Escucho un gran barullo que parece provenir de la calle. De hecho, todas lo hacemos, hasta Mercedes. Nos detenemos. No sabemos muy bien que ocurre. Se escucha a gente gritar, pitidos, música, pero todo de un modo indescifrable. Mercedes deja su mesa y se pone en pie. La miro. Se la ve tensa, nerviosa al no saber lo que ocurre. Sale del taller sin decir nada. Todas nos miramos y dejamos las máquinas, corriendo hasta el otro lado del taller. Parece que el barullo está dentro de las Galerías y baja hasta nosotras.
—¡Blanca!
Escucho mi nombre desde el otro lado del pasillo. Alguien ha abierto la puerta del callejón, dejando entrar la luz y a la gente. Distingo a mi hermana entre esa gente. Corre hacia mí, va a toda prisa, sus mejillas están coloradas y se la ve notablemente excitada. La miro confundida pero ella me coge de las manos y me abraza.
—¡Está aquí! ¡Blanca! ¡Lo hemos conseguido! ¡Salud y República!—grita mientras alza el puño hacia la escalera, desde las que bajan Rafael, Esteban y Mercedes—. ¡En otras ciudades ya lo han hecho! ¡España ha amenecido republicana!
—Cálmate, por favor.
—¿Pero no lo entiendes? ¡Hemos ganado las elecciones! ¡Tenemos que proclamar la República! ¡Vamos!
Me coge de la mano y tira de mí por todo el pasillo mientras ríe con ganas. En realidad, me alegro de que haya sido así. La República es como un soplo de aire fresco, es como si las manos que nos estrangulaban dejaran de hacerlo. Veo a todas mis compañeras ya en la calle. Se han unido a la marea de gente que ahora ocupa la Gran Vía con banderas republicanas. Siento como Helena me aprieta con fuerza, ha conseguido lo que tanto ha luchado, y yo no puedo estar más orgullosa de ella. Le sonrío mientras avanzamos. Alguien entre la gente me coge por la cintura y me levanta del suelo.
—¡Salud y República, Blanquita!
—¡Jorge, bájame!
Me abraza y yo me pego a él. Siento que últimamente hemos perdido relación pero nuestra amistad lo supera todo o al menos eso creo. Recorremos varias calles dejándonos llevar por la gente, por los gritos, por los cánticos, por la excitación general de lo que se supone será un nuevo mundo para todos. Yo soy algo escéptica sobre eso pero, al menos, nos dará algo más de libertad, nos dará el respiro que necesitamos.
—¡Blanca!
Veo a Esteban a lo lejos, en la acera, levantándome los brazos. No lleva sombrero, ni gafas de sol, ni siquiera chaqueta. Creo que ha echado a correr detrás de nosotras tan rápido como ha podido, dejándolo todo en las Galerías. Helena me mira y asiente.
—Ve. Ahora puedes hacerlo. ¡Eres libre, Blanca!
Sonrío torciendo mis labios. Quizás tengamos una república, quizás haya más libertades a partir de ahora, pero en cuanto a la gente, dudo que abandone sus prejuicios tan pronto. Aunque ahora mismo poco me importa, me dejo contagiar del entusiasmo de Helena, que no para de gritar y de sonreír. Creo que nunca la había visto así. Me hace sentir como una madre orgullosa. Pero creo que nunca se lo diré. Corro entre la gente, los esquivo, con un único objetivo, llegar hasta Esteban. Le alcanzo y le abrazo. No sé por qué pero necesitaba hacerlo. Él me besa, apretándome contra su cuerpo.
—Se ve que tu hermana está contenta...
—Ha luchado mucho por esto. Lucha por nosotras.
—¿Una hermana feminista? ¿Se llama así?
—Y comunista—. Río mientras le cojo de la mano y le guío por calles más estrechas.
Él mira adelante y atrás. No viene nadie. Me pega a la pared y me besa. No puedo parar de sonreír mientras lo hace. No sé si mañana seré tan feliz, si esto es una simple ilusión de las circunstancias, pero me sumerjo de lleno en ella. Elevo mi pierna derecha, él la coge mientras me besa, apretando mi muslo.
—Llévame a tu casa...
Asiente. Me despego de la pared y seguimos el camino con las manos entrelazadas. Es una locura lo que estoy haciendo. Me la estoy jugando. Pero por alguna razón, no me importa en absoluto.
—Primero vamos a otro sitio.
Damos la vuelta. Empieza a correr y me hace seguirle el ritmo. Nos volvemos a mezclar con la gente. No sé muy bien dónde me lleva hasta que distingo una calle conocida. Me detengo, haciéndole parar a él también. Le miro, interrogante. No sé muy bien que pretende llevándome hasta casa de mis suegros.
—Coge a Carmen. No todos los días se vive algo así. Vamos.
Sonrío. No sé si es el lugar idóneo para una niña tan pequeña, con tanta gente y tanto barullo pero, en parte, Esteban lleva razón. No todos los días se proclama una república después de tantos años de dictadura. Probablemente Carmen no lo recuerde pero habrá estado ahí, habrá sido testigo de este momento histórico. Llamo rápida a la puerta mientras Esteban se esconde en una esquina. Me abre mi padre.
—Papá, ¿qué haces aquí?
—Estamos escuchando lo que dicen por la radio. El rey exiliándose, el nuevo gobierno reclamando lo que dicen que es suyo...una locura. Y tú, ¿por qué no estás en el trabajo?
—No sabes la que se ha formado allí...—entro y cojo a Carmen en brazos de un modo rápido—. Buenas tardes Manuel, Concepción...
—¿Donde te llevas a la niña?
—A casa, todavía vivo allí, ¿recuerda?
Le miento mientras le sonrío. Sé que no se fía de mí pero tengo todo el derecho de llevarme a mi hija. Apenas hago caso a lo que dicen por la radio, dejo un beso rápido en la mejilla de mi padre y salgo a la calle. Esteban me espera en la acera de enfrente, fumando un cigarrillo y con las manos en los bolsillos. Llego hasta él.
—Ya deben haber llegado hasta la Puerta del Sol, vamos.
Carmen le mira de un modo extraño pero tras unos segundos le sonríe. Creo que es su forma de aceptarle. Se entretiene con mi collar y mis pendientes mientras recorremos las calles llenas de gente a pie, en coche, en camiones con banderas republicanas, carteles, fotos de los políticos republicanos...todo está en plena efervescencia, se respira alegría por cada rincón. Me impregno de lleno de todo eso. Esteban me coge de la mano en cuanto llegamos a la Puerta del Sol. No cabe ni un solo alfiler, todo el mundo espera impaciente la llegada de los políticos y ver ondear la bandera en el balcón. De algún punto de la plaza se empieza a escuchar música, no puedo evitar ponerme a bailar con Carmen en mis brazos, la muevo de un lado a otro, haciéndola reír. Creo que es el único día en el que estoy siendo feliz de verdad desde hace mucho tiempo. Ojalá Juan estuviera aquí para verlo. Siento las manos de Esteban por mi cintura, me abraza por detrás. Sonrío.
—¡Blanca!
No sé cómo lo hace pero Helena siempre consigue encontrarme, aunque haya cientos de personas entre nosotras. Coge a Jorge y a su mujer y corre hacia nosotros. Jorge se detiene y me mira de un modo extraño al verme con Esteban pero no dice nada, yo tampoco se lo digo.
—¿No es uno de los días más felices de vuestras vidas?
—Tampoco te vengas tan arriba, enana—bromea Jorge.
—Oye, aquí la enana es Carmen, no yo. Por cierto, ¿por qué la has traído?
—¿No eras tú la que quería que tu sobrina se te uniera a la revolución? Pues aquí está dando sus primeros pasos. Y por ver la cara de Concepción cuando me la llevaba, eso también.
Río. Helena coge a Carmen y la levanta, jugando con ella. Carmen no entiende nada de lo que ocurre a su alrededor, pero ya lo entenderá. Alguien sale al balcón y todo se detiene, el barullo, la música, los pitidos de los coches. Esteban me aprieta contra él mientras sacan una enorme bandera republicana. Le miro y sonrío. Si pudiera pedir tan solo un deseo, desearía que este día no acabara nunca, que esto fuese eterno, que la paz y la felicidad que siento durara para siempre.
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Una vida entre telares
FanfictionFic sobre la historia más desconocida de Blanca, todo lo anterior a las Galerías y los primeros años en ellas.