29. Oxford

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Fijo la vista en mis papeles y en otros tantos que Emilio me ha dejado sobre la mesa, encargos, precios, horarios...Los números se me empiezan a atragantar y echo de menos sentir los diferentes tejidos de las telas entre mis dedos y hacerlas correr por la máquina, darles forma y verlas ser algo hermoso. Suspiro y me apoyo en la mesa pero una de las costureras roza mi hombro con cierta distancia. Me doy la vuelta y la miro.

—¿Se encuentra bien, doña Blanca?

—Sí, claro. ¿Ocurre algo?

—Sí...verá...estábamos pensando que...quizás...podríamos poner la radio un poco...solo por animar el taller...si a usted le parece bien...claro...

Me habla con cierta vergüenza y con algo de miedo. Poco a poco voy consiguiendo que me respeten, que sepan quien manda aunque sea más joven que alguna de ellas. Me cruzo de brazos y tomo aire. La miro. Ella baja su mirada hasta el suelo y entrelaza sus manos, nerviosa.

—Está bien. Ponga la radio. Pero que sepa que no va a ser siempre así, que hoy es excepcional.

Miro al resto de costureras, murmuran entre ellas y sonríen. Sé que cuchichean a mis espaldas pero ya no me importa. He aprendido a superarlo, a actuar como si no fuera conmigo, como si no me percatara de ello aunque en realidad lo hago. Aguanto la respiración unos segundos al ver a Emilio aparecer por el pasillo. Rezo para que no me traiga más papeles, necesito algo de tregua.

—Doña Blanca, dos encargos más. Aquí tiene. Ah, don Esteban acaba de llegar, me ha pedido que le diga que la espera en su despacho, que suba. Es urgente.

Cojo el par de papeles y los dejo junto al resto. Alcanzo el centro del taller y miro a todas las costureras, que se detienen y fijan su vista en mí. Me cruzo de brazos e intento aparentar autoridad y seguridad.

—Señoritas, confío en que sean capaces de continuar con su trabajo aunque yo me ausente. De todos modos, Dolores, se encargará de supervisarlo.

Me giro de un modo brusco y salgo del taller. Emilio ya ha desaparecido, supongo que habrá vuelto a su trabajo. Llamo al ascensor, que no tarda en llegar y subo. Suspiro. No sé qué es lo que querrá Esteban pero llevo ya un par de días sin verle, uno de esos viajes a los que Rafael le envía. Después de nuestra pequeña discusión todo volvió a la normalidad. Quizás también porque no le he vuelto a  acompañar a ninguna fiesta y porque Pilar está más desaparecida que nunca. Llego a la séptima planta. Me fijo en el despacho de Rafael, está concentrado con sus papeles, como siempre. No le digo nada. Voy hasta el despacho de Esteban. Llamo dos veces a la puerta y abro. Está de pie, con las manos en los bolsillos y fumando puro. Sé que algo ocurre al instante, conozco su nerviosismo. Entro y cierro a mi espalda. Él apaga el puro en el cenicero de la mesa y llega hasta mí, besándome de un modo intenso mientras me agarra de la cintura. Me separo de él, colocando mis manos en su pecho. 

—¿Para esto me sacas del trabajo? ¿Qué pasa? Dime.

—Que necesito no pensar, eso es lo que pasa.

Le miro, algo intrigada. Él vuelve a las andadas, a dar vueltas sin sentido por el despacho. Llego hasta él y le abrazo por la espalda. Me impregno de su olor a perfume, que se mezcla con el olor del puro.

—¿Qué ha pasado? Cuéntamelo, quizás así...

Se deshace de mi abrazo y se sienta en el sofá, cruzando sus piernas. Lo vuelvo a intentar. Quiero que confíe en mí como yo lo hago en él. Aparto su pierna y me siento en su regazo. Empiezo a jugar con su pelo y le beso de un modo delicado y suave.

—Antes dime tú donde estuviste aquella noche.

—¿Qué noche?

—La de la cena, sabes perfectamente cual.

—¿Para qué quieres saberlo? Salí de allí y me fui a casa. Pasé todo el tiempo con mi hermana. Eso es todo.

—¿De verdad? ¿No me mientes? Me dijiste que venías de bailar.

—Esteban, te lo dije porque estaba enfadada pero no era cierto.

—Está bien. Te voy a contar lo que pasa. Pilar se ha asociado con unos empresarios ingleses que han venido aquí a abrir negocios con mucho capital. Claro está, eso nos hará la competencia.

—¿Cómo ha podido Pilar hacer algo así? Sois sus hermanos...

—Por eso discutí tanto con ella esa noche. No quería dejarte sola, de verdad, pero Pilar supo sacarme de mis casillas.

—¡Es increíble! Hacer la competencia a sus propios hermanos.

—Blanca, espera. Esto no puede salir de aquí. Rafael todavía no lo sabe.

—¿No se lo has dicho? ¿A qué esperas?

—No soy yo quien debe decírselo...

Frota sus párpados con la yema de sus dedos. Me doy cuenta de lo cansado que está. Arreglo su pelo y me apoyo sobre él.

—¿Puedo hacer algo para ayudarte?

—Me temo que no...que ella ya ha tomado su decisión...que ya ha firmado y todo eso...

—No me refería a eso...—lo susurro en su oído mientras muerdo el lóbulo de su oreja y voy bajando mi mano hasta sus pantalones.

Veo como dibuja una media sonrisa en su rostro y su mano baja de mi espalda a mis glúteos.

—¿En horas de trabajo? Qué pícara se ha vuelto, doña Blanca...

—Yo ya era pícara antes de ser doña Blanca...

Amplía su sonrisa y me besa, pegándome a su cuerpo, pero se detiene de golpe. Me aparta de él de un modo brusco y se pone en pie junto a la mesa. Le miro, extraña.

—Ven. Corre.

Obedezco. Me paro a su lado y casi al segundo escucho la manivela girar y la puerta abrirse.

—Esteban...oh, estás ocupado...

—No. Pasa, pasa, Rafael. Solo le comentaba a doña Blanca lo de las telas nuevas, esas que te dije que traería, ¿te acuerdas?

—Sí...claro...lo había olvidado por completo, perdona. ¿Qué te parecen, Blanca?

—Son muy buenas. Nos servirán para varios de los modelos, eso seguro. Si no desean nada más...

—No. Gracias Blanca, buenos días.

Asiento y salgo del despacho. Intento alargar el cerrar la puerta lo máximo posible para intentar averiguar si hablan de algo, sobre Pilar o sobre esa nueva competencia, pero nada. Suspiro y me vuelvo al ascensor. Que Pilar se haya unido a la competencia nos puede traer muchos problemas, no solo a Esteban y a Rafael, sino a todas las galerías. Llego a la planta del taller y vuelvo al trabajo. Ya no recordaba que les he dejado poner la radio. Suena algo que me resulta familiar, creo que es un tal Antonio Machin quien canta pero no estoy muy segura. Pongo toda mi atención en los papeles e intento no pensar en lo que me ha contado Esteban.

—Doña Blanca, alguien la espera en el pasillo.

Me giro. Uno de los dependientes me deja el recado y se marcha. Con tanta interrupción me es imposible centrarme en el trabajo. Refunfuño para mí misma y salgo del taller. Al hacerlo, escucho unos pequeños y torpes pasos que corren hacia mí.

—¡Mami!

Veo a Carmen coger carrerilla por el pasillo, aun intentando mantener a duras penas el equilibrio. Cuando me alcanza, simplemente la cojo en brazos pero ella se agarra a mi cuello y no tarda en ponerse a jugar con mis pendientes. Distingo entre las sombras a mi hermana, que se acerca poco a poco a mí, como una especie de alma en pena.

—Helena, ¿se puede saber qué haces aquí? ¡Y con la niña! Sabes que no puedes venir aquí mientras estoy trabajando. Pensaba que lo habías entendido.

—Blanca, es papá...

—¿Qué pasa con papá?

Una vida entre telaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora