Suspiro de un modo cansado mientras giro la llave para cerrar la tienda. Por fin, un día más. Marcela hace rato que se ha marchado. Su horario es algo más reducido. No la culpo, si fuese mi tienda, yo también lo haría. Me guardo el manojo de llaves en uno de los bolsillos del vestido y empiezo a andar calle arriba. Mientras hago mi habitual recorrido hasta el apartamento no pienso en nada en especial aunque en algunos momentos me descubro sonriendo y pensando en Carmen. No veo la hora de que llegue y poder abrazarla, sentir su olor de nuevo, su risa infantil pero a veces escandalosa y llena de fuerza. Esa risa la ha heredado de su padre. Pienso en Juan, hacía algún tiempo que no lo hacía y eso me hace sentir mal. Supongo que él me perdona todo lo que ha ocurrido. Nada más girar la calle me encuentro con el rostro serio de Adela, sentada sobre una silla baja de mimbre y madera, pintada de color rojo aunque ya algo descolorido y con partes desconchadas por el uso. Mantiene los brazos cruzados y escucha con atención a una vecina que parece estar contándole algo la mar de interesante.
—Buenas tardes...—me acerco a ellas con precaución. Supongo que a estas horas Adela ya habrá contado a todo el vecindario que hay un hombre en mi apartamento—. ¿Qué tal, doña Adela?
Me lanza una mirada desafiante y se pone en pie. La otra vecina la observa y a mí se me detiene la respiración. Me coge de la muñeca, pero de un modo suave, y tira de mí hasta dentro del edificio.
—Escúchame. He vuelto a entrar al apartamento. Ese amigo tuyo, César me ha dicho que se llama, tenía cara de no haber comido bien en una eternidad. Le he preparado un caldo y un poco de carne. Tienes para cenar tú. ¡Ah! Y la ropa que llevaba, eso es otro cantar, le he regalado dos camisas, algo es algo.
No puedo evitar sonreír y abrazarla con fuerza, aunque yo no sea muy dada a abrazar y creo que ella a recibirlos. Noto su mano dándome un par de palmaditas en la espalda, indicándome que me separe de ella.
—Muchas gracias, Adela. De verdad, gracias. No sabe cuanto se lo...
—¡Que sí, que sí! Que me queda claro. Ahora, una cosa te digo, unos días vale, pero más no. Y una cosa...¿es un fugitivo o algo por el estilo?
—¿Qué? ¡No! Busca trabajo por aquí, eso es todo...
Le dedico una nueva sonrisa antes de subir al apartamento. Necesito saber cómo está César. Abro rápida, tengo el pulso algo acelerado y no sé por qué. Entro y cierro la puerta. No hay nadie en el pequeño salón.
—¿César? ¿Estás aquí?
No hay movimiento ni en la cocina ni en el salón. Recorro el corto pasillo y diviso algo de luz en el cuarto de baño. Me asomo con cuidado y algo me impide apartar la mirada. César, con el torso desnudo, coge agua de un cubo de metal y la deja caer sobre su rostro, su pelo y su pecho. Reacciono en cuanto me doy cuenta de que estoy mordiendo mi labio inferior. Golpeo la puerta con los nudillos y sonrío cuando él se percata de mi presencia.
—¡Blanca! Perdona, no te había oído llegar.
Todo su pelo chorrea y las pequeñas gotas caen por su rostro con gracia. Entro y le alcanzo una toalla que él coge rápida. Empapa esas pequeñas gotas y frota su pelo para secarlo. Yo simplemente le miro durante esos pocos segundos.
—Estaba refrescándome un poco. Por cierto, Adela es muy maja. ¿Sabes? Me ha traído comida y dos camisas. Ah, y me ha dicho que conoce a no sé quien que podría darme trabajo.
—Sí, es muy buena gente aunque no lo parezca...bueno...esto...te dejo terminar...
Sonrío y me dispongo a salir pero él me coge de la mano y tira de mí haciendo que vuelva a entrar. Casi sin darme cuenta siento sus manos en mi cintura y en mi espalda y sus labios mojados sobre los míos. Cierro los ojos y dejo que me bese, que su lengua me invada y que sus manos pasen hasta mis glúteos. Los aprieta con fuerza y yo simplemente me rindo. Deseaba que lo hiciera desde el día en que le conocí, escondido en aquel despacho, detrás de todos esos papeles y esas gafas redondas siempre al borde de su nariz. Avanza y me pega a la encimera. Me agarro a su pelo e intensifico el beso. Él pega su cuerpo a mí y siento entonces su erección entre mis piernas. Pasa a besar mi cuello con pequeños mordiscos. No puedo evitar gemir. Recorro su espalda con mis uñas. Quiero que me haga suya. Por momentos me olvido de mi estado, lo que tampoco es un impedimento.
—Blanca...
Suspiro y llevo mis manos hasta sus pantalones, desabrochándolos con rapidez. Él sube mi vestido hasta la altura de la cintura y baja mi ropa interior. Muerdo mis labios. Creo que no soy del todo consciente de lo que está apunto de ocurrir. Me apoyo en la encimera y él me ayuda a sentarme sobre ella. Me besa de nuevo, clavando sus dedos en mis muslos. Me agarro a su espalda pero de pronto algo me detiene. Alguien llama a la puerta.
—¡Blanca! ¡Teléfono!
Suspiro y le miro. No duda en apartarse de mí y con su mano derecha me indica el camino hacia la puerta. Bajo y me visto mientras recorro el pasillo camino a la puerta. Abro despacio aunque sé perfectamente quien está al otro lado.
—Adela, ¿qué ocurre?
—Te llaman. Tu hermana.
Asiento y bajo con ella hasta la portería. Alcanzo el teléfono.
—¿Elena?
—¡Hermana! Tengo una buena noticia. Ya lo tenemos casi todo arreglado, tu querida y amadísima suegra nos deja algo de dinero para ir y Carmen está contentísima con la idea, le he dicho que iremos a ver el mar y ya solo piensa en eso.
—Dile que se ponga.
De reojo veo a alguien entrar. No tardo en descubrir a César. Coge un paquete de cigarrillos y se acerca a mí. Me pregunta con la mirada, sin decir nada y yo le sonrío. Acaricia mi cintura y deja un beso en mi cuello antes de volver al patio.
—¡Mamá!
—¡Ay, cariño mío! ¡Qué ganas tenía de escucharte!
—Mami me ha dicho la tía que podemos ir a ver el mar, ¿es verdad? ¿Vamos a ir? Por favor, dime que sí.
—Pues claro que sí, si tu quieres ir, vamos. Verás lo bonito que es.
La escucho reír al otro lado y decirle algo a Elena que no alcanzo a entender. Tengo tantas ganas de tenerla junto a mí. Mi pequeña Carmen.
—Blanca, lo dicho en nada nos tienes ahí. Ahora tengo que dejarte, tengo que llevar a Carmen con su abuela.
—Claro, os espero. ¡Adiós, cariño mío! ¡Te quiero!
Escucho su lejano "adiós, mami" que hace que me estremezca. A veces la siento tan lejos de mí, siento que crece y yo no estoy, que me estoy perdiendo lo mejor de ella. Cuelgo el teléfono y me doy cuenta de que Adela me observa, apoyada en el dintel de la puerta.
—¡Ay, los niños, los niños! En cuanto te crezca un poco más y empiece a responder se te quitará esa cara que tienes ahora.
Paso por su lado y acaricio su brazo, dedicándole una leve sonrisa. Elevo mi vista hasta el apartamento, no estoy muy segura de que va a pasar ahora, cuando vuelva a entrar. Subo despacio y entro. César está sentado en el sofá del salón y fuma un cigarrillo.
—Hola...
—Hola.
—Esto...lo de antes...me refiero...
—Haremos lo que tú quieras hacer. Eso es todo—. Apaga el cigarrillo y me mira, sonriente.
Muerdo mi labio inferior y llego hasta él. Me coloco enfrente del sofá y él me mira de arriba abajo. Desabrocho mi vestido y lo dejo caer al suelo. Estoy deseando hacerlo desde el primer día aunque me mintiese a mí misma.
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Una vida entre telares
Fiksi PenggemarFic sobre la historia más desconocida de Blanca, todo lo anterior a las Galerías y los primeros años en ellas.