40. Marcela

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Entreabro los ojos despacio. Me cuesta hacerlo, me molesta la luz de la mañana que se cuela de un modo potente por mi ventana. Anoche estaba tan cansada que ni siquiera me detuve a cerrar las persianas. Como un eco resuenan en mi cabeza unos golpes que se repiten varias veces. No sé muy bien que son ni de donde vienen. Sigo algo aturdida. Estiro los brazos y termino de abrir los ojos.  Me doy cuenta de que los golpes vienen de la puerta.

—Mierda...—susurro mientras me levanto de la cama tan rápida como puedo—. ¡Ya voy! ¡Un segundo!

Alcanzo mi bata que queda a los pies de la cama y me la pongo mientras corro hasta la puerta. Suspiro antes de abrir con la máxima tranquilidad posible. Adela aparece al otro lado, con su rebeca negra y su moño a la altura de la nuca.

—Buenos días, querida. Anda, vístete, que nos vamos.

—¿Adónde?

De festa, si et pareix. ¿Dónde va a ser? A trabajar.

La miro y asiento. Ella entra sin pensarlo dos veces y cierra a su espalda. Se cruza de brazos en mitad del salón y me mira interrogante, esperando a que me vaya. Vuelvo a asentir como si tuviera delante a algún miembro de la autoridad, aunque perfectamente Adela podría formar parte de ese gremio. Creo que allí nadie discute nada de lo que ella decreta. Sonrío al imaginarla como la máxima autoridad del edificio. Llego hasta la habitación y abro la maleta, ni siquiera la he deshecho. Saco el primer vestido que encuentro, es lo suficientemente ancho como para disimular mi barriga incipiente. Acaricio mi vientre con cuidado pero pronto aparto mi mano, no quiero encariñarme con el niño o la niña que está dentro de mí, no puedo permitirmelo. Arreglo mi pelo y vuelvo al salón.

—Mírala, que guapa. Claro que tú aún eres joven. Anda, vamos.

Cojo mi bolso y la sigo escaleras abajo. Al llegar al patio elevo mi vista al resto de apartamentos. Las mujeres tienden y los niños corren por los pasillos y se persiguen por las escaleras. Sonrío, echaba de menos ese ambiente, mucho más natural, más divertido que las estrictas galerías. Alcanzamos la calle y Adela me abre paso hacia su derecha. Avanzamos calle abajo.

—Doña Adela, disculpe. ¿Dónde voy a trabajar? Es que no sé nada...

—¡Uy, doña Adela! Adela y punto. Pues mira, en una tiendecita aquí cerca. No es más que una tienda de barrio pero Rafael conoce a la dueña, creo que sigue teniendo parte en el negocio por eso te ha mandado aquí. Se dice que Rafael tuvo cierta relación con la dueña, con Marcela, pero eso...ya sabes...habladurías todo...Marcela es una mujer muy agradable, te tratará muy bien, como a una hija.

—Muchas gracias, Adela, por lo que está haciendo por mí sin conocerme...

—Bueno, te manda Rafael, supongo que eres de confianza.

—Se deshace de mí, más bien...—susurro con un hilo de voz y bajo la vista al suelo.

—¿Qué dices?

—Nada, nada...

Se detiene frente a una pequeña tienda. Tiene dos estrechas ventanas a los lados de la puerta que apenas dejan ver el interior y encima un cartel que simplemente pone "Mercería Marcela". Creo que voy a estar bien aquí. Adela abre la puerta y el alegre tintineo de las campanillas sobre el dintel de la puerta hacen salir de entre las sombras a una mujer delgada, esbelta, con un cuerpo extremadamente proporcionado, y unos ojos marrones oscuros, muy intensos, que resaltan en su tez morena. Con una gracia sumamente natural sale del mostrador y la observo de arriba abajo. ¿Qué hace una mujer tan bella en un sitio así?

—¡Adela! ¡Bon dia! Que cara ets de veure ultimament, eh. ¿Quan feia que no et passaves per ací? Més d'una setmana, ¿veritat que sí?

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora