32. Una sala de fiestas...

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Observo todo cuanto me rodea mientras espero en la calle, con los brazos cruzados, a la puerta del edificio donde cada viernes me encuentro con Esteban. Siempre es igual, se está convirtiendo en una rutina, pero no nos queda otra. Yo salgo de trabajar, corro hasta casa, acuesto a Carmen y la achucho hasta que se queda dormida, me cambio de ropa y acudo a la sala de fiestas donde Esteban me espera, siempre junto a la puerta, apoyado en uno de los ventanales. Pero hoy es distinto, he llegado yo antes. Tampoco es que me extrañe, quizás tenía algo más de trabajo, quizás Rafael le necesitaba para algo o quizás Pilar ha decido hacer una de sus apariciones por su despacho. Suspiro y miro a derecha e izquierda, pasan algunos coches, la gente pasea por la acera, algunos se detienen y entran por la puerta que queda justo a mi espalda, lo normal. Miro mi reloj de muñeca, son cerca de las once de la noche y fuera empieza a refrescar.

—¡Blanca!

Me vuelvo hacia mi izquierda al escuchar mi nombre. Le veo llegar, a un ritmo rápido y elevando su brazo derecho, captando mi atención o saludándome, no lo sé muy bien.

—Ya pensaba que me habías dejado plantada...

Sonríe y deja un beso rápido sobre mis labios, cogiéndome de la cintura.

—Yo nunca haría eso. Estaba solucionando lo de las telas y se me ha ido el santo al cielo.

—¿Has averiguado algo? ¿Lo has resuelto?

—Sí. Por lo visto, la empresa esta inglesa, Oxford, fue hasta el proveedor de telas y se las compró a un precio mayor. Pero no sufras, he conseguido que nos envíe lo mismo que le habíamos pedido algo más barato, por la jugarreta que nos ha hecho.

—Desde luego tu hermana Pilar...

Me coge de la mano, entrelazando sus dedos con los míos y roza, delicado, mi barbilla, como si fuese una niña pequeña a la que no quieres darle más explicaciones y prefieres que se calle. Me guía hasta el interior del edificio. Todo rebosa vida, como cada viernes. La gente con un cierto nivel de vida acude a esa sala de fiestas para evitar los bares que abren hasta tarde pero que no son adecuados a su clase. Entiendo que Esteban me lleve ahí, es su ambiente, pero no el mío. Aunque tampoco me quejo, de no ser por él, no lo habría pisado en la vida.

—¿Bailamos?

Sonrío y asiento. Me lleva hasta el centro de la sala, me coge de la cintura y guía mis pasos. Le miro a los ojos. Repaso mi relación con él mientras me da vueltas siguiendo el ritmo de la música. Creo que nunca le he dicho lo que siento aunque supongo que él lo sabe. Sabe que llegó en el momento justo para salvarme, para que no me hundiera, sabe que le agradezco que siempre haya estado ahí aunque le haya costado más de una discusión con sus hermanos, y creo que sabe que le quiero aunque nunca se lo diga. Me sonríe y se acerca a mi oído.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?

—Por nada...simplemente te observo...

—Pues me gusta que me observes.

Sonrío a medias y me detengo. Sin decir nada, entrelazo su mano con la mía y le guío hasta una de las mesas. Me siento y él se sienta frente a mí. Saca un cigarrillo de su pitillera plateada, le da un par de golpes sobre la mesa y lo lleva hasta sus labios, prendiéndolo con cuidado. Observo sus movimientos casi como si fuese un ritual, apoyando mi barbilla sobre la palma de mis manos. Echa un humo grisáceo que llega hasta mí y que respiro cerrando los ojos.

—¿Me dejas probar?

—¿Quieres fumar?

—Sí, ¿por qué no?

Su rostro se vuelve pura incertidumbre pero asiente, algo incrédulo, y me tiende su cigarrillo, que cojo entre mis dedos con cuidado. Siempre he sentido curiosidad por hacerlo pero nunca me había atrevido. No al menos con esos puros enormes que él suele fumar. Mueve su silla hasta mi lado y pasa su mano por mi cintura, aproximándose a mí tanto como puede.

—Cuando lo tengas entre los labios, coge el aire, mantenlo un poco y luego, simplemente, suéltalo. ¿Entendido?

Intento hacer lo que me dice. Lo envuelvo entre mis labios y aspiro. Un torrente de humo invade mi boca y mi garganta. Me quema y me corta como si un puñado de cuchillos hubiesen atravesado mi garganta. Intento mantenerlo tal y como me ha dicho y siento como el humo se cuela por mi cuerpo. Lo dejo ir y al hacerlo no puedo evitar toser con fuerza. Un sabor amargo se queda en mi boca, entre mis labios. Es el mismo sabor que noto cuando le beso.

—¿Cómo puedes fumar esto?

—Es tu primera vez...es normal que te moleste...

—Es desagradable.

Me sonríe y se acerca para robarlo de entre mis dedos con sus labios, pero antes de hacerlo me besa, mordiendo mis labios. Vuelve a adueñarse del cigarrillo y fuma con total tranquilidad.

—Puede que no te guste pero...te queda muy sexy...

—¿Ah sí?—pregunto mientras le dedico una sonrisa pícara.

—Sí...

Un camarero corta nuestra conversación, haciendo que el leve tonteo entre los dos se enfríe un poco. Se acerca a nosotros y mira a Esteban, que le pide una copa de coñac. Tampoco sé como puede beber eso, es terrible. Yo simplemente le pido una copa de vino blanco. Asiente y se marcha en silencio, dejándonos solos de nuevo.

—¿Quieres probar otra vez?

—No...quiero probar otra cosa...

A veces creo que me aventuro diciendo cosas así pero está claro que a Esteban le gusta que le tiente, que le provoque y que le muestre un lado sexy de mí que dudo que tenga, casi a la manera de esas mujeres fatales del cine de las que yo estoy tan lejos y él cree que estoy tan cerca. Siempre tengo la impresión que las mujeres de clase alta son así, delicadas pero feroces, que pueden jugar con los hombres gracias a esos vestidos que resaltan las curvas y que quedan tan lejos de las mujeres de a pie como yo. Creo que Esteban esta enamorado de esa parte de Blanca, de la que a veces se viste así, de la que es feroz en el trabajo pero no en el día a día. El camarero vuelve y deja el par de copas frente a nosotros. Tomo un sorbo rápido, llevándome conmigo tanto vino como puedo. Él combina el cigarrillo y la copa.

—Así que otra cosa...

—Y no es el vino...—sonrío pícara mientras me pongo en pie y arreglo mi vestido.

Él me sigue, algo dubitativo e intrigado, pero adivinando mis intenciones. Me toma de la mano y salimos a la calle. Hace fresco pero se puede aguantar. Recorremos un callejón donde supongo que tendrá aparcado el coche. Todo está en silencio y prácticamente a oscuras, las luces son escasas y apenas emiten una luz decente para esa calle. Me guía hasta el coche y nada más llegar me pega a una de las puertas de atrás. Se acerca a mí y me besa, mordiendo mis labios. Su cuerpo se pega al mío y con sus manos recorre mi cintura y mis muslos al tiempo que sus besos pasan a mi cuello. Me agarro a su pelo pero con la otra mano rebusco en sus bolsillos, dando con la llave del coche. Apoyo mis manos sobre su pecho y le separo de mí. Abro el coche y la puerta trasera. Entro y le dedico una mirada afilada, feroz y tremendamente sexy. Él me sigue y cierra de un portazo. Me siento sobre sus muslos y le beso, mordiendo sus labios. Cierro los ojos y me dejo llevar tanto como puedo a esa extraña fantasía.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora