Capítulo 25 • Dios de lo imposible

46 9 12
                                    

Todo pasaba muy lento, podía escuchar la voz distorsionada de aquella persona la cual hacía rato había determinado que la vida de mi hermana no tenía salvación

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Todo pasaba muy lento, podía escuchar la voz distorsionada de aquella persona la cual hacía rato había determinado que la vida de mi hermana no tenía salvación.

—Yo todavía creo en ti —susurré mirando hacía arriba—. Aún lo hago, aún creo que levantarás a Samara de esa camilla —varias lágrimas cayeron mientras pronunciaba lentamente estás palabras. En ese momento comenzaron a verse más y más personas con aquel traje celeste que los distinguía como enfermeros. Todos iban corriendo hacia la habitación donde se encontraba ella, una chica de tez morena con el pelo corto hasta los hombros se acerco hacía nosotros y le susurro algo al que anteriormente nos estaba informando lo que ocurría con mi hermana.

—Lo lamento mucho, pero debemos trabajar en esta habitación por lo tanto deben retirarse hacía otro lugar...

—¿Qué sucede con mi hija? —pregunto mamá alterada

—Debemos retirarla, por favor no dificulte nuestro trabajo

—¡Su trabajo es decirme que le harán a mi hija! —papá sostuvo a mamá, pero ella se aparto rápidamente

—Tranquila señora, estamos intentando todo lo posible, como ya le dijo mi compañero

Sostuvimos a mamá y la alejamos de allí. El tiempo se hizo lento frente a mis ojos cuando aquel muchacho que nos había informado sobre mi hermana se acerco, su cara era una de decepción, cuando no logras tu objetivo en la vida y tuve mucho miedo. Habían pasado ya veinte minutos y treinta y seis segundos, en medio de la desesperación fue lo único que pude hacer, no había oído ni una sola palabra dicha por Mateo, el cual intentaba distraerme. Este se paro frente a nosotros—. Lo lamento mucho... —entendí que lo que seguía después de aquello no era bueno—. No pudimos salvarla, Samara Di'Angelo fue reportada muerta hace nueve minutos... Lo lamento mucho —la sensación de vacío se hizo presente en mi corazón, muchas cosas se me cruzaron por la mente, no podría conocer a nuestro hermano que se encontraba en camino. Vi el cuerpo de mamá caer y a papá gritar que necesitaba atención, estaba embarazada. Miles de cosas más se hicieron presentes, lo odié. Odie el hecho de sentirme inútil ante un problema así, hacía rato que lloraba. Todo iba en cámara lenta, los enfermeros llevándose a mamá, Mateo a mi lado decía cosas las cuales no lograba entender. 

Diez minutos después me encontraba sentada en una banca en el pasillo. Mateo había ido a llamar a los demás, nadie de nosotros podía hablar. Escuché unas pisadas y al levantar la vista encontré a una niña—. Oh, hola —la saludé, mi voz sonó distante a todo lo que ocurría. Ella me miro por debajo de sus largas pestañas con sus ojos color marrón, miraba cada movimiento que hacía con timidez—. ¿Cuántos años tienes linda? —veintidós minutos que Samara la habían reportado como muerta. Levanto su mano mostrando tres dedos, asentí lentamente con ternura—. ¿Qué hace una niña tan linda como tú en un lugar así? 

—Nació mi hermano menor —veinticuatro minutos de la muerte de Samara—. Se llama Samuel —susurro muy bajo y quise llorar. Veinticinco minutos de la muerte de mi hermana—. Tu hermana no esta muerta, solo duerme —pronunció y la observe atónita durante cuarenta y siete segundos, sin entender como alguien de su edad podía decir aquello—. Papá me dijo que debía decírtelo —miro hacía la derecha, al seguir su mirada logré ver como al final del pasillo llegaba un hombre con vestiduras blancas y brillaba, parpadee un par de veces confundida, él se dirigió hacía donde yacía el cuerpo de Samara, pude recordar la palabra cuando Lázaro resucitaba y me levanté rápidamente corriendo hacía allí también.

Veintinueve minutos de la muerte de Samara, una enfermera se encontraba allí—. ¡Esta respirando! —treinta minutos exactos—. Señorita, no puede estar aquí, por favor retírese —lo único que lograba pensar era un "gracias, Dios"

Corrí en busca de papá, este estaba de rodillas orando—. Me lo acaba de decir, Rebbe —susurro como pudo, pues las lágrimas no lo dejaban pronunciar ninguna palabra

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, tuve miedo por unos momentos de que nada haya sido real, pero cuando volví a donde estaba la niña anteriormente ella seguía ahí, Mateo estaba sentado en el suelo en frente de aquella niña. Me mantuve a una distancia en la cual no me puedan ver, pero podía escuchar—. ¿Cómo te llamas bonita? —pregunto Mateo hacía ella 

—Alya, ese es mi nombre. Significa enviada por Dios —sonrío mostrando sus dientes y Mateo la miro maravillado

—¡Que hermoso nombre, tan hermoso como la persona que lo lleva! —la niña rio y yo sonreí mirando con ternura la escena. Mateo era una persona la cual me gustaba ver interactuar tanto como ancianos o niños, él decía que no importaba la edad, cualquiera tenía el derecho de sentir amor. Suponía que al haber pasado tanto tiempo sin obtener muestras de afecto, él quería demostrar que no importaba como te criaran uno podía hacer el cambio.

—¿Y tú? ¿Cómo te llamas? —Alya acomodo un cabello de Mateo que caía por su frente incomodando su vista

—Soy Mateo, pero en secreto soy un príncipe en busca de mi princesa —le susurro y yo reí por lo bajo para no interrumpir—. No le cuentes a nadie —hizo un "shh" con la mano en su boca y la niña asintió rápidamente 

—¿Puedo ser tu princesa? —le pregunto y él rio

—Tú ya eres una, Aly —sonrió abiertamente y sentí una pulsada en mi estomago. Negué evitando aquellos pensamientos. Observé a la niña como miro en mi dirección, lo cual rápidamente se bajo de la banca y vino corriendo hacía a mi, tomó mi pantalón acercándome a Mateo, hasta que quedamos cara a cara, mi corazón se acelero. Pensando mil cosas a la vez, tenerlo tan cerca nunca me dejaba tranquila.

—Ella puede ser tu princesa —dijo Alya y Mateo rio negando, le susurro algo al oído y la niña asintió maravillada 

—Las princesas se bañan y se peinan —se burlo Mateo y yo lo fulminé con la mirada. Suspire aliviada y quise llorar, detuve mi impulso por aquella niña que sonreía explorando el mundo con cada centésima que pasaba

—Los príncipes también —le susurre a Aly y ella rio a carcajadas, recordé que traía una peluca de payaso en mi bolso, pues porque una vez le había ayudado a Samara en la escuela de niños. La coloque en mi cabeza y observé a Mateo—. ¿Alguna vez saliste a evangelizar con una peluca de payaso? —él negó—. Pues siempre hay una primera vez para todo...

Valle de la Felicidad. [EUMCEE 2]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora