Capítulo 4 • Heridas Internas

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—¡Hwang, abre esa puerta! —gritó mamá y la pateó logrando que al no estar cerrada con llave se abriera

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—¡Hwang, abre esa puerta! —gritó mamá y la pateó logrando que al no estar cerrada con llave se abriera.

Mamá era bajita, media 1,65 m. Me llegaba a los hombros, ella tenía el pelo color negro, aunque no tanto como Rebbeca. Sus ojos eran color marrones claros, casi que parecían ser color miel—. Ven aquí —ordeno y sabía que si me negaba o intentaba escapar ella me golpearía aún más. No culpaba a mamá por los golpes y mucho menos por las cicatrices que tenía en mi piel. Yo me había quedado con la imágen de cuando Celeste estaba, de aquella madre cariñosa. La que me leía un cuento antes de dormir, que nos cantaba aunque no sepa cantar o nos hacía galletas cuando nos había ido mal en la escuela.

Mamá no era la que sostenía una botella de alcohol mientras gritaba que me muera, mamá no era aquella o al menos eso me quería hacer creer.

|| • • • • ♪ • • • • ||

Mi cuerpo dolía, había hematomas en mis brazos.

Me mire en el espejo y un pequeño corte en mi mejilla izquierda se lograba notar, coloqué una bandita sobre aquella marca y comencé a cambiar mi ropa para ir a la escuela. Me encontraba con muy pocas ganas de ir, pero era un lugar donde podía refugiarme por unas horas.


—Ay... —me quejé cerrando mis ojos, dolían las heridas externas casi tanto como las internas.

—Buenos días —saludo Rebbeca cuando llego al salón, ella siempre llegaba sobre la hora, mientras yo era el primero siempre. Se sentó a mi lado y frunció el ceño—. ¿Qué te paso? —señalo mi mejilla derecha donde se encontraba la herida. Creía haber visto que era en la izquierda, pero no le tome importancia, ya que debía inventar algo.

—Me rasguño mi gato —dije rápidamente

—Ow, ¿tienes un gatito? —pregunto acercándose demasiado, por lo cual retrocedí

—Sí, es blanco con negro —no tenía gato alguno, pero siempre había querido uno, desde que me quedé solo. Quería una mascota para no aceptar que realmente lo estaba, aunque nunca pude.

—¿Tienes una foto? —negué y ella dió la vuelta y comenzó a sacar las cosas de su mochila—. No eres muy bueno mintiendo —la mire rápidamente y ella sonreía

—No, no tengo —hable mirando el suelo

—Es una lastima, me gustan mucho los animales, si algún día tiene algún problema llámame

—¿Por qué? —pregunté

—Porque no me gusta verlos mal...

—No —la interrumpí— ¿Por qué continuas a mi lado? —la mire a los ojos y parecía como que ninguno quería apartar la mirada, entonces lo comprendí

—Me agradas —sonrío—, me recuerdas a alguien. Mamá era igual que tú —susurro, pero logré escucharla

—No lo creo

—¿Perdón? —miro totalmente confundida

—No podrías compararme con tu mamá, ella es feliz, nunca sufrió nada —la escuché reír y cuando la ví en sus ojos abundaban lágrimas, ella lloraba... incluso así lograba verse bien

—Mateo Hwang, ¿por qué son los moretones? —abrí mi boca para intentar encontrar alguna excusa, pero no me había dejado reaccionar

—Es que la sociedad no me acepta por ser gay —explique y ella asintió lentamente

—Entiendo —cuando pensé que por fin así la alejaría ella volvió hablar—. Tienen razón en no hacerlo —sonrío, no era burlona ni de desprecio, era de comprensión, nunca me habían sonreído así

—No entiendo, ¿no eres cristiana?  —asintió—. Entonces, ¿por qué no te alejas de esta peste?

—Ay Mat, me da curiosidad que imagen tienes de los seguidores de Jesús.

—No te gustaría saber... —dije y ella asintió

—Sí, me gustaría.

—Pues viven felices, no conocen el dolor y no aceptan nada de lo que vaya en contra de lo que ellos dicen. Los cristianos son patéticos, tienen una burbuja donde solo están ellos y no dejan que nadie se le acerque, lo peor es que su Dios ni es real

—Wow, cuanto rencor en tus palabras. ¿Tanto te han lastimado los cristianos? —pregunto y negué

—Nadie me ha lastimado

—Entonces, ¿cómo has llegado a esa conclusión?

—Bien, me rindo. Si me han lastimado los de tu especie

—¿Especie? Me gusta el término —no entendía lo que en su mente ocurría—. Como cristiana pido perdón por todos los que te dañaron —la mire sorprendido, llevar una culpa que no era de ella, estaba loca—. Dios aborrece el pecado, no al pecador —recito y no lo entendí, hasta que volvió a hablar—, es decir, te ama a ti, no lo que haces —¿amor? Lo había escuchado demasiado, pero nunca que alguien me amaba, ¿me amaba? Aún cuando no podía enfrentar a mamá, cuando no pude salvar a Celeste o a nuestra familia, ¿lo hacía? ¿Me amaba?

—¿Y por qué? —me atreví a preguntar con la voz temblando

—Porque eres su hijo —y no escuché más, encontré a Celeste, mirándome mientras sonreía, como cuando se fue, pero se desvaneció tan rápido que quise correr... Quise correr al pasado y abrazarla un poco más, quise despedir a papá y hablar con mamá para salvarla, quise hacer tantas cosas que caí de rodillas y lloré, sentí unos brazos rodearme y Rebbeca me abrazaba, como si temiera que me vaya, como si me escapará en cualquier momento, no lo iba a hacer. Nunca lo admitía, pero estaba mal, no podía continuar y lloré...

Lloré por Celeste, por papá, por mamá, por el alcohol. Lloré por Rebbeca, lloré por mis mentiras, lloré por mí. Porque tenía un padre al que le importaba y quise desmentir que era gay. Decirle a Rebbeca que me enseñara de su Dios, que me lo presente, pero me callé. Como siempre lo hacía, como cuando mamá empezó a tomar, como cuando Celeste murió y como cuando papá se fue. Como cuando no salve a nuestra familia

—Cargas demasiado Mat, necesitas un paseo por el valle de la felicidad.

Valle de la Felicidad. [EUMCEE 2]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora