59. El Pasado

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—¿Cómo va la niña? Dime la verdad, que ya sabes que yo sufro mucho de no tenerla aquí día sí día también. Y desde que me falta mi Manuel, hija, me siento muy sola. ¿Es necesario que trabaje siendo tan joven? No necesita el dinero.

—Concepción, no crea que yo no lo he intentado. Le he dicho mil veces que no era necesario que empezara tan pronto, pero ya sabe lo cabezota que es. Pero está bien, muy bien. Aprende rápido y atiende bien a las clientas. Lo que me preocupa algo más es como se lleva con sus compañeras...siento que no la tratan como se merece...

—Pues diles algo. A mi niña que no la hagan de menos que me planto yo ahí a la primera de cambio y les canto a esas las cuarenta.

—Yo no puedo hacer nada...yo allí soy la jefa de taller, y puedo meter en vereda a mis costureras en su tiempo de trabajo, pero fuera...eso es otro cantar...

Las escucho desde la distancia, apoyada en la pared que hace esquina con el salón. Sé que no pueden verme. Me siento en el suelo y me descalzo, me duelen los pies de los tacones, estoy harta del uniforme y de mis compañeras, de las clientas y de las Galerías. Pero no pienso rendirme. Nada va a poder conmigo. Eso sí que lo he aprendido de mi madre. Aunque no me guste lo que estoy haciendo sé que lo superaré. Las costureras solo me hicieron caso el primer día pero cuando se enteraron de que "Lucifer" es mi madre dejaron de hablarme. Mejor. Sé que soy distinta a ellas, solo tienen pájaros en la cabeza y yo solo quiero ser buena en mi trabajo. Sé que mi madre ha sufrido demasiado por mí como para defraudarla ahora.

Aunque nunca se lo digo ni hablamos de ello, todos los días recuerdo a mi tía Elena, hablo con ella y le cuento mis penas. Intento recordar su rostro pero cada vez me cuesta más. También intento recordar a mi padre aunque solo lo dibujan en mi mente las historias de la abuela. Mi madre nunca habla de él. La he culpado mucho tiempo por ello pero he terminado entendiendo que es su forma de vivir sin él.

—Hija, ¿qué haces en el suelo? Levántate que vas a poner perdido el uniforme.

—Cariño mío, pórtate bien, obedece—. La abuela me ayuda a ponerme en pie y me envuelve con sus brazos mientras mi madre solo me observa con indiferencia—. Y si te cansas del trabajo o de tus compañeras, ya sabes que aquí tienes tu casa, ¿eh?

—Que sí...abuela...lo sé...

Concepción, esa mujer dicharachera, vivaracha y risueña que ha sido mi madre durante tantos años, me mira preocupada y me toma de las manos. Las aprieta con fuerza, como si fuese a perderme para siempre. Le he prometido que después del turno vendré todos los días. Hasta ahora no he podido, debía adaptarme a los ritmos de las Galerías, pero a medida que cojo confianza puedo ser algo más libre.

—Carmen, tenemos que irnos.

Blanca, esa mujer extraña, autoritaria, introvertida y terriblemente difícil de descifrar, me mira seria, con los brazos cruzados a la altura del pecho. No ha dejado atrás a la jefa del taller al salir de las galerías. Y quiero gritarle que aquí tiene que ser mi madre, tiene que abrazarme y quererme, pero no le digo nada. Asiento sin más y me despego de la abuela, guiñándole un ojo, divertida.

—Madre...—. Me atrevo a captar su atención de camino a las galerías—. Quiero recordar el rostro de la tía y cada vez me cuesta más...

Se detiene en seco en mitad de la calle y me mira. Tengo miedo de sus ojos verdes intensos, que se oscurecen cuando se enfada, y con los que ahora me observa sin parpadear. No dice nada pero me abraza. Me pilla por sorpresa y me siento extraña entre sus brazos pero no tardo en dejarme llevar y un montón de recuerdos llegan a mi mente al sentir su olor. Se despega de mí y acaricia mi rostro con la yema de sus dedos.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora