Hay veces que la vida te sorprende, yo solo quería seguir en mi zona de confort. Mi vida era una completa tormenta, hasta que la conocí a ella y me mostró lo que era la calma.
-Las mariposas siempre están en el valle de la felicidad -habló Rebbeca y...
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• | Dos meses más tarde | •
—Me encanta estar en mi casa, de hecho diría que es mi mayor refugió, pero a veces ni allí puedo refugiarme —confesé, ella dejo de acariciar la pequeña oveja para mirarme y luego seguir con lo que hacía
—¿Por? —pregunto y saqué un cigarrillo de mi bolsillo, cuando lo estaba por encender nuevamente escuché su voz—. No lo hagas aquí, hay animales —la miré y seguía con su mirada fija en el pequeño animal. Guardé el “arma” como Becky lo llamaba a veces y suspiré
—Porque las personas no ayudan demasiado —escuché un asentimiento de su parte
—Ven —dijo a la vez que tomaba mi mano—, te llevaré a un lugar que puede convertirse en tu refugio —salimos por la gran tranquera de aquel establo y la cerro cuando soltó mi mano, luego la volvió a tomar y ambos comenzamos a correr. No sabía hacía donde nos dirigiamos, pero su mano se sentía cálida. Becky era como la calma después de la tormenta y yo, era la tormenta. Nos detuvimos frente a una casa color azul de dos pisos, las ventanas de arriba se encontraban entreabiertas, la puerta era color blanca, al igual que dos pequeños pilares de decoración que había a su lado, un pequeño camino de piedras guiaba hacía la entrada con flores y caracolas de mar a los lados, pero algo me hizo retroceder con miedo. Un perro alto, color blanco se acercó a nosotros y comenzó a rodear a Becky mientras ladraba. Becky río ante mi instinto protector y la fulmine con la mirada —. Mat, te presento a Olaf. Olaf él es Mateo
—Un gusto Olaf —susurré y por el rabillo del ojo la vi sonreír tiernamente
—Bienvenido a mi hogar —la observé totalmente confundido, este no era el lugar, ¿o sí?—. No, no es aquí, solo necesito buscar algo. ¿Quieres entrar o prefieres esperar aquí? —mire al gran animal y negué rápidamente, logrando que se burlara de mi. Nos dirigimos a la puerta y saco unas llaves del bolsillo abriendo la puerta a la vez que indicaba que pasará
—Permiso
—¡Hola, llegué! —anuncio gritando y me sorprendí, retrocediendo unos pasos
—Hola Becky, justo mamá estaba preguntando cuando regresabas. Oh, ¿y él? —una chica más o menos de mi edad apareció. No tenía rulos, más bien su pelo era lacio de un color rubio y sus ojos color verdes
—Él es Mateo Hwang; Mat ella es Samara Di'Angelo. Mi hermana —era claro el porqué aclaraba, no se parecían en nada, solo tenían de igual el apellido
—Tu primer amigo Becks —aplaudió la tal Samara y observé a Becky, la cual se encontraba sonrojada
—Becks, justo te estaba buscando —entro una mujer con un hombre por detrás. Ahora entendía quien se parecía a quien. El hombre era alto, un poco más alto que yo quizá. Tenía los ojos color oscuros, los cuales parecían negros, su pelo era del mismo color y tenía rizos; al igual que Becky. Por su parte la mujer tenía el pelo castaño, lacio y sus ojos eran del mismo color que los de Samara—. Hola —saludó cuando se percató de mi presencia—. Katherine Coya, mamá de Rebbe y Samy —estrecho mi mano y asentí
—Mateo Hwang, un gusto señora.
—Ay no, dime Kat por favor, me haces sentir más vieja de lo que soy —rió, ellos no dejaban de reír. Ahora entendía porque Becks hablaba tan alegre siempre. Ella no tenía motivos de tristeza, ella no había perdido a nadie.
—Soy Efraín Di'Angelo, padre de las pequeñas, es un gusto Mateo, ¿eres de aquí o vienes de otro lugar?
—Es un gusto. No, nací en Corea Del Sur, pero me mudé a los tres años —expliqué
—¿Te gusta la ciudad? —pregunto Katherine y asentí con la cabeza
—No he viajado mucho, solo cinco o seis ciudades y por temas de salud. Solo conozco hospitales de otras ciudades —sonreí falsamente y los padres de Becky se miraron entre si de manera cómplice
—¿Tienes problemas de salud? —pregunto Samara, me removí incómodo por lo cual creo que la chica que me había traído hacía está cueva de sonrisas se percato
—Bueno, nosotros vinimos a buscar mi auto —hablo—. Busco las llaves y podemos irnos, ven —me hizo una seña por lo cual la seguí, era un pasillo en el cual de las paredes colgaban varios cuadros. Uno llamo mi atención, en el habían unas seis personas, entre ellas Katherine, se veía más joven por lo cual creía que era de hacía muchísimo tiempo atrás. Una niña demasiado parecida a Rebbeca llamo mi atención en aquella foto, el único detalle que la distinguía eran los ojos, los cuales eran del mismo color que los de Katherine. Continúe caminando buscando más fotos donde ellos aparecían, pero no; solo ese. Había más personas las cuales no conocía o había visto, por lo que había dicho Becks se habían mudado hacía poco—. Bingo —la voz de aquella chica de rizos oscuros me saco de mi búsqueda, la seguí y terminamos en una especie de taller, llegamos a un auto color celeste pastel, era hermoso.
—Wow —solo logré pronunciar
—Mi mamá trabaja de esto, lo hizo a mi modo —sonrió y no había un momento en que ella no esté sonriendo—. Vamos —subí al auto y ella lo puso en marcha. Las calles pasaban y nos alejabamos de la ciudad, de fondo sonaba una canción que hablaba sobre un GPS, no me atreví a preguntar por el nombre aunque me gustaba el ritmo
—Gracias —ella giro su cara hacía mi por un momento y volvió rápidamente la vista a la carretera
—¿A qué se debe eso? —pregunto
—Por ayudarme a evitar la pregunta de tu hermana —jugué con mi pulsera nerviosamente
—Samara es así, muy curiosa. Diría que lo heredó de mamá, pero según las historias de mamá Malena era igual —rió y fruncí el ceño al notar la tristeza en sus palabras. En el momento en que estaba por preguntarle sobre aquella niña del cuadro ella habló
—Llegamos —mire alrededor y era una especie de campo, habían diversos tipos de flores y árboles tan altos que parecían tocar el cielo
—Era una pradera con mariposas y árboles que tocaban el cielo, logré tomar un trozo de el —las palabras de Celeste llegaron a mi de manera inmediata. Parpadee intentando descifrar a que se debía está mala broma
—Lo sabías, ¿verdad? —enfrente a Rebbeca y ella me miró totalmente desconcertada, lo comprendí, no entendía de lo que hablaba—. Nada —negué y ella río
—Bienvenido al valle de la felicidad Mateo Hwang —dijo adentrándose entre las flores que habían allí y mariposas comenzaron a revolotear. Una lágrima silenciosa cayó por mi mejilla—. ¿Estás bien? —se acercó a mi quitando la lágrima y asentí a la vez que teníamos una batalla de miradas. Sus ojos oscuros advertían problemas. Cada cual tenía diferentes maneras de enfrentar al dolor, se alejo cuando escucho un asentimiento de mi parte
—Tu valle de la felicidad me parece sacado de un cuento de hadas barato —dije de manera burlona
—Lo siento, no todos escapamos de la misma manera —pronunció
—¿De qué escaparías? No hay tristeza a tu alrededor —ella rió y la observé confundido
—Perdón, claro que hay tristeza a mi alrededor, el hecho de que las afronte de diferente manera no es mi culpa —ella transformaba su tristeza en alegría, era admirable—. Vivo con la constante pregunta de: Si moriría mañana, ¿vale la pena estar triste por ello? Nada es peor que la tristeza, te destroza tan lentamente que no te das cuenta —confirmo mientras jugueteaba con una flor que había allí— ¿Cuál es tu mayor deseo? —su pregunta me tomó desprevenido y parpadee atónito ante ello. Lo había pensado durante mucho tiempo
—Abrazar a mi hermana por última vez —y desperté. Todo había sido un sueño, pero un nombre sonaba en mi mente... ¿Quién era Rebbeca?