Capítulo 1.

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“Un pasado aún presente.”


 

 
Andrea Lowell.

 
Me froté los brazos mientras arrugaba la nariz ante la fría brisa que acababa de chocar con mi rostro justo en el momento en que llegaba a su tumba. Leí su nombre y sentí una presión en el pecho, cambié las flores que tenía por unas nuevas y me senté en el césped.

—Siento no venir mucho a verte... Te echo de menos, Dylan —dije mientras varias lágrimas bajaban involuntariamente por mis mejillas—. Extraño discutir contigo cuando me ganabas en los estúpidos juegos que tenías en tu celular, echo de menos estar contigo…

No podía, simplemente no podía dejar de llorar. Me dolía el pecho y no ayudaba en nada que mi mente comenzara a recordar cada momento que pasé junto a él, solo causaba que más lágrimas salieran de mis ojos sin control alguno. ¿De dónde mi cuerpo sacaba tanta agua?

—Siento que cada día es más difícil seguir adelante —susurré entre llanto bajando la mirada hacia la tumba—. Te quiero mucho… ¡No puedo más sin ti! Créeme que estoy empezando a cansarme de todo.

Me refería a que todo en mi vida fuese una mierda y que todo me hundiese de una manera en la que no veía ninguna forma de salir del fango en que me había metido. Era una tortura para mí venir a visitarlo, pero era una promesa que había hecho desde que lo vi bajar en el ataúd y pensaba cumplirla hasta el día en que yo también estuviera allá abajo.

Sentí unas ramas crujir demasiado fuerte, de seguro el ruido provenía de alguna parte cercana, pero aun sabiendo eso, no quise mirar. Tal vez se trataba de algún animal que andaba merodeando y no era desconocido que había conejos en el cementerio que suelen salir a buscar alimento.

Cuando dejé de oír el crujir de las ramas, inhalé hondo en un intento por calmar mis sollozos desenfrenados. El dolor de su partida seguía ahí, tanto como el primer día que dejé de ver aquellos ojos tan luminosos, aquellos que cuando me veía reflejada me hacían sentir la mujer más linda del mundo.

Unas pisadas a mi espalda me asustaron lo suficiente para hacerme girar encarando a la persona o al animal que parecía espiarme. Me topé con un chico de ojos celestes, labios delgados y piel bronceada, pero lo que más me llamó la atención era que su cabello castaño estaba totalmente engominado. Se trataba de Logan, el mejor amigo de Dylan.

—Lo siento, no quería asustarte. No pensé que fueras tú... Volveré en otro momento. —Agachó su cabeza como un perro regañado, metió las manos en sus bolsillos y movió sus pies con nerviosismo. Al parecer ansiaba decir algo y se estaba reteniendo, al menos esa fue la sensación que me dio.

—Como sea. —respondí sin ganas limpiando mis lágrimas con las mangas del suéter con rapidez, sin darle importancia si las manchaba con el maquillaje corrido.

Pude ver como los pies de Logan se giraban dispuestos a marcharse, pero de pronto dio media vuelta y, en un corto segundo, sentí sus brazos envolver mi cuerpo, protegiéndome de todo el dolor, de todo lo malo. Como mi hermanastro alguna vez lo hizo.

—Sabes que él no quiere verte así —me quitó el cabello del rostro y depositó en mi frente un tierno beso lleno de inocencia—. Una de las cosas que él más amaba era tu sonrisa, se pasaba el día diciendo que eras su pequeña luz de vida —Vi sus ojos llenarse de lágrimas que no tardaron en caer por sus mejillas y eso me hizo bien. Sentir que alguien comparte un dolor tan grande con el que a veces no puedes sostenerte, resulta un alivio, porque entonces recuerdas que no eres sólo tú contra el dolor, son más manos sosteniendo ese peso—. Sé que lo extrañas, y yo también lo hago. Pero no podemos dejar de seguir con nuestras vidas... Él no lo hubiese querido así.

No puedes salvarme.®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora