8. Carmen

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Abro los ojos con velocidad. Un fuerte pinchazo en el vientre me hace hacerlo. Me incorporo casi de un salto, estoy empapada en sudor. ¿Qué es lo que me pasa? Siento mis piernas totalmente mojadas, toda la cama lo está. Es imposible que sea por el sudor de mi cuerpo. Vuelvo a sentir una intensa presión. Grito.

—¡Juan! ¡Despierta!

Juan abre los ojos incluso más rápido que yo y enciende la luz. Lanzo una mirada veloz a mis piernas. Todo está empapado pero no es sangre, lo que me alivia en cierto modo.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué es esto? ¡Blanca!

Intento respirar profundo mientras cierro los ojos. Pero esa calma no dura mucho. Me agarro a los barrotes de la cama al volver asentir dos pinchazos casi seguidos. Grito tan fuerte como puedo, hasta me duele la garganta de hacerlo. Juan sale de la cama de un salto y viene hacia mi lado, agarrándome de la mano. Su respiración es tan acelerada que se escucha por toda la habitación.

—Creo que ya viene...Juan...Carmen ya viene...

—¡Mierda! ¡Dime que hago! ¡Joder! ¿¡Qué hago!?

—¡Llama a Helena! ¡Y a tu madre! ¡Corre!

Juan sale de un modo precipitado de la habitación, tropezando con la puerta y el marco de madera. Intento coger aire e incorporarme en la cama pero me cuesta. Las contracciones, al menos, se han detenido por un momento. Bajo las piernas de la cama y me levanto. Me duele la espalda. Lanzo una mirada rápida al reloj de la mesilla, las dos y media de la mañana. Por mi mente solo cruza una idea y no es la de tener a Carmen. ¿Cómo aviso a las Galerías de esto? En los cerca de dos meses que llevo ahí todo ha ido bien, no he faltado un solo día al trabajo y en varias ocasiones he recibido el breve y camuflado halago de Mercedes por mi trabajo. Solo una cosa ha cambiado, Esteban se ha marchado. Creo que todo tuvo que ver con la discusión que tuvo con su hermano aquella noche. Desde aquel día no sé nada de él. Juan vuelve a la habitación con un montón de toallas, que tira al suelo al verme de pie, apoyada en la mesilla de noche.

—¿Qué haces ahí? ¡Vuelve a la cama! He avisado a tu hermana y a mi madre, dice que conoce a una partera y que vendrán enseguida. Creo que tu padre y el mío también van a venir.

—¡Claro que sí! ¡Toda la familiaaa!—alargo la palabra tanto como puedo, las contracciones han vuelto—. ¡Dame la mano! ¡Juan! ¡La mano!

Me mira algo aterrado pero me tiende su mano, que agarro y aprieto con fuerza. Vuelvo a sentir como el dolor recorre todo mi vientre y pasa a mi entrepierna. Me siento en la cama, si no lo hago creo que voy a caer al suelo. Cojo aire y lo lanzo despacio, intentando calmarme. Juan respira junto a mí. Creo que está más asustado que yo. Ojalá mi madre estuviera en este momento junto a mí. La necesito. Alguien llama al timbre con insistencia. Juan me suelta la mano y corre a abrir, creo que esta vez choca con la pared del pasillo. En cuestión de un segundo mi habitación se llena de gente. Aparece mi hermana, con el rostro tan pálido con la pared, Concepción, con las mangas recogidas y subidas hasta el antebrazo, como si estuviera dispuesta y preparada para ir a la guerra, otra mujer que deduzco es la partera y por último la hermana de Juan, que se apoya en el dintel de la puerta y se cruza de brazos, como si aquello no fuese con ella. De fondo escucho la voz de mi padre y la de Manuel. Esperarán a que nazca con un buen puro y una copa entre las manos. Quién pudiera cambiarles el sitio.

—A ver, muchacha, túmbate y abre las piernas. Pon una a cada lado. ¿Cuánto tiempo hace que has roto aguas?

—No lo sé...una media hora...

La partera asiente y se coloca a los pies de la cama, esperando para verme totalmente expuesta frente a ella. Hago lo que me dice, mi hermana me ayuda a colocarme mientras Concepción humedece un paño y lo coloca en mi frente. Siento las manos de la partera entre mis piernas, en mis muslos. Está fría. Concepción suspira algo agitada.

—Es demasiado pronto...viene demasiado pronto...

