44. Llegadas y salidas

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Noto como los párpados se me cierran sin que pueda hacer nada para remediarlo, acompañados de un leve cabeceo que se detiene gracias a la palma de la mano derecha sobre la que sostengo, apoyada sobre el mostrador. Reacciono y me sorprendo a mi misma. Nunca me he dormido en el trabajo, nunca. Pero quizás que no haya ninguna clienta, que el embarazo avance a ritmos agigantados y que el sol más suave del mediodía se filtre por la ventana y me alumbre lo justo en el rostro tengan algo que ver. Marcela aparece tras la cortina del almacén cargada con tres o cuatro cajas y me sonríe. No me dice nada, creo que sabe que acabo de salir de una especie de trance tan placentero como desconcertante. Estiro mi espalda tras el mostrador, empieza a dolerme. Por un momento recuerdo mi embarazo de Carmen, fue tan distinto a este. Ella era rebelde, se hacía notar, era como si quisiera decirme que estaba ahí, que no me olvidara de ella. En cambio este es tan tranquilo, el niño o niña que llevo dentro apenas se mueve, como si no quisiera estorbarme. Adela no para de repetirme que cuando nazca será de los que se pase las horas durmiendo sin dar guerra ninguna. La verdad es que no quiero saberlo, no quiero saber como será mi niño conforme vaya creciendo. Ya está siendo suficientemente duro este embarazo para mí. Escondo un bostezo entre mis dedos para que Marcela no me recrimine nada pero creo que de todas formas se da cuenta porque me vuelve a sonreír. 

—¿Qué? ¿El niño te da sueño? 

—Lo siento...no pretendía...

—No te disculpes, mujer, es totalmente normal a estas horas y embarazada que te dé más sueño. Anda, ¿por qué no te vas a casa? Ya me quedo yo. Esto parece que va a estar tranquilo hoy. Ve y descansa. Dile a ese amigo tuyo que te prepare un baño y que haga un masaje en los pies y verás que bien—. Ríe mientras coloca unas cajas en la estantería que queda frente a ella—. Ojalá yo tuviera alguien a quien pedírselo. 

Sonrío y dejo la bata blanca sobre el pequeño taburete que siempre tengo detrás y que me salva siempre cuando necesito descansar las piernas. Llego hasta Marcela y la abrazo. Nunca sabré como agradecerle todo lo que está haciendo por mí. Ella se separa de mí, me coge de las manos y las aprieta mientras me mira fijamente. No hace falta decirnos nada más. 

—Anda, vete.

—Si se lo pido y me lo concede, después le envío aquí, no te preocupes—. Río mientras salgo por la puerta acompañada del ya tedioso y repetitivo sonido de las campanillas del dintel. 

Suspiro al salir a la calle y empiezo a andar camino a casa. Pienso en César, ya se ha convertido en un protagonista más en mi historia, así sin planearlo, sin pretenderlo. Los "unos días" que me dijo Adela que se podía quedar en el apartamento se han convertido en casi dos semanas. Me hace sentir tan bien. Aunque no podría definir lo que nos une como una relación, nunca hemos hablado de ello, pero está claro que no lo es. Él siente algo por mí, yo siento algo por él, pero nada más. Sé y soy consciente de que en cualquier momento puede marcharse de mí y no quiero aferrarme a él. No pienso equivocarme otra vez, no estoy dispuesta a ello. Sé que él nunca me haría daño, pero no estoy dispuesta a volver a sufrir por un hombre. En mi mente escucho la voz de mi hermana susurrándome que yo valgo más que ellos, que soy más fuerte que ellos, que sé como gestionar ese dolor y sacarlo adelante. Llego hasta el portal del edificio. Veo a César en el patio, apoyado en uno de los pilares, fumando y hablando animadamente con Adela. Sonríe al verme entrar. 

—¡Blanca! ¡Tengo algo muy importante que contarte!

—¿Qué ocurre? Buenas tardes, Adela, por cierto. 

—Buenas tardes, niña. Os dejo que habléis. César, muchacho, buen viaje y cuídate mucho. 

—¿Te vas?—le pregunto directa, sin ni siquiera pararme a pensar, en cuanto Adela se da la vuelta y avanza unos pasos. 

—He hablado esta mañana con un amigo, me ha ofrecido un trabajo bastante bueno. Lleva una empresa de seguros, así que más o menos podré trabajar de lo mío, ya sabes, números y eso...Pero para eso tengo que irme a Zaragoza...

—¿A Zaragoza? ¿Y cuando te vas?

—Pues mañana por la mañana...me hubiese gustado avisarte antes pero no ha podido ser...ha sido todo muy rápido...

—No, tranquilo...está bien...me alegro mucho por ti, César, de verdad. 

Me coge de la mano y acaricia mis dedos. Ha llegado el momento y ahora sí que parece no haber marcha atrás. Aguanto la respiración unos segundos y aparto mi mano de las suyas. Encaro las escaleras sin decir nada. Muerdo mi labio inferior. No quiero despedirme de él. Me había prometido a mí misma que no me iba a implicar emocionalmente y he fracasado estrepitosamente. Solo deseo que se quede a mi lado. Abro la puerta del apartamento. Le siento tras de mí, como cierra la puerta a su espalda, en silencio. 

—Lo siento, Blanca...

—¿El qué?

—Que no sepa hacer esto mejor...

—¿Esto? Sabes perfectamente que no hay "esto", ni nada que se le parezca, entre nosotros. 

—Dime una cosa, si hubiese sido en otro sitio, en otro momento, ¿lo habríamos intentado?

—Puede. No te niego que te voy a echar mucho de menos—. No puedo evitar acercarme a él y abrazarle con todas mis fuerzas, pegándole a mi cuerpo tanto como me es físicamente posible. Me impregno de su olor, intento guardarlo dentro de mí para no olvidarlo nunca. 

Siento sus manos recorriendo mi espalda y llegar hasta mi cintura. Me besa en el cuello pero sin recrearse demasiado. Es un beso rápido, temeroso de una negativa por mi parte. Me separo ligeramente de él y le miro a los ojos. 

—No mientas. Vas a echar de menos mi delicioso café por las mañanas—. Sonríe intentando que la última vez juntos sea lo menos triste posible aunque no lo consigue. 

Sigo mirándole y le beso sin pensarlo dos veces, agarrándome a su pelo y a su nuca. Él baja sus manos hasta mis glúteos y los aprieta. Quiero que este momento no termine nunca aunque sé que lo va a hacer en cuestión de segundos.

—Creo que no sería una buena idea...

—¿Por qué no? Déjame pasar la última noche contigo, por favor. Después me quedo sola, como siempre. 

—No te quedas sola, mañana al mediodía llegan Elena y tu hija, ¿cierto?

Abro los ojos, sorprendida. No recordaba que justo el día en que César se alejará de mí, volverá mi hija a mis brazos por unos días. Suspiro. ¿Cómo he podido olvidarme de eso? Le prometí que le llevaría un regalo en cuanto fuera a recogerla a la estación de tren. Me separo de César y salgo corriendo del apartamento. 

—¡Blanca! ¿Dónde vas?

—¡Espérame, ahora vuelvo!


Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora