Capítulo 26 • Los hospitales...

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—Estas loca —hablo Mateo mientras por mi parte yo tomaba aquella peluca de varios colores—

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—Estas loca —hablo Mateo mientras por mi parte yo tomaba aquella peluca de varios colores—. Tu hermana acaba de despertar, ¿por qué estás aquí? —pregunto totalmente desconcertado, tenía sus razones

—Dios trajo a mi hermana de la muerte, esto —levante la peluca hasta que pueda colocarla en mi cabeza de manera segura y no se cayera— no se compara en nada con lo que hizo por mi..., no puedo quedarme solo con eso. Si mi hermana vivía o no, igual debo alabarlo... y no hay mejor manera que salvando almas.

Alya miro a Mateo y luego dirigió su mirada hacia mi—. Iré con mis padres —sonrió la pequeña

—Yo te acompaño —hablo Mat y tomé su mano

—No, tu irás conmigo, la habitación de la niña queda a dos puertas, podemos vigilarla de aquí —noté su nerviosismo así que rápidamente lo solté

—Adiós pequeña. Cuida a tu hermano —ella me abrazo fuertemente y acaricie su cabello

—Cuídate mucho, princesa —susurro Mat, cuando se acerco a nosotras. Al separarse ella fue corriendo por el pasillo del hospital y antes de ingresar agito su mano, despidiéndose.

—Me da miedo —susurro—. Los hospitales... Me traen malos recuerdos.

—Pues a mi igual, por eso debo hacer algo. Todas las personas aquí esperan que les den su diagnostico, otras ansían dejar de sufrir y morir de una vez, otras esperan milagros, también están las que no tienen a nadie a su lado, cada vez que vean un hospital recordarán la soledad. Incluso si volviera aquí y no hiciera esto, me recordaría a cuando casi pierdo a mi hermana. Los hospitales son lugares agridulces, contiene un ambiente a tristeza y alegría, porque mientras unas personas reciben una nueva vida otros se despiden de otra. Además no puedo hacerlo sola, Mat. Aunque sea sé mi apoyo moral —le sonreí y él acepto no muy convencido

Toqué la primer puerta, había quitado mi peluca porque sabía que algunas personas les desagradaba aquello, intentar hacerlos reír en un momento delicado. Al abrirla una señora yacía recostada. Su cabello era color gris, que terminaba en un color negro azabache, su cara se adornaba de hermosas pecas y tenía ojos color verde, los cuales simulaban a una pradera en comienzos de primavera. 

—Hola —saludo Mateo, lo mire atónita, pensaba que él no hablaría—. No le dirás que vamos a predicar solo por entrar —me susurro, sabía eso. Aunque con la emoción que cargaba mi cuerpo era bueno que él este cerca de mi

 Aunque con la emoción que cargaba mi cuerpo era bueno que él este cerca de mi

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Valle de la Felicidad. [EUMCEE 2]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora