Capítulo 20 • Nuestro Dios

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Ellos me querían

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Ellos me querían. Eso era lo único que lograba pensar, extrañaba a mamá cada día, extrañaba a papá y también a Celeste; pero extrañarlos no me dejaba ver que frente a mi había gente que me quería.

—Te ves aliviado muchacho —dijo Harry, ni bien entré en mi habitación. Él se encontraba sentado en la cama hojeando un libro, donde se podía leer "Santa Biblia"

—Así me siento —susurré sentándome a su lado

—Me alegro —sonrió, no era falsa y me alegre porque había dejado de juzgar a todos con sus sonrisas

—¿Recuerdas el día que llegue? —pregunté dispuesto a sacar algunas verdades de mí.

—¿Cómo olvidarlo, Mat? —su voz era cálida, como si con cada palabra abrazará el alma. Sentía paz

—Estaba completamente destruido... Aún me quedan partes así, pero sé que hay alguien que puede arreglar eso, así que... Cuéntame de tu Dios, quiero aprender de él. —hablé decidido

—Puede ser el tuyo también —Harry sonreía grandemente

—Puede ser el tuyo también —Harry sonreía grandemente

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Estaba completamente loca. ¿Mostrar mi lado débil? ¿En qué pensaba? Y mucho más frente a Mateo, apostaba que en ese momento me habían hechizado.

Debía llevarlo a que crea, pero simplemente caí. ¿Por qué fallé?

La cabeza me pulsaba demasiado, tantas lágrimas pasaban factura.

¿Por qué me había quebrado frente a Mateo? Aunque su reacción fue diferente, él me ayudó a juntar algunas partes.

Quizás Ethan tenía razón, no podía llegar a ningún lado así, pero me sentía tan lastimada, hacía tiempo que había comenzado y no sabía por donde empezar a reparar.

||• • • • • ♪ • • • • •||

Bienvenidos a todos —hablo el pastor frente a toda la comunidad

—Hola —saludaron detrás de mi y pude ver cómo Nathan me observaba detalladamente

—Hola —su mirada me ponía nerviosa. Nathan era el chico que me gustaba hacía ya dos años, era pelirrojo y tenía ojos color verde, un par de pecas adornaban debajo de estos. Media alrededor de 1,70 M; él era hijo de Emanuel, un amigo de mamá también, pero no éramos tan cercanos. Solo nos saludábamos para cosas formales, no recordaba como había llegado a enamorarme, solo que había pasado. Quizá su trato con Olaf o algo similar

—¿Todo bien, Rebbe? Ayer te cruce y tenías los ojos hinchados, no me atreví a preguntarte para no incomodar... —me había visto llorar, sentía que esa era mi mayor debilidad. Me sentí expuesta, como si en ese momento todos me señalarán y juzgarán por ser humana

—Ah sí, pasa que salí con Olaf y pues entre una cosa y otra, me tiro tierra. Son cosas que pasan habitualmente, más si tienes un perro más grande que tú —reí y él igual, ¿mentir? Era la mejor haciéndolo y no me sentía orgullosa por ello. Odiaba llevar una máscara.

—Mmm... Hola —hablo una voz bastante conocida y cuando gire parpadee demasiadas veces, Mateo estaba de pie junto a nosotros. Mateo Hwang se encontraba ahí, en un lugar para adorar al Dios Todopoderoso, y yo no podía creerlo

—¡Mat! —salté a abrazarlo fuertemente, temiendo que no fuera real

—Rebbe... me ahor-cas —hablo entrecortado y lo solté

—Perdón, perdón. Solo que no puedo creer que estés aquí. Es algo increíble... Por cierto, te presento a Nathan Ferro, Nat, él es Mateo Hwang, un gran amigo

—Wow, es la primera vez que escucho decir a Rebbe que tiene amigos además de sus primos. Bienvenido —estrecharon sus manos y yo solo sonreía, estaba demasiado feliz

—Muchas gracias, es un gusto Nathan —sonrió. ¡Alerta! Mat, sonrió. Wow, se veía bien, debía sonreír más. Mire alrededor y éramos el centro de atención de muchas personas, algunas miraban curiosas y otras simplemente enamoradas del nuevo chico

—Bueno, papá me llama así que me voy. Nos vemos Becks, fue un gusto conocerte Mateo —saludo con la mano y se alejo rápidamente

—¿Qué haces aquí? —pregunté totalmente confundida

—Alguien me dijo que creería y quise intentar... —me miro sonriente

—¿Quién fue?

—Tú —parpadee aturdida, no comprendía. Ayer me había destruido frente a él, había visto la peor parte de una creyente, pero hoy estaba aquí. En la casa de Dios.

—¿C-cómo? ¿Yo qué hice? -—estaba totalmente desconcertada

—No fuiste como los demás... Tú dijiste que creería, pero no me invitaste a ninguna reunión donde se hablará de Dios o algo por el estilo; no me diste motivos, no me diste tutoriales o forzaste hacer cosas que no quería, simplemente te mostraste como eras. Mostraste tu lado débil y tu lado fuerte e indestructible. También me enseñaste el valle de la felicidad, junto a él estaba el de la oscuridad, me enseñaste que aunque yo crea no será perfecto, que tendré quizá más caídas de las que tengo ahora, pero podré superar todo eso porque Dios estará a mi lado, que ya no lucharé solo. Me enseñaste a superar miedos y a abrir los ojos y darme cuenta que hay personas a las cuales les importo, que a pesar de cargar montañas y demasiados pecados me aceptan, porque ellos también son imperfectos.

»Porque entendí que somos humanos, que tenemos demasiados errores, que querer escapar de nosotros mismos es normal. No te diré que ya creo, pero mientras te observaba sabía que no sería fácil continuar aquí. Aún no perdono a mi papá y mucho menos a mi mamá, pero no me quiero rendir. Quiero mejorar y algún día salvar a las personas que pasan o pasaron lo mismo que yo. Por eso Rebbeca, no te rindas de enseñarme de tu Dios —lo abracé, había valido la pena romperme frente a él. Sí, estaba llorando, pero él me ocultaba. Además quería cambiar, mejorarme a mi. Mateo se esforzaría y yo, junto con él.

—Es tu Dios también ahora, Mat —susurré—. Y no, no voy a rendirme, menos ahora. Bienvenido, este lugar forma parte de mi valle de la felicidad

—Gracias —sonrió de manera real—. Ahora, ¿qué con ese Nathan? ¿Es tu novio? —y me sonroje

Valle de la Felicidad. [EUMCEE 2]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora