34. 1934

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Abro los ojos tan rápido como puedo y me incorporo. Noto como un malestar general recorre mi cuerpo y se detiene justo en mi garganta, como si una mano me agarrara por el cuello y apretara sin detenerse. Siento náuseas casi al instante. Solo me da tiempo de dejar la cama y salir corriendo por los pasillos en busca del baño. Con suerte creo que todavía es temprano para que las chicas anden merodeando por los pasillos como cada mañana. Me siento en el suelo de uno de los baños. ¿Qué me ocurre? Una sudoración fría se apodera de mí y la presión sigue en mi pecho. Suspiro. Intento mantener la calma y respirar lo más pausado posible. Cierro los ojos y me apoyo en la pared. Me quedo en esa posición unos minutos hasta que escucho unos pasos que se acercan. Me incorporo y arreglo mi pelo con las manos. Quien quiera que esté fuera llama dos veces a la puerta de un modo suave.

—¿Doña Blanca? ¿Está ahí?

Reconozco la voz de Rafael. No sé muy bien qué hace él aquí pero abro con cuidado. Presupongo que tendré un aspecto horrible. Se sorprende al verme.

—¿Qué le ocurre?

—Yo...no me encuentro muy bien...

—Déjeme que la lleve al médico. Ya me dijo Emilio el otro día que estaba usted pálida y mareada. Y ahora esto. Vamos, vístase y la llevo antes de que empiece el turno.

—Pero...

—No hay pero que valga. Nos vamos.

Asiento. Al fin y al cabo no puedo seguir así. Me acompaña hasta mi habitación y espera junto a la puerta. Me visto tan rápido como puedo, como mi cuerpo me lo permite y salgo de nuevo.

—Venga, tengo el coche ahí fuera.

Me envuelve con sus brazos, creo que se ha dado cuenta de que no puedo parar de temblar. Salimos al callejón. Todavía no hay nadie. La ciudad aún está amaneciendo. Alcanzamos su coche y me abre la puerta del copiloto. Entro con cuidado y apoyo mi cabeza en el respaldo. Todo me da vueltas ahora. Cierro los ojos mientras noto como avanza el coche, como gira por algunas calles, pero ni siquiera presto atención. Intento respirar de un modo pausado, calmarme a mí misma para no volver a vomitar aunque sigo sintiendo la misma presión en la garganta. De pronto se detiene. Abro los ojos con cuidado. Intento adivinar donde estamos, creo que es el hospital donde suele acudir la familia Márquez. Rafael me abre la puerta y me ayuda a salir. No sé por qué es tan amable conmigo pero supongo que no le queda otra que ayudarme.  Al alcanzar la puerta del hospital, una enfermera me mira de arriba abajo. Confirmo que no es un hospital cualquiera y yo ahí no pinto nada. Llegamos hasta la recepción y Rafael se acerca, dejándome a mí un poco de lado. Me fijo en el edificio, grande, lujoso, lleno de ventanales, enmarmolinado, muy típico de los Márquez. Un médico se acerca a mí.

—Acompañame, por favor.

Le sigo por los pasillos hasta llegar a una habitación vacía, con una cama, un biombo blanco y poco más.

—Túmbate en la cama. Me ha dicho el señor Márquez que has tenido mareos y vómitos durante estos días. ¿Has tenido alguna falta? ¿Cuantas?

Cierro los ojos con fuerza al escuchar la palabra "falta" y me agarro a las sábanas. No puede ser. No, definitivamente no. Debe estar equivocado. Vuelvo a abrir los ojos, algo asustada, tanto que me vuelven las náuseas a la garganta. Él me mira, espera impaciente mi respuesta para anotarlo en su carpeta. Tomo aire, intentando calmarme. Dirijo mi vista hacia la puerta, Rafael espera fuera, fumando y apoyado en la pared, postura idéntica a la que suele adoptar su hermano. Pienso en Esteban. Esto está tan mal.

—Una...tal vez dos...no lo sé a ciencia cierta...yo...

—No te preocupes. Ahora vendrá una enfermera y te haremos pruebas para estar seguros de que todo esté como debe ser. Aunque lo más probable es que el niño haya salido rebelde de más, lo que produce esos mareos y náuseas.

Asiento y suspiro pero soy incapaz de deshacerme de la presión que tengo en el pecho que hace que me sienta terriblemente incómoda. El médico desaparece, dejándome sola en la habitación. En cuanto le ve salir, Rafael entra y cierra la puerta con cuidado. Se acerca a la cama. Aguanto la respiración, intuyendo lo que va a decirme. Que vergüenza. Jamás había imaginado que me encontraría en una situación así. Rafael esconde sus manos en los bolsillos del pantalón y rodea la cama con una paciencia que me pone de los nervios.

—Estás en una situación muy complicada y...delicada. Lo sabes, ¿verdad? 

—Lo sé...Rafael yo...

—No. No digas nada. Hay que hablar con Esteban cuanto antes. Tenemos que ver como solucionar esto...esto es...puede ser un escándalo, por tu posición, por la de Esteban...

—Lo entiendo. Haré lo que haga falta...Yo no quería que esto pasara...

La puerta se abre de repente, cortando nuestra conversación. Me siento tan culpable ahora mismo y Rafael está tan enfadado aunque no lo demuestre. Fue el primero en advertirme que cortaría mi relación con Esteban si se iba de madre y lo peor que podía pasar ha pasado. El médico le pide con una señal a Rafael que salga de la habitación. Una enfermera se encarga de que se quede fuera y cierra la puerta. El médico se acerca a mí y coloca sus manos sobre mi vientre, apretándolo con cuidado. Por un momento pienso en mi hermana, no sé cómo se lo voy a decir. Y a Concepción. El médico me mira y sonríe pero le dura poco al ver la palidez de mi rostro.

—De momento todo está bien, son síntomas normales de los primeres meses de embarazo...

—Pasé lo mismo con mi hija...aunque algo más leve...

—Si tuvieras algún tipo de problemas como la persistencia de las náuseas, sangrado o algún tipo de síntomas que no tuvieras en el primer embarazo no dudes en venir. ¿De acuerdo?

Asiento. No me queda otra. Me incorporo y me quedo unos segundos mirando a la puerta. Ojalá llegara Esteban y me dijera que todo está bien, que esto no es un problema, pero sentir su ausencia hace que mi sensación de fatiga e incomodidad se incremente. Bajo de la cama y salgo de la habitación. Rafael me coge del brazo y tira de mi hasta la calle. No dice nada, supongo que en este momento le encantaría deshacerse de mí, de que soy un problema en su vida, pensará que no tendría que haberme contratado ni mantenerme en mi puesto ni ascender me a jefa de taller. Siento una presión en la garganta aunque distinta a la anterior, son las ganas de llorar que estoy aguantando desde que he salido de la habitación. Esto no es solo su problema, es también el mío.

—Vamos, sube al coche. Si empieza el turno y no estás empezarán a sospechar.

Obedezco. No me queda otra. Subo y descanso mis manos sobre las rodillas, me tiemblan. Él entra pero no arranca el coche. Me mira, inquisitivo.

—¿Eres consciente de la situación en la que estamos, verdad?

—¡Pues claro, Rafael! Además, la mayor vergüenza de todo esto me la llevo yo. Tengo que hablar con Esteban cuanto antes...

—No. Lo haré yo.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora