanca, teléfono. De las Galerías.
—Voy. ¿Puede seguir dándole la cena, por favor?
Manuel me toma el relevo. Puede que tuviera muchos prejuicios sobre él pero es un buen hombre o al menos un buen abuelo para Carmen. Recorro el salón y llego hasta el teléfono. Concepción hace punto sentada en el sofá. Dudo que se marche para dejarme hablar con tranquilidad. Se quedará para escuchar todo lo que digo, y poder acusarme de algo después. Cojo el auricular y me siento en uno de los brazos del sillón.
—¿Sí? ¿Dígame?
—Blanca, soy yo. Te necesito esta noche. Tengo una cena muy importante con unos comerciales y quiero que me acompañes.
—Pero...yo ahora mismo no puedo...estoy con mi hija...en casa...
—Por favor, no me digas que no. Esas cenas son muy aburridas, seguro que si tú estás lo mejoras.
—Está bien...denme media hora...
—Te espero en el callejón.
Cuelgo el teléfono y aguanto unos segundos la respiración. Concepción se detiene y me mira, bajando sus gafas hasta la punta de la nariz.
—¿Todo bien?
—Sí...sí...unos pedidos muy importantes...ha habido un error...me necesitan para solucionarlo.
—Pues ve. No les hagas esperar.
Quiere tenerme fuera de casa cuanto antes. Asiento. Vuelvo a la cocina, Carmen ya ha terminado todo su plato y ahora Manuel juega con ella y con la muñeca.
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Una vida entre telares
Hayran KurguFic sobre la historia más desconocida de Blanca, todo lo anterior a las Galerías y los primeros años en ellas.