Capítulo 36 • Lo correcto

39 7 6
                                    

Giré por quinta vez en la cama sin lograr conciliar el sueño, no estaba segura de si Mateo había leído la carta, pues desaparecer no era fácil, menos cuando la persona te conocía demasiado como para saber que no querías irte

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Giré por quinta vez en la cama sin lograr conciliar el sueño, no estaba segura de si Mateo había leído la carta, pues desaparecer no era fácil, menos cuando la persona te conocía demasiado como para saber que no querías irte. 

¿Tenía miedo de no estar haciendo lo correcto? Sí, tenía mucho miedo, pero sabía que cada acción llevaba a diferentes lugares. Me interesaba saber que era lo que me esperaba la vida.

Una semana atrás quería abandonar todo mi plan y dejar que todo siga como estaba, pero ¿qué lograría? Ninguno estaba listo, apenas podíamos con nuestros problemas, no lograríamos nada cargándonos más.

—Rebbe —susurro la tía Iara del otro lado como si al hablar muy alto todo se rompiera sentía que todo en mi se estaba rompiendo, pero tenía que evitarlo. Esto era lo correcto, debía convencerme de eso.

—Tía —susurre del mismo modo que ella

—¿Cómo estás? —pregunto con cuidado

—Dudando —sentía que en cualquier momento lloraría

—¿Qué te ha dicho papá? —a través de la oscuridad podía sentir su mirada

—Es que... No he hablado con él, tía. Siento un vacío inmenso y cada vez me siento más y más en el valle de la oscuridad —sollocé—, pero no quiero salir, me di cuenta cuando aleje a Mat, cuando casi pierdo a Samara, no puedo quedarme ahí, no puedo. Lo detesto, estoy cansada, es tan doloroso... —sentí como me abrazaba y solo me deje llevar, lloré como si nunca lo hubiera hecho. Estaba cayendo de nuevo, como cuando tenía trece años.

—No estás sola, Rebbe. Recuerda eso, no estás sola, nunca lo has estado —su mano subía y bajaba por mi espalda a modo de consuelo. 

—Entonces, ¿por qué se siente así? —pregunté con aún lágrimas en los ojos

 —Es tu proceso, cariño —la pude ver como sonreía por la poca luz que se calaba por la ventana y me dio consuelo, el saber que no estaba sola, que me había puesto esto porque él sabía que lo iba a superar. Así había escuchado decir a Lauti una vez: Dios nos da batallas que sabe que podremos superar.

—Gracias, tía —hablamos un momento más sobre las dudas que tenía y un montón de cosas que me daban miedo, Iara me escucho hasta altas horas de la madrugada sin ningún problema.

Me había despertado con dolor de cabeza, el cambio de horario y de idioma aún me costaba. Estaba acostumbrada a hablar en francés a veces, ya que en Migholky había gente que hablaba ese idioma o español. Había aprendido italiano por papá e inglés por las tías Iara y Matilde, pero aun así con Iara se nos mezclaban los idiomas. Me costaba mantener un solo idioma, en casa hablábamos italiano o francés y había veces que nos salían frases en inglés, cuando estaba Mateo siempre tratábamos de hablar en español.

Extrañaba a Mateo. Suspiré y quite ese pensamiento. 

Miré la cafetería frente a mí, aquella en la cual algún día nos volveríamos a encontrar con Mateo. No sé como había terminado en ese lugar, mis pies caminaron por si solos. Me di la vuelta lentamente. Habían pasado tres días desde que me había ido. Sabía que Mateo tardaría en leer la carta. Él siempre tardaba en ese tipo de cosas. 

Les había pedido a todos que no me hablaran de Mateo, ya que aunque moría de ganas por saber de él, no quería las noticias debido a que eso podría cambiar las cosas.

—Hola señorita —hablo un hombre con un excelente inglés, era un tanto mayor, quizá rozaba los ochenta años 

—Hola —le sonreí

—¿Esperas a alguien? —mis alertas siempre estaban activas, mucho más después de lo que había sucedido con Samara

—Algo así —susurré

—Recuerdo que con Anna solíamos venir todo el tiempo aquí —susurra y lo miro confundida—. Anna fue mi mujer, falleció hace dos años; ¿tienes tiempo de una historia? —mire a mi alrededor y la gente abundaba, nada podía salir mal. Además las historias me encantaban

—Tengo tiempo, señor... 

—George, me llamo George. Aunque recuerdo una pequeña niña que solía llamarme Keby, nunca entendí el por qué —sonrió con melancolía

—¿Nunca le pregunto? —él negó

—Nunca llegué —susurro

—Que pena —mire como los árboles se movían por el viento 

—¿Y tú? ¿Cuál es tu nombre? —pregunto y reaccione

—Oh, me llamo Rebbeca

—No eres de por aquí, ¿verdad, Rebbeca? —rápidamente negué

—Soy de Migholky

—Wow, yo nací ahí. Hace muy poco me mudé hacía los Estados ya que quería conocer más. Tengo una hija de corazón en ese lugar, pero hace tiempo no la visito, sé que se ha casado y tiene hijos, aunque seguro que si la encuentro no la podría reconocer, pero sé que algo me dirá que es ella. Así somos las personas cuando queremos a alguien, a pesar de que hayan cambiado los encontramos porque algo nos los dice.

—Ojala tenga razón... ¿le puedo decir Keby? Es un muy buen apodo —él asintió con una gran sonrisa

—¿Dejaste a alguien en tu ciudad? —asentí lentamente

—A mi mejor amigo, pero es por nuestro bien, es decir, no quiero que las cosas salgan mal y yo aún estoy superando ciertas situaciones al igual que él, no se puede estar en paz cuando ambos tenemos muchas cargas que resolver y no podemos arreglarnos con Dios —había soltado demasiadas palabras por segundo, un vomito verbal como diría Samara

—Entonces eres creyente, eso es genial. En el templo al que iba en Migholky había unos faroles grandes en la entrada que se veían fascinantes. Me encantaban el modo que todo se iluminaba de noche, era algo maravilloso. Aunque había un evento que se hacía cada determinado tiempo que se llamaba "a la caza de almas", en ese evento íbamos a evangelizar. Era un montón de personas las que lo hacíamos, era algo increíble. —todo lo que me contaba me sonaba tan familiar

—Keby, ¿de qué parte de Migholky era? —la curiosidad me carcomía

—Era de un pueblito un poco chico, ahí todos se conocen y es tan lindo, es la naturaleza pura y hay un lago al cual iba con un amigo a pescar todos los fines de semana. Nací en Cispecty, ¿y tú Rebbeca? —algo hizo click en mi cabeza, las cosas conectaron y lo miré sorprendida

—¡Yo igual! —sonreí, era cierto que todos nos conocíamos allí

—Wow, ¿de qué familia eres? —pregunto ahora también curioso

—Soy Rebbeca Di'Angelo —sonreí

—Ay, ¿Charlie Di'Angelo?

—Mi abuelo —le sonreí inmensamente

—Wow, ¿quién lo iba a pensar?  Sé que Charlie tiene tres hijos —susurró mientras pensaba

—Sí, Efraín, Iara y Matilde, soy hija de Efraín —contesté orgullosa

—Mira, ¡mi muchacho! Recuerdo como correteaba por todo el templo con sus rulos —se rió y yo me uní al imaginar a papá haciendo eso—. Y dime, ¿quién es tu mamá? 

—Katherine Coya —su cara cambio a una de sorpresa total y se le escaparon algunas lagrimas

—Mi hija adoptiva —susurró Keby y lo entendí, él estaba En un mes creerás en él.

Valle de la Felicidad. [EUMCEE 2]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora