38. Trenes

48 5 1
                                    

Abro los ojos en el momento en que noto que el coche se ha detenido. Respiro de un modo suave, por un momento me había sumido en un sueño dulce del que ojalá no hubiese despertado. Froto mis ojos y miro a mi izquierda. A Rafael le falta tiempo para salir y correr hasta mi lado, abriéndome la puerta de un modo cortés. El conductor sale y abre el maletero, sacando mi maleta. Miro la estación de trenes, está ocurriendo y ya no puedo evitarlo. Debo irme y sigo sin hacerme a la idea. Rafael coge mi maleta y me indica el paso hasta la puerta. La gente que nos rodea avanza con prisas, tropiezan con nosotros, cargan maletas, se despiden, se saludan, cuadro típico de una estación de trenes. Llegamos hasta el andén y Rafael deja la maleta en el suelo. Me mira, dubitativo, y frota sus manos, algo nervioso. Apenas me sostiene la mirada, la baja en cuestión de segundos.

—Esto...Blanca, yo debo irme. En apenas unos minutos llega tu tren. En Barcelona ya están avisados de tu llegada, así que irán a recogerte. Llama en cuanto llegues y por favor, cualquier cosa, dímelo.

Asiento, aunque en realidad me gustaría pedirle que me dejara quedarme. Pero sé que no es posible. Roza mi brazo, intentando un gesto medianamente afectuoso pero manteniendo la distancia, al fin y al cabo sigue siendo mi jefe. Me agacho y agarro la maleta. Pesa lo suyo pero podré con ella. Quizás no sea más que un simbolismo de todo lo que cargo por dentro. Le sonrío y le veo desaparecer entre la gente. Suspiro y me doy la vuelta. El sonido de la llegada del tren altera a la gente que espera junto a mí. Todos cargan sus maletas, se despiden de sus familiares e intuitivamente dan un paso al frente, intentando ocupar el primer lugar para subirse al tren. Yo me mantengo clavada en el sitio, no quiero moverme, creo que tampoco puedo. Noto como alguien llega y espera cerca de mí. Miro de reojo pero no llego a distinguirlo.

—¿Blanca? ¿Eres tú?

Me doy la vuelta. Sonrío al ver los ojos achinados de César tras los cristales brillantes de sus gafas.

—¿Qué haces tú aquí?

—Creo que vamos a hacer lo mismo...y como no nos demos prisa lo perderemos...trae, yo te ayudo.

En cuestión de segundos la gente empieza a alborotarse, el tren llega entre una neblina grisácea y espesa que apenas deja ver a un palmo de distancia y acompañado de un chirrido metálico que ensordece toda la estación. César coge mi maleta y la carga junto a la suya. Avanza deprisa y yo simplemente le sigo. Al ver a un encargado, le tiende las maletas y me coge de la mano para ayudarme a subir al tren. Prácticamente tengo que dar un salto para superar ese altísimo escalón.

—Vamos, busquemos un sitio.

Me guía por los pasillos hasta dar con un par de sitios junto a una de las ventanas. Me siento y él se sienta frente a mí. Me sonríe, algo pícaro, y le devuelvo la sonrisa. No sé que tiene que me hace sentir mejor, más tranquila. Al menos no haré el viaje sola, lo cual hubiese sido más deprimente todavía. Así quizás evite pensar demasiado.

—No me has respondido...¿dónde vas?

—A Francia. Me ha salido un buen trabajo allí. ¿Y tú? ¿No trabajabas en Velvet?

—Y sigo haciéndolo. Voy a Barcelona a tomar unos cursos.

—¡Qué modernos, oye! ¿Y qué tal está Helena? Hace tiempo que no la veo...ya no se pasa por allí...

—Está bien. Se está encargando de mi hija. Supongo que apenas le queda tiempo para otras cosas...

Sonrío y miro por la ventana. Empezamos a movernos. Por suerte nadie se ha sentado a nuestro lado. Con los primeros movimientos, algo más bruscos de lo habitual, algo se remueve dentro de mí. No, ahora, no. Siento como las náuseas suben por mi garganta. Cierro los ojos y suspiro, intentando calmarme. La presión se incrementa. Me pongo en pie y sin decir nada salgo corriendo por el pasillo hasta dar con el cuarto de baño. Echo lo poco que había comido de buena mañana. Suspiro y recorro mi frente. Pensaba que todo esto había acabado ya pero no es así. Carmen no me dio tanta guerra. Mojo mi cuello y mis mejillas. Necesito refrescarme. Me miro en el espejo, estoy más pálida de lo habitual. Alguien llama a la puerta con dos golpes suaves.

—¿Blanca, estás bien?

Aguanto la respiración unos segundos y me recompongo antes de abrir con cuidado.

—Sí...no ha sido nada...me mareo un poco...

Me abre paso de vuelta a nuestro sitio. Volvemos a la posición anterior como si nada hubiese ocurrido. Él me mira, intrigado, aunque intenta que no me dé cuenta.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí, no te preocupes...

—Sabes...no sé si decirte esto pero el otro día soñé contigo...

—¿Conmigo? ¿Y eso por qué?

—No sé...pero lo recuerdo a la perfección, tú estabas en mi salón, y yo en la mesa rodeado de papeles, como aquella noche, ¿te acuerdas?

—Sí...¿y bailábamos?

—Así es...era más como un recuerdo. El caso es que no le di importancia porque pensaba que jamás volvería a verte...y aquí estás...

—Esa noche también se cuela en mi mente a veces...yo nunca había hecho algo así...

—¿Y él? ¿ Le has dejado en Madrid?

—¿Él?

—Sí, el que te dejó sola toda la noche.

—Ese me ha dejado sola para toda la vida...bueno...esto...olvídalo...

—¿Qué te ha hecho?

—Marcharse, eso ha hecho. Pero preferiría dejar el tema.

—Claro, perdona. Yo no quería meterme donde no me llaman.

Le sonrío y apoyo mi cabeza en el respaldo del asiento. Me cruzo de brazos y cierro los ojos. Necesito no pensar. Pero los abro al notar como César se pone en pie. Le miro fijamente. Se cambia de asiento, llegando hasta mí y sentándose a mi lado.

—Puedes apoyarte en mí para dormir, si quieres. Estarás más cómoda. Y...Blanca...seguro que todo sale bien...

—¿Cómo dices?

Me mira y lleva su mano derecha hasta mi vientre. Lo presiona con cuidado. Le lanzo una mirada rápida y él aparta su mano.

—¿Cómo lo has sabido?

—Solo había que sumar uno más uno. Sé que no nos conocemos mucho pero tengo la sensación de que te conozco desde siempre...y...bueno, si necesitas algo...

—Lo que necesito no puedes solucionarlo tú. Bueno, ni nadie.

Entrelazo mi brazo derecho con el suyo y apoyo mi cabeza sobre su hombro. Cierro los ojos. Necesito dormir y no despertar hasta llegar a Barcelona. No quiero conocer más a César, no quiero que llegado el momento me duela más despedirme de él. Anímicamente no estoy lista. Sé que llegado el momento le olvidaré y no será más que un conocido con el que un día crucé unas cuantas palabras. Nada más. Quizás en otro momento me hubiese aventurado con él, pero no ahora.

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora