-Adela, ¿Puedes sostenerme al niño un momento?-se lo cedo con cuidado, duerme plácidamente después de haber comido.
Cada día me siento más cercana a él y cada día me odio más a mí por ello. Pero no puedo apartarle de mí del modo en que pretendía hacerlo, es demasiado pequeño y al fin y al cabo él no debe pagar por mis errores, soy yo la que debe hacerlo. Le miro antes de dedicarle una sonrisa a Adela y salir del apartamento. Bajo hasta la portería, donde Adela deja esparcidas todas sus cosas para la limpieza y sus discos de la Piquer. Cojo el teléfono y suspiro. Aunque Marcela me ha pedido que no lo hiciera, que no era necesario, debo hacerlo. Marco el número de las Galerías.
—¿Sí?
—Inés, soy Blanca. ¿Está don Rafael? ¿Puedo hablar con él?
—¡Blanca! Que gusto escucharte, ¿cómo van los estudios por Barcelona?
—Muy bien, van muy bien...
—Cuanto me alegro, espera que te paso a don Rafael.
En los pocos segundos de espera, vuelvo a suspirar. Ojalá fuesen unos estudios los que ocuparan mi cabeza y no todo embrollo en el que estoy metida. Alcanzo un taburete cercano y me siento.
—¿Blanca? ¿Ocurre algo?
—Verás...Rafael...tengo algo que decirte...el niño nació hace unas semanas...
—¿Qué? ¿Y por qué no me has avisado? ¿Le ha pasado algo? Porque si todo está bien te lo organizo todo para que vuelvas.
—No, Rafael, espera. No puedo volver todavía. Me necesita, se adelantó a su tiempo, es demasiado pequeño y no puedo dejarle así.
—Blanca, ese ya no es tu problema. Si el niño ya ha nacido, entregalo y vuelve. Yo no puedo tener el taller sin jefa de taller, porque créeme cualquiera de las que hemos entrevistado no está a tu altura. Al final tuvimos que contratar a una pero necesito que vuelvas ya.
—¡Pero Rafael!
—Si no vuelves en un par de días considerate despedida. He tenido la manga muy ancha contigo pero se ha acabado.
Escucho como cuelga el teléfono y lo cuelgo yo también de un modo brusco. «¡Bien!». Estoy enfadada, y mucho. Conmigo misma. Por intentar hacer las cosas bien y liarlas mucho más. Marcela llevaba razón. Como siempre. Yo no sé tomar decisiones acertadas. No las he tomado nunca.
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!—aporreo el taburete y las escobas de Adela, y mientras salgo, todo lo que pillo a mi paso, que cae al suelo como si hubiese pasado un vendaval.
—¡Oye! ¡Quines formes són estes! ¡Però Blanca! ¡Quina poca vergonya!*
—Lo siento, Adela. Es que estoy muy enfadada.
—¿Qué te ha dicho?
—¡Qué o vuelvo o estoy despedida! ¡Despedida! Se va a enterar ese cuando vuelva, encima de que le he echo caso en todo. ¡En todo! Y sin rechistar. ¡Me he alejado de mi hija! ¡De mi hermana! ¡Y todo para que no hablaran de mí! ¡Para que nadie supiese que su hermano había dejado embarazada a una don nadie! ¡Estoy harta!
Como consecuencia de mis gritos y mis movimientos más exagerados, mancho el vestido en la zona de mis pechos. Es casi incontrolable. Adela coge aire y lo deja ir despacio pero de un modo tan sonoro que puedo escucharlo a la perfección. Me hace un gesto con la mano para que me tranquilice y repita su respiración. Lo hago. Cierro los ojos y tomo aire, soltándolo despacio. Adela me obliga a sentarme y me tiende al niño, que no tarda en engancharse a mi pecho y come ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor.
—Y ahora, cuando este bendito haya terminado, yo me quedo con él y tú te vas a dar una vuelta. Tómate algo por ahí, ve a ver el mar, relájate un rato. ¿Entendido?
Asiento y miro al niño. Me da paz su serenidad, su tranquilidad, su desconocimiento del mundo y su olor, tan cálido, y su piel, tan suave. Acaricio su mejilla con la yema de los dedos. Vuelvo a romperme por dentro.
—Blanca...—Adela se sienta frente a mí, subiéndose ligeramente la falda y el delantal y mostrando como algo excepcional sus rodillas—. Sé que va a ser muy duro para ti, pero también sé que no quieres perder tu trabajo, ni tu vida en Madrid. Si no quieres dejarle tú con las monjas, lo haré yo. Lo haré por ti. Tú vete, vuelve a tu rutina, recupera el tiempo con tu hija y con tu hermana. Y no te enfrentes a tu jefe, no vale la pena, corazón. Este pequeño estará bien, te lo prometo. Si solo tienes un par de días aprovechalos.
Alargo mi brazo y aprieto tanto como puedo, y el niño me lo permite, a Adela junto a mí. La voy a echar de menos. Mucho. Noto como el niño se despega de mí y con sus pequeñas manos agarra mi vestido con fuerza. Se lo tiendo a Adela de nuevo y llevo mis manos hasta mi cuello. Desabrocho mi colgante con una pequeña medalla y se lo tiendo a Adela.
—Ponla junto a él cuando le dejes, por favor. Y diles mi nombre, quiero que él lo sepa algún día.
—Lo haré. Te prometo que lo haré.
Me pongo en pie y acaricio su hombro. Tiene razón, debo despejarme un poco, intentar pensar lo menos posible. Alcanzo las llaves de repuesto que Adela guarda en la portería y salgo a la calle. Todavía hace bueno para pasear. Intento fijarme en las calles por las que paso, en sus detalles, en la gente con la que me cruzo pero la voz de Rafael no deja de resonar en mi cabeza, me martillea los pensamientos, aparece a cada segundo. Llego hasta el paseo marítimo, la brisa del mar hace que se me erice la piel pero me sienta bien, la agradezco. Decido bajar a la playa. Me descalzo y mis pies tocan la arena, se entremezcla entre mis dedos y una sensación fría sube por mis piernas. Me hundo en ella mientras avanzo pero no me doy por vencida. Camino unos metros hasta que decido sentarme y observar el mar. Cierro los ojos y me limito a escuchar el sonido de las olas, como rompen contra las piedras y como llegan débiles hasta la orilla. Me quiero perder en este instante. Hago el esfuerzo. Alejo todo de mí, a Rafael, a Esteban, al niño, a Adela, a Marcela, a mi hermana, a mi hija...Solo quedo yo. Y eso es lo que debería importar. Yo. Nunca me he dedicado tiempo solo a mí. Y lo necesitaba.
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Una vida entre telares
FanfictionFic sobre la historia más desconocida de Blanca, todo lo anterior a las Galerías y los primeros años en ellas.