Ahogada en la mierda.
Andrea Lowell.
Eran las seis de la tarde, el cielo de Brisbane estaba cubierto de nubes grises dándole un toque más deprimente del que ya tenía bajo mi punto de vista. Me levanté del césped mientras limpiaba la parte trasera de mi pantalón y lanzaba la colilla del cigarro al piso para después aplastarla, comencé a andar. Me había tirado allí toda la mañana y parte de la tarde. Había apagado mi teléfono, no quería saber nada de nadie.
Fui directamente a mi casa, a pesar de que era el último lugar en el que quería estar. Un fuerte olor a comida llegó a mi nariz y mis tripas rugieron. Caminé hasta la cocina y allí estaban charlando, en la bandeja había restos de lo que sea que hayan almorzado. Ambos se giraron a mirarme, pero mi mirada estaba perdida en la bandeja.
—No sabíamos sí llegarías. —Se disculpó o eso quiso aparentar mi padre, hice el intento de parpadear, pero mis párpados solamente temblaron un poco.
El ambiente que nos envolvía era pesado y asfixiante, ni siquiera necesitaban decirme algo más para hacerme sentir mal porque nunca pensaban en mí, desde el accidente era como si estuviéramos separados por un muro. Ellos y luego yo, no había más.
—No importa. —Mi voz sonó tan apagada y triste, pero creo que ni siquiera pusieron atención a lo que dije, ya que cuando terminé de pronunciar las palabras se dieron la vuelta.
Subí las escaleras para ir a mi habitación, me acosté en la cama y mientras escuchaba música pensaba en que, si hubiese sido yo la que falleció en el accidente, las cosas serían muy diferentes. Había veces en las que lo deseaba porque Dylan era una buena persona que tenía toda una vida llena de éxito por delante, tenía sueños por lograr y todo eso le fue arrebatado en segundos. En cambio, yo lo único que quería era irme de esa casa, tener mis cosas y ya no tener que soportar malos tratos, pero no era tan sencillo, primero debía tener bastante dinero como para poder alquilar una casa, cosa que no tenía, de lo poco que gané trabajando ya no me quedaba casi nada porque me lo estaba gastando en cigarros, marihuana y quizás ahora en Ketamina. Estaba ahogada en la mierda
Miré la hora en el reloj de la pared, marcaba las diez y media así que bajé las escaleras hacia el salón. Mi papá y Lisa veían televisión, no me atrevía ni a respirar más fuerte de lo normal porque me mandarían a callar.
—Andrea, hazme un sándwich. —Exigió Lisa, cuando mi padre fue al baño, con el ceño fruncido sin apartar la mirada de la televisión.
—Tú eres la que quiere comer, además tienes manos. —Contesté sin mirarla encendiendo mi teléfono para evitar seguir hablando.
—Yo no fui quién causo que Dylan se muriese. —Acusó. Sabía cómo hacerme daño, sabía dónde dar para que cediese y lo peor es que yo cedía.
Me mantuve en silencio mientras caminaba a la cocina y sacaba el pan, un cuchillo, el kétchup y jamón.
Sí, lo entendía, Lisa había perdido a su hijo y dicen que no hay nada peor que eso... Era algo que siempre escuché decir a varias personas. Pero yo también había perdido Dylan, al que era como mi hermano, mi amigo, mi confidente y a la única persona que me comprendía a la perfección, además de Katina.
—Sí, quizás no fuiste tú directamente, pero eres casi tan culpable como yo porque lo dejaste salir esa noche. —Respondí casi tirándole el plato en la mesa. Entonces ella se levantó con el rostro hirviendo de furia, nunca me había mirado así y eso me asustó, comenzó a avanzar hasta mí causando que quedase acorralada en la pared.
—¡Deja de faltarme el respeto, mierda! ¡Me tienes cansada! Quisiera saber cómo es que sigues viva y mi preciado hijo bajo tierra. —Quise defenderme hasta que su mano me tomó del cuello de la camiseta y me estampó contra la pared haciendo que mi cabeza chocase con el mueble dejándome un poco mareada. Pensé que ahí había acabado todo, pero solamente me soltó y su mano impactó contra mi mejilla dejando un sonido sordo propagarse por las frías paredes de la casa.
Cerré los ojos con fuerza, tomé una bocanada de aire y apreté los puños. De pronto fui consciente del ardor en mi mejilla. En silencio y con la cabeza en alto salí de mi casa, cuando me aseguré de que estaba lo suficientemente lejos dejé escapar las lágrimas que luchaban por salir. Odiaba esto.
[…]
Llegué a la casa de Katina y toqué el timbre, esperé unos minutos mientras me miraba los zapatos, la madre de Katina me abrió la puerta.
—Hola, Andrea. —Dijo ella con una sonrisa cuando levanté la mirada.
—Hola, tía Elisa. —Intenté sonreír, pero fue más como una mueca— ¿Está Katina?
—No hija, acompañó a Logan a comprarle un regalo a su padre. —Contestó y se quedó mirándome mientras yo asentía— ¿Estás bien, Andrea?
—Sí…—Dije sin mucho convencimiento en la voz— Solo venía a preguntarle por una tarea.
—Pasa y la esperas para que le preguntes, ya debe estar por llegar. —Abrió un poco más la puerta y entré en su casa, era bastante acogedora, no como la mía— ¿Quieres algo, cielo?
—No, muchas gracias. —Negué ante su pregunta viéndola entrar en la cocina, yo me quedé ahí de pie al lado del comedor.
—¿Estuviste llorando? —Me preguntó mientras secaba un plato con un mantel y me quedé callada porque no sabía qué decirle.
—No, estoy bien. —Tragué un poco de saliva con los labios apretados.
—Andrea, tienes las pestañas mojadas, estuviste llorando. —Señaló mi cara con su mano derecha, me froté los ojos con los dedos un poco, intentando secarlos y ella se acercó a mí, indicando que me sentase.
—Lo siento…—Me disculpé sin siquiera saber por qué lo hacía, supongo que no quería darle pena, y me senté en una silla cruzando las piernas.
—¿De verdad estás bien? —Preguntó poniéndome delante un vaso de agua con hielo y solté un suspiro.
—Sí, no se preocupe, ya hace mucho con recibirme en su casa como para aguantar mis tonterías. —Tomé el vaso y le di un sorbo, cerrando los ojos al sentir el frío del hielo pasar por mi garganta.
—Quiero ayudarte. —Murmuró ella y apreté los labios al escucharla, me pedía que le contase mis problemas, pero yo, prácticamente estaba desmoronada, porque no servía para absolutamente nada.
—Tuve una discusión con Lisa. —Le dije al final, omití lo del golpe porque no quería parecer una víctima, la mamá de Katina soltó un suspiro mientras se sentaba a mi lado y me acariciaba la espalda.
—Oh, tranquila es normal que a veces haya malos entendidos en las familias. —Dijo cruzándose de brazos mientras me miraba a los ojos— Ya verás que se le pasará el enojo, no te preocupes, cielo.
—Gracias, sí ya me he dado cuenta de eso. —Le sonreí un poco rascándome la frente, escuché el sonido de la puerta abrirse y segundos después cerrarse. Katina apareció por la puerta y se quedó parada frunciendo un poco el ceño al verme— Hola rubia.
—Hola, guapas. —Saludó acercándose y me levanté por fin de la silla, le dio un beso en la mejilla a su madre y luego a mí.
—Vayan arriba a conversar. —Nos sonrió Elisa tomando el vaso que estaba encima de la mesa.
Asentimos y seguí a Katina hasta su habitación que estaba muy ordenada, no había ni una arruga en la cama e incluso me daba pena sentarme.
—¿Qué tienes? —Me preguntó de forma suave y me encogí de hombros porque de seguro había tenido una linda salida con Logan y yo venía a su casa a preocuparla con mis dramas— Dime que pasa, Andrea.
Nos quedamos en silencio un momento, pero yo no podía seguir ocultando cómo me sentía. Me ahogaba que no hubiera ni un día en el que no me insultaran, no me gritaran o simplemente un día donde pudiese respirar tranquila en esa casa. Comencé a sollozar casi sin darme cuenta apretando los labios, Katina se acercó rápidamente y tomó mis manos, me miraba preocupada, pero yo no podía hablar aún debido al nudo que tenía en la garganta. Sus manos me guiaron hasta la cama donde me senté con ella a mi lado, que no apartó sus ojos verdes de mí en ningún momento.
—Discutí con Lisa, volvió a sacar el tema de Dylan y cómo soy la culpable de su muerte. —Murmuré con la voz quebrada una vez que conseguí calmarme, me limpié los rastros de lágrimas con los dedos y ella me abrazó— Me dio una cachetada porque le dije que ella también tenía responsabilidad con lo que paso ya que le dio permiso para que saliera.
—No le dijiste nada más que la verdad. Tiene responsabilidad, quizás en menor medida, pero la tiene de todas formas. —Dijo ella encogiéndose de hombros mientras me acariciaba el hombro— No puedo entenderlo Andrea, de verdad no lo entiendo, deberían tratarte con más amor porque eres la única hija que les queda viva, pero ¿qué hacen ellos? Van y te golpean, los detesto y lo siento porque sé que al fin y al cabo son tu familia, pero no puedo evitar sentirme así sabiendo que te tratan tan mal.
Inhalé profundamente una gran bocanada de aire y lo retuve un momento para después dejarlo salir.
—No te preocupes, tienes toda la razón. —Intenté sonreír un poco y ella me dio un beso en la frente que casi me hace llorar de nuevo, le daba gracias a Dios todas las noches porque Katina era mi mejor amiga, no sabría qué hacer si ella no estuviese ahí conmigo siempre, nunca podría terminar de darle las gracias por todo lo que hacía por mí.
—Pedí pizza, ¿Quieren bajar? —Dijo la mamá de Katina asomándose por la puerta.
—¡Sí! —Exclamó Katina y se puso de pie rápidamente, caminando hacia la puerta, yo salí justo detrás de ella.
—Espero que te guste la napolitana, Andrea. —Comentó su madre sonriéndome.
—Ya he comido algo antes de venir, no se preocupe, no tengo mucha hambre. —Mentí, porque el simple olor de la pizza que provenía desde la mesa del comedor hacía que mi estómago rugiese de hambre.
—De acuerdo, entonces, quédate un rato más.
Acepté, porque no quería volver a mi casa, porque en la casa de Katina me trataban bien, ahí yo era alguien y en cambio en mi casa, yo solo era la que vivía en la última habitación que daba al vecindario.
Lisa siempre decía que no sabía nunca qué hacer de comer porque yo era muy complicada, quizá era ella la que no sabía cocinar y yo tenía sentido común. Algo tan simple como arroz con carne podría reponerme el cuerpo de un solo bocado. No decía nada, simplemente comía en silencio, porque la mayoría de las veces me iba a dormir sin comer nada, pero la culpa siempre era mía, porque yo era la ‘rara’.
—Toma, Andrea, comete un trozo. —ofreció la mamá de Katina.
Me comí solo medio, pero ella se quedó contenta, aunque tardara siglos en tragarlo, casi me resistía a morder el trozo y bebía café para así alargarlo un poco más.
Pasé esa noche en la casa de mi mejor amiga y su madre se dio cuenta de lo hinchada que tenía la mejilla por el golpe, le dijimos que me había golpeado con la puerta de un mueble en mi casa, no hizo ningún comentario al respecto, solo me puso hielo mientras me decía que debía ser más precavida.
A veces pensaba que Lisa y mi padre tenían razón y no debí haber nacido, por eso la vida me daba un golpe tras otro, intentando que de una buena vez me diera cuenta de que yo no estaba hecha para vivir, que era un estorbo en la vida de los demás.
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No puedes salvarme.®
Teen FictionAndrea Lowell cae en el abismo del vicio, al ser señalada como la única responsable de un trágico accidente que le costó la vida a su hermanastro. Las drogas, parecían ser su único consuelo antes de la llegada de Luke Harwood a su vida, un chico ama...