La partera me mira. Creo que ella sabe que no es así, que Carmen nace cuando le toca, con sus perfectos nueve meses y no los siete que Concepción imagina. No sé cómo se lo va a tomar si lo descubre pero ahora me importa más bien poco. Dudo que la partera diga algo al respecto por como me mira. Sigue con sus manos entre mis piernas, no sé muy bien que es lo que está haciendo.

—Muchacha, has dilatado lo que deberías. Así que ahora solo tienes un trabajo que hacer, empujar. Pero empujarás cuando yo te diga, ¿entendido?

Asiento aunque no sé muy bien cómo hacerlo. Es mi primera vez frente a esto. Siento subir el dolor por todo mi cuerpo hasta casi llegar a mi garganta. Grito tanto como puedo, grito hasta quedarme sin voz, hasta que mi voz se convierte en un fino hilo, como un susurro. Acompaño al grito con toda la fuerza de mi cuerpo. No sé si es así como se debe hacer pero no sé hacerlo de otro modo.

—Muy bien, muy bien...sigue empujando...

Elevo la vista hacia Helena. Me mira algo asustada pero no deja de sujetarme la mano. La aprieto tanto como puedo. El paño de mi frente está empapado y algunas gotas de sudor ruedan por mis mejillas. Concepción se deshace de él y sale de la habitación. Grita el nombre de Juan, al que escucho correr por el pasillo pero como un rumor lejano, ajeno a mí. Le noto a mi lado pero por cuestión de segundos mi vista se vuelve borrosa. Me agarra la otra mano y la aprieta.

—¡Empuja!

Hago tanta fuerza como puedo, clavo mis uñas en las manos de Juan y de Helena y grito, grito hasta quedarme sin aliento. ¿Cuánto más va a durar esto?

—¡Vamos, que ya veo la cabeza! ¡Empuja!

—Empuja, Blanca, empuja. Vamos—. Añade Concepción con calma.

Creo que es la única que no se ha dejado arrastrar por la tensión del momento, por mis gritos, por los nervios de Juan y por la insistencia de la partera. Juan suspira e intenta liberarse de mi mano, pero no puede porque le vuelvo a apretar con fuerza para volver a empujar.

—¡Vamos! ¡Un poco más! ¡Ya está aquí!

—¡No puedo empujar más! ¡Joder! ¡Sácala ya!

No sé que me pasa pero necesito gritar a todos los que tengo frente a mí. Creo que es el dolor el que me puede. Siento las manos de la partera entre mis piernas de nuevo pero esta vez lleva una toalla entre ellas. Intento volver a empujar pero me empiezan a fallar las fuerzas. Se me empiezan a cerrar los ojos justo cuando alguien llama al timbre.

—¿Y ahora quién es?

—Serán los vecinos...que con tanto berrido no podrán dormir...—deja caer con cinismo la hermana de Juan.

—¡Vete a la mierda!

Me sale del alma gritarle de ese modo. Seguro que después el parto lo justifica. Una extraña sensación de paz me invade de un momento a otro y escucho un llanto intenso y desgarrado justo entre mis piernas.

—¡Ya está aquí! Es una niña perfecta.

La partera la envuelve con una toalla y Concepción no tarda en cogerla en brazos y limpiarla con cuidado mientras la partera se encarga de que todo está bien, de que no me desangro ni nada por el estilo.

—Dámela...

Concepción se acerca a mí y la deja entre mis débiles brazos. Cierro los ojos unos segundos, intentando impregnarme de su olor. No puedo creer que esté aquí. Carmen levanta sus pequeñas manos hacia mí y coge mi dedo índice. Juan, algo pálido y sorprendido, llega hasta mi lado, se sienta en una esquina de la cama y observa a Carmen desde cierta distancia.

—Es nuestra niña...

Sonrío. Creo que es el momento más feliz que he vivido en los últimos años. Concepción sale de la habitación, llevándose a la partera consigo. Helena hace lo mismo, arrastrando a la hermana de Juan hacia el pasillo. Alguien se asoma con cuidado a la habitación y carraspea, haciéndonos saber que está ahí.

—Papá, entra.

Se acerca a nosotros y cubre su boca con las manos. Creo que tiene ganas de llorar pero no lo hace, se contiene.

—Carmen...—susurra con cuidado para no despertarla—. Se parece a ti...a tu madre...

Tuerzo mis labios en una media sonrisa. La luz del sol empieza a colarse por las ventanas, de momento todavía es débil pero no tardará en amanecer. 

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora