3. Tres meses

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Entreabro los ojos. Me cuesta, los párpados me pesan y mi vista sigue algo borrosa. No sé muy bien donde estoy pero todo a mi alrededor parece tener el mismo tono de blanco. Solo llego a ver una silla a mi lado y un pequeño armario enfrente. Siento mi mano izquierda pero no la derecha. Bajo un poco la vista, llevo una vía en la mano. ¿Qué me pasa? ¿Dónde estoy? Intento hacer memoria pero lo último que consigo recordar es la discusión con Helena. Eso es, la discusión. Escucho unas voces no muy lejos de mí, parecen venir del pasillo. Me incorporo un poco en la cama, las sábanas me cubren casi todo el cuerpo y apenas puedo moverme. Creo que una de las voces es la de Juan.

—¡Juan! ¿Estás ahí?

La puerta no tarda en abrirse con velocidad y las dos leves siluetas que antes se veían por el cristal translucido ahora toman forma, son Juan y otro hombre que viste de blanco, debe ser el médico.

—Blanca, estás despierta, menos mal...doctor, venga, por favor.

Juan agarra mi mano y la aprieta mientras se sienta a mi lado. Tiene cara de cansado, está pálido y se le marcan las ojeras. Supongo que mi aspecto no será mucho mejor. El médico me observa y anota algo en su libreta.

—Hola, Blanca, ¿Cómo te encuentras?

—Bien...supongo...¿qué ha pasado?

—Verás, has perdido mucha sangre y tuvimos que actuar con rapidez para salvaros a las dos. Por suerte, todo salió bien. La pequeña está perfectamente.

—¿Es una niña? ¿Está usted seguro?

—Lo estoy. Pero...le estaba comentando a tu marido que...estás cerca de los cuatro meses...lo sabías, ¿verdad? Ha sido una intervención complicada debido a eso, precisamente. Estás en un momento clave del embarazo, podría haberse producido un aborto fácilmente.

—Sí, lo sé. Pero necesito que no lo diga, por favor.

—¿Cómo?

—Lo que mi mujer quiere decir es que...—interviene Juan poniéndose en pie—oficialmente deben ser dos, cerca de tres...

—Entiendo. No es la primera a la que le ocurre. Bueno, les dejo, Blanca, descansa.

El médico asiente y sonríe más por compromiso que por otra cosa. Cierro los ojos y suspiro, dejándome caer de nuevo sobre la almohada. Una extraña sensación de satisfacción me recorre por dentro. Una niña. Miro a Juan, le siento extraño, algo lejano a mí, triste quizás.

—¿Qué te pasa?

—No me vuelvas a hacer esto, por Dios. Pensaba que te perdía para siempre. Que os perdía a las dos.

Sé que aguanta las ganas de llorar, lo veo en sus ojos vidriosos. Se vuelve a sentar junto a mí, pero esta vez sobre la cama. Le agarro la mano y la acaricio con cuidado.

—¿Han venido? Mi hermana y mi padre, digo.

—Tu padre está fuera, esperando. Tu hermana ha pasado la noche ahí fuera también pero creo que se ha ido a casa. Por cierto, ¿qué pasó con tu hermana? Ella no ha querido contar nada.

—Confirmó lo que le rondaba por la cabeza, que estaba embarazada antes de casarnos. Eso es todo.

Me mira. Creo que le sirve porque me asiente. ¿Cómo iba a decirle yo lo que sabía? «Mira, Juan resulta que mi hermana está enamorada de ti» Imposible. Dos golpes leves suenan sobre la puerta, que no tarda en abrirse unos centímetros. Mi padre se asoma y sonríe al verme despierta.

—Blanca, hija...—susurra mientras se acerca a mí y deja un beso rápido sobre mi frente.

—Estoy bien, papá.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora