I wanna bee with you (Sewis au)

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Lewis había aprovechado que la primavera estaba en su auge para ir al Paseo de las flores.

Era un gran parque donde había enredaderas brotadas de flores y árboles con frutos. Era un lugar más que inspirador y donde se permitía a si mismo relajarse y desconectarse de su estresante vida.

Eligió un banquillo donde no lo deslumbraba el sol, para estirarse, relajarse, y cerrar los ojos. Murmuraba una canción, mientras sus dedos acariciaban el cesped.

Pero un zumbido perturbó su calma.

Fue justo cerca de su oído, por lo que sus reflejos veloces le permitieron batir sus manos cerca y golpear al bicho, que tambaleo y cayó en el suelo a poca distancia.

Resultó ser una abeja, y un temeroso Lewis, sin pensarlo dos veces se levantó y la pisó.

"NO"

El grito lo asustó, y notó como un sujeto , de cuya presencia no se había percatado, se precipitó sobre la abeja sin vida.

"Cual es tu problema? Por qué la mataste?" Le acusó. Lewis lo miró confundido.

"Uh... Es una abeja?"

"Is ini ibiji" Se burló el otro con desdén, mientras se levantaba del suelo y miraba a Lewis directamente por primera vez.

Y Lewis quedó encantado.

Los rizos dorados se movían con la brisa, un par de ojos azules penetrando su ser y los labios más bonitos que había visto, curvados hacia abajo en un reproche más que adorable.

"Que sea una 'Abeja' no te da derecho a matarla. No solo que no te hizo nada sino que son muy importantes para el ambiente. Sabías que sin ellas este parque no tendría una sola flor?"

"Yo, uh..."

"No, claro que no lo sabías. Ten cuidado la próxima vez."

"Aguarda!"  Dijo al ver como el otro se alejaba, pero este no le hizo caso y se fue hacia el otro lado del parque.

Lewis suspiró resignado y se volvió a sentar.

***

El moreno se quedó pensando en el muchacho protector de abejas toda la semana.

Volvió a ir al parque, pero la suerte no lo acompañó y no se lo volvió a cruzar.

Eso, hasta que una mañana a Lewis se le olvidó cerrar la puerta trasera y Roscoe se hizo un festín con el jardín, comiéndose sus moras azules, el cesped y rompiendo un par de plantas en el camino.

Lewis suspiró. No se podía enojar con el perro, había sido su culpa.

Dado que la casa era rentada, no podía dejar todo así. Debía conseguir una florería y de a poco, dedicar tiempo para -aunque sea- replantar y sembrar algo de cesped.

Las que había encontrado en internet estaban lejos y tenían precios exorbitantes, sin contar el envío.

Sin embargo, se le ocurrió la fantástica idea de preguntarle a sus vecinos, que también tenían un encantador jardín y la mujer -Vivian- lo cuidaba como a un templo.

Con gusto le dio la dirección y le dijo que se quedara tranquilo en cuanto a la disponibilidad y precio. Dijo que el muchacho que la atendía incluso le diría como usar los productos y cuidar las plantas.

Lewis le agradeció amablemente y optó por ir al día siguiente.

Una vez allí, notó que en efecto el lugar no solo era cerca, sino que estaba hermosamente decorado y tenía plantas, flores y árboles de todo tipo. 

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